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Identidad

Cuando tus hijas se unen a Estado Islámico

Al principio, Olfa Hamrouni se sintió feliz de que sus hijas hubieran redescubierto el Islam. Después huyeron de casa para ir a un campo de entrenamiento yihadista.
Olfa Hamrouni with a picture of her daughter Rahma. All photos by Costanza Spocci

Olfa Hamrouni se seca las lágrimas del rostro con la esquina de su hijab con estampado de flores. Señala las fotografías colocadas frente a ella sobre la mesa. Dos jóvenes rostros le devuelven la mirada: sus hijas, que actualmente se encuentran retenidas por la milicia anti-Estado Islámico en Trípoli, Libia, después de que violentos extremistas las radicalizaran.

"Nadie en el barrio me habla", dice mirando hacia sus dos hijas pequeñas, que la observan desde la cocina de su modesta casa situada en un barrio residencial de Túnez. "Las demás familias no dejan que sus hijos jueguen con mis hijas. Dicen que son terroristas".

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Túnez es el mayor exportador de militantes yihadistas del mundo. Según la ONU, más de 5.500 tunecinos de entre 18 y 35 años se han unido a organizaciones militantes, incluyendo Estado Islámico y el Frente al-Nusra, afín a al-Qaeda, por los territorios de Siria, Irak y Libia. De este número, 700 son mujeres.

Estaban preparando sus almas para morir

Los motivos de las mujeres para unirse a grupos extremistas violentos a menudo se examinan con mayor detalle que los de los hombres, pero la Dra. Erin Saltman, investigadora sénior contraria a las actitudes extremistas en el Instituto para el diálogo estratégico (ISD, por sus siglas en inglés) en Londres, considera que esta respuesta es ingenua y sexista.

"Las mujeres llevan mucho tiempo formando parte de movimientos violentos y extremistas, desde la izquierda más radical hasta la derecha más conservadora, tanto como combatientes como ejerciendo el papel de dirigir la logística o las comunicaciones", afirma la Dra. Saltman. "No comprendemos por qué mujeres de muy diversas procedencias y rangos de edad se unen a los movimientos islamistas extremistas y violentos, porque creemos que son movimientos que oprimen profundamente a las mujeres".

"Sin embargo, la propaganda que se difunde entre las mujeres es en realidad muy empoderante y se basa en ideas que hablan de hermandad entre mujeres, sensación de pertenencia, empoderamiento, realización espiritual… y es algo que los occidentales no somos capaces de ver. Es más como un poderoso discurso de construcción de una utopía, como las tácticas empleadas por los soviéticos y los nazis".

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La Dra. Saltman explica que los motivos para la radicalización tanto de hombres como de mujeres son muy diversos. "Cuando observamos a las mujeres que se han unido [a grupos extremistas], vemos un amplio rango de edades que van de los 13 a los 45 años. Algunas van con sus maridos, otras en soledad, otras con amigas. Algunas con sus novios, otras deseando contraer matrimonio nada más llegar a su destino y otras se unen porque creen que pueden luchar como combatientes", explica. "Es una especie de miscelánea y lo que hacen los reclutadores y la propaganda es tomar agravios muy localizados y personalizados y trasladarlos a su ideología".

Las hijas de Hamrouni se volvieron vulnerables al reclutamiento por parte de los extremistas islámicos en 2012, un año después de que la Revolución del Jazmín de Túnez derrocara al dictador Zine el-Abidine Ben Ali y su régimen laico. La dinámica de ese país del norte de África cambió radicalmente conforme los extremistas religiosos comenzaron a poder hacer proselitismo abiertamente. Los sacerdotes salafistas establecieron dawah —carpas para la educación islámica— por todo el país, desde las que ofrecían sus sermones.

En aquella época, el hogar de Hamrouni estaba atravesando problemas. Hamrouni se divorció de su marido en 2011 y le costaba mucho mantener el control de sus cuatro hijas estando sola. Su hija mayor, Ghofran, que ahora tiene 18 años, desafiaba a su madre llevando maquillaje y cortándose el pelo y Rahma, un año más joven, fue expulsada del colegio por discutir con los profesores.

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En 2012 apareció una carpa frente a su casa y Ghofran entró para obtener información. Salió de allí llevando un niqab y Rahma no tardó en seguir sus pasos. Destruyeron sus CD de música rock, que anteriormente les encantaban, y Rahma tiró su guitarra. La música occidental era tabú en el mundo que ahora las estaba consumiendo.

Hamrouni dice que al principio se sintió feliz de que sus hijas hubieran encontrado algo que diera sentido a sus vidas, pero aquello rápidamente se puso feo cuando empezaron a criticar a la familia por ser infieles. Las chicas empezaron a radicalizar a sus hermanas pequeñas, Taysin de 11 años y Aya de 13, impidiendo que fueran al colegio. Hablaban de la yihad y de Siria, y aquel tormento provocó en Aya tal consternación que dejó de comer.

"Estaban preparando sus almas para morir", dice Hamrouni, ordenando las fotos que hay sobre la mesa. "Cuando oyeron hablar de un combatiente de Estado Islámico que había fallecido en Siria, fueron a casa de esa persona a felicitar a su madre".

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Andaban mal de dinero, así que Hamrouni llevó a su familia a Libia en 2014 para encontrar trabajo como limpiadora. Al cabo de unas semanas, Ghofran viajó hasta un campamento de entrenamiento militar yihadista en Sirte, uno de los bastiones de Estado Islámico en Libia. Hamrouni regresó con la familia de nuevo a Túnez, pero Rahma no tardó en escaparse para unirse a su hermana.

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Hamrouni se frota los ojos, agotada por revivir esos dolorosos acontecimientos. Taysin la observa en silencio, como una madre observaría a su hijo. Su mirada se mantiene inalterable mientras Hamrouni continúa con su historia: que Ghofran se casó con un combatiente de Estado Islámico y se quedó embarazada. Rahma contrajo matrimonio con Noureddine Chouchane, supuestamente uno de los cerebros tras el ataque en 2015 a un complejo turístico cerca de Sousse, Túnez.

Los ataques aéreos por parte de EE. UU. el pasado febrero en Sabratha acabaron con la vida del marido de Rahma, y entonces ella envió un apasionado mensaje de texto a su madre: "La situación es peligrosa y puede que yo muera. Reza para que me convierta en mártir". Hamrouni la llamó, pero aun así Rahma se negó a volver a casa. El marido de Ghofran también murió en un ataque aéreo y las hermanas, junto con el bebé de Ghofran, fueron capturadas y permanecen retenidas por una milicia anti-ISIS en Trípoli.

Hamrouni está desesperada por traer a sus hijas y a su nieto de vuelta a Túnez. Ha contactado con las autoridades para exponerles su situación y ha lanzado peticiones en la televisión nacional, pero eso no ha hecho sino aislar todavía más a la familia del resto de la comunidad, debido al estigma que supone estar asociada con terroristas, especialmente para las mujeres. "A nuestro país no le importan los niños", afirma. "Mis hijas se marcharon y perdieron su futuro".

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Mohammed Iqbal Ben Rejeb es un hombre que lucha incansablemente al lado de Hamrouni y también junto a otras familias que han perdido a sus hijos a manos de grupos extremistas violentos. Dirige una organización llamada RATTA (Asociación de Rescate de Tunecinos Atrapados en el Extranjero) que trata de presionar al gobierno para que facilite el regreso de los ciudadanos tunecinos de modo que al menos puedan ser juzgados en su tierra natal. También ha hecho campaña para crear programas de rehabilitación que ayuden a quienes hayan sido radicalizados por extremistas islámicos.

Ben Rejeb fundó RATTA en 2012, después de que su hermano fuera radicalizado y viajara a Siria. Regresó una semana más tarde, cuando se dio cuenta de que había cometido un error. Ben Rejeb afirma que lo que le incitó a crear RATTA y ofrecer apoyo a otros padres que sufrían en circunstancias similares fue ver las lágrimas de su madre.

Aunque Ben Rejeb ha trabajado muy duro para mantener RATTA en activo, la falta de apoyo le va a obligar a cerrar la organización este año. Es un duro golpe para quienes se apoyan en él para luchar contra la aparente intransigencia del gobierno tunecino ante la perspectiva de abrir un diálogo con esas familias. También se siente decepcionado por la falta de investigación en torno a los programas de anti-radicalización y rehabilitación, que según Ben Rejeb brillan por su ausencia en Túnez.En lugar de ello, el gobierno tunecino lanzó una ley antiterrorista en respuesta a los ataques del Museo Bardo de Túnez en marzo de 2015, con vistas a supervisar más de cerca las mezquitas controladas por extremistas. Pero muchos tunecinos se quejan del aumento del acoso, que puede hacer que la gente sea más vulnerable ante los extremistas.

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"Creo que la comunicación y el diálogo son fundamentales en este espacio", afirma la Dra. Saltman. "Solo escuchas a quien quieres escuchar y entonces te radicalizan, una de las primeras cosas que suceden es que la gente te dice que no escuches a los medios oficiales y que no hables con otras personas sobre el tema. El simple hecho de entablar un diálogo ha demostrado sembrar la semilla de la duda con mucha mayor eficacia".

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En su trabajo, ella dirige la Red de Activismo Civil de la Juventud del ISD, que ha lanzado laboratorios de innovación para jóvenes que reúnen a jóvenes activistas y creativos para desarrollar sus propios discursos contra el odio y el extremismo. "Estas iniciativas se basan en la igualdad y no en jerarquías que dicen a los jóvenes que no se hagan terroristas", afirma. "Es mucho mejor que los jóvenes hablen con otros jóvenes para convencerles de que formen parte de la cultura positiva contraria al terrorismo. Estos proyectos hacen que no pierda la esperanza de un mundo mejor".

El ISD también ha estado trabajando con Extreme Dialogue (Diálogo Extremo), un programa de anti-radicalización para colegios que ya se ha implementado en Canadá y el Reino Unido y que pronto se pondrá en marcha en Alemania y Hungría. Una de sus estrategias es dialogar sobre el extremismo violento en el espacio seguro de un aula, empleando las historias de antiguos extremistas y supervivientes de ataques para crear un contexto emotivo.

Sin embargo, en países como Túnez, donde mucha gente carece de acceso a los servicios más básicos, resulta más difícil implementar este tipo de programas.

Para Hamrouni, todo consiste en superar el día a día y en tratar de mantener unida a su familia. Teme que sus hijas mayores hayan hecho vulnerables a Aya y a Taysir. La sola idea de perderlas a ellas también es más de lo que puede soportar. "Me gusta mi religión", afirma, "todos somos musulmanes, al fin y al cabo. Yo quiero que ellas [mis hijas] recen, pero no quiero que se vuelvan extremistas".