FYI.

This story is over 5 years old.

Identidad

Las personas trans necesitan más apoyo frente a la violencia doméstica

No solo sufren un riesgo mayor, sino que además los riesgos a los que se enfrentan son únicos.
Foto de Štefan Štefančík vía Unsplash

Sasha escribe una carta a su costilla. "Según cuenta la historia, fuiste arrancada de Adán para crear a Eva. Un pedazo sacado del hombre para crear a la mujer", dice. "En mi cuerpo, sin embargo, te mantuviste firme e inquebrantablemente fuerte frente a las grandes manos que te agarraban, conforme el resto de mi cuerpo era tratado como un objeto".

La carta es una de las decenas ―dirigidas a partes individuales del cuerpo o al cuerpo completo― escritas por víctimas transgénero de violencia doméstica a manos de sus parejas, que se están recopilando como parte de la antología de próxima publicación titulada Enough is enough (algo así como "basta ya"). Las personas LGBTQI sufren un riesgo significativamente mayor de sufrir violencia a manos de sus parejas y estos documentos dan voz a este patrón de violencia que tan a menudo se pasa por alto, además de ahondar en las tensas relaciones corporales que pueden subyacer tras este tipo de abuso. "Su ira era difícil de medir", dice otra carta. "Nunca podíamos estar seguros de cuándo iba a estallar, así que tratábamos de complacerle. Hemos pasado muchas cosas juntos, cuerpo".

Publicidad

Te puede interesar: La refugiada trans que busca asilo en España

Un reciente estudio que abarca seis continentes y 40 años de investigación llevado a cabo por el académico norteamericano Adam Messinger es el primer esfuerzo detallado por documentar la dinámica de la violencia a manos de la pareja entre las comunidades LGBTQ. "La investigación y los recursos sociales se han centrado siempre en las relaciones abusivas de las personas cisgénero (es decir, no transgénero) y heterosexuales", explica Messinger, Profesor de Estudios de Género en la Universidad del Noreste de Illinois. "Y esto ha sucedido a pesar de décadas de estudios a pequeña escala que insinuaban que es posible que se produzcan más abusos en las relaciones de las personas LGBTQ".

En comparación con la tónica general dentro de la comunidad cisgénero, Messinger descubrió que las personas trans presentaban un riesgo mayor de sufrir violencia a manos de sus parejas y que la violencia a la que se enfrentan es, de muchas formas, única. Esto incluye las causas, las tácticas y los resultados del abuso, además de las barreras mentales que impiden escapar a la víctima. Pero la cuestión central que impulsó esta investigación era saber por qué el número de víctimas era mucho más elevado entre estos grupos. Aunque hace hincapié en que nunca existe un solo factor causal tras el abuso (y que existen innumerables variaciones de un caso a otro), el estudio de Messinger apunta a ciertas causas potenciales que son exclusivas de las comunidades LGBTQ.

Publicidad

Por parte de quien comete los abusos, afirma Messinger, la violencia de pareja puede convertirse en su forma de canalizar el estrés que provoca la discriminación, o el sentimiento de que no tiene control sobre su propia vida. Mientras tanto, por parte de la víctima, su historial de discriminaciones sufridas en el pasado puede debilitar su decisión de escapar o de buscar ayuda. Puede que haya empezado a interiorizar el estigma que la sociedad le ha asignado y quizá incluso de algún modo sienta que merece el abuso.

La falta general de servicios de apoyo a los grupos trans frente a la violencia por parte de la pareja también puede agudizar la violencia, según Messinger. "Puede que los agresores sientan que si comienzan los abusos y los van incrementando no sufrirán repercusiones porque perciben que las víctimas no tienen ningún lugar al que recurrir en busca de ayuda", afirma.

"Contrariamente a la extendida idea de que el único abuso 'real' es el físico, las tres formas ―física, psicológica y sexual― están presentes en las comunidades trans"

Contrariamente a la extendida idea de que el único abuso "real" es el físico, Messinger indica que las tres formas ―física, psicológica y sexual― están presentes en las comunidades trans y que todas ellas pueden ser igual de nocivas. Sin embargo, se descubrió que cada una de estas categorías tenía características únicas en la violencia doméstica contra las personas trans. Estas incluían abuso verbal homófobo o transfóbico, acusar a la víctima transgénero de no ser suficientemente "hombre" o "mujer", negarse a respetar la identidad de la víctima o impedir que acceda a las hormonas y atacar físicamente las partes específicas del cuerpo de una persona transgénero que tienen una importancia destacada a la hora de definir su género, como los pechos. El estereotipo erróneo de que las personas LGBTQ son híper sexuales también puede emplearse para justificar la violencia sexual, por ejemplo afirmando que la víctima debe "disfrutar" al ser violada.

Publicidad

Messinger afirma que son estas dinámicas y estrategias específicas de la violencia doméstica por parte de la pareja las que se han pasado ampliamente por alto por parte de los servicios de ayuda a las víctimas de violencia.

Peter Kelley es gerente de servicios de en Galop, una asociación benéfica anti violencia LGBTQ+ con sede en Londres. "Si una víctima acude directamente a la policía, las cosas no irán bien porque gran parte de los servicios que se han creado para la mayoría no son seguros para las personas trans y no están dirigidos a ellas", afirma. "Por ejemplo, si una mujer trans ha sido violada o agredida sexualmente y va a denunciarlo, tendrá que explicar qué le ha pasado y eso podría significar revelar más sobre su identidad y su cuerpo de lo que quizá ella querría, y sentirse incómoda y poco segura ofreciendo según qué datos".

En el caso de las víctimas trans, los problemas comunes de que se confunda su género o que los demás no comprendan sus cuerpos o sus experiencias pueden agravarse por problemas adicionales que quizá no se reconocen o no se tienen en cuenta en los servicios tradicionales. Estos pueden incluir problemas de salud mental, historial previo de abusos o acoso sexual, o un pasado como trabajador o trabajadora sexual. Además, Kelley indica que la mitad de los clientes de Galop no son blancos y entre ellos se incluyen refugiados. Esta interseccionalidad puede producir capas adicionales de discriminación que reducen las probabilidades de que la víctima denuncie el abuso.

Dado que la mayoría de víctimas de violencia doméstica son mujeres y niñas, Kelley indica que quienes no se identifican estrictamente con esta clasificación pueden verse a veces excluidos de algún servicio especializado, por ejemplo alojamiento para los refugiados. Sin embargo, insiste en que Galop no busca menoscabar este tipo de servicios o poner en duda que haya que centrarse proporcionalmente en las mujeres y las niñas.

El libro de Messinger ofrece recomendaciones específicas para equipar mejor a las personas que crean las políticas y a quienes ofrecen este tipo de servicios. "Algunos de los cambios que es preciso hacer son cosméticos, para incrementar las probabilidades de que las víctimas LGBTQ se sientan seguras recurriendo a estos servicios", afirma, indicando la necesidad de designar un servicio específico para las comunidades LGBTQ en lugar de presuponer que las descripciones de género neutro serán suficiente. "Pero esto solo es el comienzo", continúa. "Es necesario que las organizaciones y los proveedores de servicios que deseen ayudar a las víctimas LGBTQ de violencia doméstica por parte de sus parejas vayan un paso más allá y también ajusten sustancialmente los servicios". Lo ideal sería que se incluya una formación sobre LGBTQ para el personal, que se proporcionen hormonas y que se ofrezca asesoramiento sobre salud mental especializado en la violencia de pareja contra las personas trans, como las actitudes transfóbicas y las barreras mentales que les impiden buscar ayuda.