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Identidad

Los volúmenes de la Biblioteca de Mujeres buscan un cuarto propio

Cerca de 30.000 ejemplares esperan encontrar un espacio que ayude a comprender la historia de las mujeres en España.
Foto de Hoang Bin vía Pixabay

"Recuerdo una vez, durante el último curso de la universidad, que estaba con las amigas y salió el tema de que qué era lo que preferíamos, si trabajo o novio. Mi sorpresa fue que la única que eligió trabajo fui yo". La que habla es la bibliotecaria Marisa Mediavilla, propulsora de la Biblioteca de Mujeres de Madrid. "Recuerdo otro día con un conocido. Hablamos de tener hijos. Yo le aseguré que tenía claro que no los iba a tener. Porque dos cosas he tenido claras en la vida: que no me iba a casar y que no iba a tener hijos. Pues cómo se puso conmigo. Decía que una de las 'cosas de las mujeres' era ser madres, que cómo yo no lo iba a ser". Marisa me explica estas dos anécdotas personales para ilustrar por qué es necesario saber qué opinan otras mujeres cuando sientes que, por tu género, estás destinada a cumplir unos papeles determinados. Y no quieres o, al menos, te los cuestionas.

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Ella estudió en la universidad a finales de los años 60 y principios de los 70, una época en la que había un fuerte movimiento estudiantil y obrero. También feminista. Ganadora del Premio Leyenda del Gremio de Libreros (y Libreras) de Madrid, lleva desde 1985 volcada en la tarea de recopilar novelas sobre mujeres, ensayos, antologías, revistas y tebeos, además de calendarios o carteles feministas. Incluso ha incluido literatura misógina. "Si los varones no hubiesen dicho que las mujeres somos tontas, tampoco tendríamos que desgastarnos tanto en estar intentando todo el tiempo en decir que no, que no lo somos", explica. Con todo ha creado la Biblioteca de Mujeres con la intención de que nuestra historia no se pierda.

"Yo siempre nombro una frase de la poeta Adrienne Rich que resume muy bien el por qué de esta biblioteca. Esta mujer dice que el problema que tienen las que escriben sobre feminismo –y yo añado a todas las mujeres que empezamos a cuestionarnos la sociedad– es que partimos de cero. No hay nada detrás. Es como si todo lo que han dicho y hecho todas las demás mujeres no existiese. Todo son roturas, no hay ningún hilo conductor que lo una", explica.

Con el tiempo se ha ido encontrando con ejemplares que le demuestran que es así. Que en esos años en los que creían estar descubriendo el término "feminismo" ya había autores, bastante anteriores a su época, que hablaban de ello. Cita por ejemplo la obra Feminismo Racional publicada en 1911. O un libro que se encontró de Adolfo González Posada donde habla de la palabra "feminismo". Era de finales del siglo XIX, pero también cuenta con tres ejemplares del XVIII.

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En total, Marisa ha reunido alrededor de 30.000 volúmenes. La mayoría están ahora en el Museo del Traje de Madrid, algunos de ellos guardados en el sótano en cajas de cartón, entre polvo y humedad. Por eso, de la misma manera que Virgina Woolf reclamaba en 1929 una habitación propia para las mujeres, Marisa reclama para los ejemplares un cuarto propio, un espacio digno y amplio para que la Biblioteca de Mujeres sea visitada y consultada. Y ampliada. También para poder desocupar el resto de cajas que aún quedan en su casa. "Casi no puedo ni barrer", admite riéndose.

La historia de esta biblioteca comenzó en la madrileña calle de Barquillo número 34, en 1985, un espacio histórico para el movimiento feminista de Madrid. Para ello, contó con Lola Robles y otras tantas colaboradoras que echaban una mano. "Porque la biblioteca es, además de la recopilación de documentos, una muestra del resultado de la lucha de las mujeres, de la cantidad de colaboradoras que han pasado por ella. Es todo gracias al trabajo voluntario. Y no solo en esta, todas las bibliotecas de mujeres que hay se caracterizan por haber sido creadas por mujeres. ¿Por qué? Porque yo necesito saber lo que tú opinas", recalca.

Los volúmenes eran cada vez más y la falta de espacio les hizo trasladarse a la calle Villaamil, sede del Consejo de la Mujer de la Comunidad de Madrid, con quien firmaron un convenio a finales de 1997. En 2005, el Consejo se trasladó a otro espacio lugar donde no había espacio para la Biblioteca de Mujeres. La Comunidad de Madrid, dueña del local, les dijo que tenían que desalojarlo. Para evitar su desaparición, Marisa Mediavilla solicitó al Instituto de la Mujer si aceptaban la donación de la biblioteca. La respuesta fue un sí a finales de 2006. Entonces, en marzo de 2007, el Instituto guardó la colección en un depósito, que no pudo consultarse hasta octubre de 2010, cuando automatizó parte de su colección. En enero de 2012 se trasladó al Museo del Traje, "donde, por amabilidad de sus bibliotecarias, puede consultarse solamente el fondo automatizando, quedando otra parte sin catalogar ni registrar en el sótano", explica.

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Volvió a la calle Barquillo y más tarde a la de Bravo Murillo, en el espacio del Ministerio de Sanidad, donde me atiende. Allí trabaja para que la Biblioteca de Mujeres siga adelante. Junto con su compañera Ricarda Folla ha realizado el tesauro. También ha creado un catálogo mientras mantiene reuniones —o conversaciones telefónicas— con las instituciones. "Cada miércoles llamo a la directora del Instituto de la Mujer", dice. Por eso anda siempre pendiente de un móvil, antiguo, por si llega.

Marisa no está sola en esta reclamación. Muchas mujeres llevan semanas reivindicando ese espacio propio para la biblioteca en las redes sociales. Algunas de ellas acudieron el 27 de mayo a la Feria del Libro de Madrid. Con capelinas, una a una confeccionadas por Ana de la Librería Mujeres & Compañía, dieron vida al El cuento de la criada, la novela distópica feminista que escribió Margaret Atwood. En ella, las mujeres se mantienen en un segundo plano de la sociedad, relegadas a cumplir su labor reproductiva en la sociedad.

Las participantes desfilaron con cajas con nombres de autoras como Hildegart, Gloria Fuertes, Emilia Pardo Bazán, Mary Wollstonecraft o Ángeles Caso. Guiños literarios para que no ocurra como en la república de Gilead que describió Atwood, donde la genealogía feminista quedó escondida. "¿Y para qué es esta biblioteca? ¿Solo van a poder entrar mujeres?", preguntaban algunos hombres que se topaban con el acto. "Sí, es una biblioteca pública especializada en el tema de mujeres. Puede entrar todos", les respondía Marisa. "También autores detractores y defensores de las mujeres. Pero no necesitamos que nos defiendan, lo que necesitamos es que nos dejen en paz. Que yo no necesito que nadie me defienda, lo que necesito es que nadie me dé una hostia", me responde a mí.

Otras bibliotecas

La Biblioteca de Mujeres de Madrid no es una excepción en Europa. En 1926 grupos de movimientos sufragistas fundaron la ahora llamada National Library of Women en Londres; París tiene la Biblioteca Marguerite Durand creada en 1936 por una periodista; y Amsterdam cuenta con la International Information Centre and Achives of the Women's Movement que fundaron en 1935 tres mujeres feministas. Antes de éstas, en 1909, Francesca Bonnemaison inauguró la Biblioteca Popular de la Dona en Barcelona, el primer centro de Europa dedicado en exclusiva a la formación cultural de las mujeres. "Un espacio donde combinar lo útil con lo agradable", definió Bonnemaison.

Aunque han ido cambiando con el paso de los años, todas ellas mantienen el mismo objetivo por las que fueron creadas: reivindicar los derechos de las mujeres. "Existe la necesidad de conseguir información, la necesidad de conocer nuestra historia, preservar la memoria de las mujeres, compartir y facilitar el conocimiento y la información y promover la investigación pretendiendo que algún día se pueda elaborar una historia no androcéntrica", afirma Marisa.