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Identidad

La actriz del siglo XIX cuya riqueza y sexualidad fueron su perdición

Adah Isaacs Menken surgió como de la nada para convertirse en la actriz mejor pagada de la era de la Guerra Civil Norteamericana, pero sus múltiples amoríos, su actitud frívola hacia el dinero y su frecuente desnudez no tardaron en servir de carnaza...
Photo via Wikimedia Commons

Justo antes de su muerte a los 33 años de edad, Adah Isaacs Menken compartió una misteriosa interpretación de su legado en una carta escrita a un amigo: "Ya no cuento para el arte ni para la vida. Aun así, visto en perspectiva, ¿no he probado a mi edad más cosas de la vida que la mayoría de mujeres que viven hasta los cien años? Es justo entonces que me vaya donde va la gente anciana". En aquella época vivía en la pobreza en París; se rumoreaba que Menken, la actriz mejor pagada del período de la Guerra Civil Norteamericana, se había gastado su fortuna en el juego.

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Aunque pueda parecer que el concepto de celebridad es algo reciente, la cultura norteamericana lleva amando, alabando y desechando cruelmente a sus celebridades femeninas desde principios del siglo XIX. Una de esas celebridades fue Adah Isaacs Menken, cuyo ascenso a la fama fue escandaloso incluso para nuestros estándares contemporáneos. Se encargó de crear varias historias alternativas en torno a su pasado personal, incluyendo que había nacido en Louisiana como criolla católica, que había nacido en Nueva York, que había nacido en La Habana, que su padre era un esclavo negro liberado y que era judía. Se casó al menos cinco veces, tuvo romances extramatrimoniales, fue acusada de bigamia, escribió poesía, adoptó un estilo de moda andrógino, mantuvo amistad con escritores como Walt Whitman y se entregó a una vida bohemia.

Pero como la celebridad es voluble, conforme la fama y la fortuna de Menken eclipsaban su reputación como actriz fue castigada y humillada por los medios hasta tal punto que finalmente huyó a Europa. Al final de su carrera, los artículos de la prensa norteamericana ponían de relieve su materialismo y lo vinculaban a su estilo de vida sexualmente transgresor. Para los medios de comunicación, ser una actriz educada y sumisa era aceptable, pero ser una actriz rica que hacía ostentación de su riqueza y su sexualidad era grotesco y más propio de una prostituta.

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En el siglo XIX, el concepto del trabajo femenino se complicaba debido a un sistema patriarcal que colocaba a las mujeres en una situación en la que trabajar fuera de casa era en ocasiones necesario para sobrevivir, aunque el lugar adecuado y respetable para una mujer seguía siendo el hogar. De forma generalizada, las mujeres privadas eran las que se quedaban en casa y encarnaban los valores asociados al culto a la verdadera femineidad, pero las "mujeres públicas" a menudo se identificaban como prostitutas. Sin embargo, conforme la industrialización de Norteamérica arrebató a las mujeres su capacidad de sobrevivir con trabajos tradicionalmente domésticos, muchas mujeres se vieron obligadas a salir del hogar y ponerse a trabajar en las fábricas para ganarse la vida.

El trabajo en las fábricas era muy intenso, físicamente peligroso y emocionalmente deprimente; además, los salarios eran muy bajos y no existía la posibilidad de escalar a nivel económico o social. En la década de 1860, las trabajadoras de las fábricas de Nueva York ganaban un salario medio de 2 dólares a la semana, mientras que las operadoras de máquinas de coser ganaban unos 4 o 5 dólares a la semana, sin incluir alojamiento y comida. Por contraste, según Olive Logan, contemporánea de Menken cuyas palabras se recogen en el libro de Claudia D. Johnson American Actress: Perspective on the Nineteenth Century (Actriz norteamericana: perspectiva sobre el siglo XIX), durante la década de 1850 una actriz media ganaba aproximadamente entre 40 y 60 dólares a la semana y una actriz popular entre 5.000 y 20.000 dólares al año.

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Conforme la idea de trabajar como actriz empezó a ser ligeramente más aceptable, se amplió para incluir al creciente número de mujeres que se adentraban en el mundo de los escenarios. Pero a pesar de los grandes pasos para profesionalizar y gentrificar el trabajo en los teatros, la reputación de una actriz siempre era menos respetable que una costurera o una maestra de escuela. Dado que el teatro se comprendía como "arte encarnado" —una tarea que depende del uso del cuerpo como vehículo de expresión— y se vinculaba a la prostitución, cualquier muestra deliberada del cuerpo femenino provocaba malestar. Solo unas pocas actrices de teatro fueron capaces de mantener la apariencia de virtud femenina mientras disfrutaban de carreras lucrativas. (La carrera de la cantante de ópera Jenny Lind, por ejemplo, es una muestra de cómo un intenso marketing positivo y las obras de caridad podían preservar una buena reputación: Lind se las ingenió para mantener su impecable estatus entregando la mayor parte de su dinero a asociaciones benéficas, incluyendo la financiación de colegios gratuitos en su Suecia natal. También ayudó a construir iglesias en Chicago y en Andover, Illinois). Sin embargo, las actrices eran en su mayoría figuras que tenían dificultades para navegar en los espacios que separaban lo público de lo privado, la respetabilidad de la notoriedad y la riqueza de la pobreza.

Aunque Adah Isaacs Menken salió por primera vez a la luz pública gracias a sus escándalos matrimoniales, sobre todo se la recuerda por su encarnación teatral del trágico tártaro de Lord Byron, Iván Mazepa. Cuando Menken interpretó este papel "de pantalones" —es decir, cuando una actriz aparece vestida de hombre— por primera vez, causó sensación. Interpretó su escena vestida con un ajustado mono de color carne con el que parecía estar desnuda. A continuación la ataban a lomos de un caballo, que subía al trote por una rampa y desaparecía. Este elaborado y peligroso truco le valió muchos halagos a Menken, le garantizó el trabajo en el futuro y le granjeó una reputación de actriz destacable.

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"Nos hemos sentido inevitablemente conmocionados por el genio mostrado por la dama cuyo nombre encabeza este artículo", escribía un crítico en el Milwaukee Daily Sentinel en 1861, el año de la primera interpretación de Menken del personaje Mazepa. "Tanto si viene de alta como de baja cuna, posee unas cualidades excepcionales y en su composición se encuentran todos los elementos de la nobleza". En este artículo y en otros similares se describía a Menken como poseedora de la capacidad de trascender tanto la clase como la adecuación femenina ("baja cuna" podía fácilmente hacer referencia a la pobreza y también la prostitución) y también de hacer gala de grandes dotes y talento artísticos.

Aparte de su finalidad promocional, este tipo de artículos no tardó en convertir a Menken en un ídolo a ojos de los lectores. Describían su belleza, informaban de sus muchos talentos, cotilleaban sobre su matrimonio y proporcionaban detalles "íntimos" sobre su vida. Después de interpretar a Mazepa, Menken ya no pudo volver a ser una actriz anónima: se convirtió en "la Menken".

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Misteriosa y provocativa, aunque no suficientemente adinerada o poderosa como para causar problemas serios, Menken fascinaba a las audiencias de Estados Unidos y toda Europa. Pero, como indica Renee Sentilles en su libro Performing Menken (Representando a Menken), aquello no duró mucho. "Cuando alcanzó aquel punto álgido de fama, sus siempre controvertidas interpretaciones se volvieron realmente peligrosas a ojos de los empresarios teatrales más conservadores", escribe Sentilles.

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Cuando su fama llegó a lo más alto, Menken se convirtió en un símbolo de los excesos femeninos. Sus logros financieros se detallaban en varios periódicos, pero a menudo junto a reseñas que se burlaban de ella o cuestionaban su reputación. Parecía que cuanto más dinero ganaba Menken, peor aspecto tenía a ojos de los demás.

Esto también sucedió muy rápidamente. En el transcurso de tan solo cinco años, Menken pasó de ser una adorable ingenua a ser una despreciable vieja estrella. Hacia el final de su carrera, se consideraba que Menken era una mujer degradada, fornicadora, avariciosa y frívola. En 1866, el Daily Columbus Enquirer publicó una dura crítica de Mazepa en el Broadway Theater:

La mayoría de los críticos de teatro ponen los ojos en blanco ante la interpretación "a pelo" de ese notable animal, la señorita Adah Isaacs Menken… El disfraz que lleva… es uno eminentemente adaptado para un clima cálido o para algún tipo de civilización que trata de invertir lo mínimo posible en muselina con fines de vestimenta. Su modelo…parece haber sido el de la madre Eva en persona, en el jardín del Edén, a excepción de la hoja de parra, que evidentemente Menken considera una trivialidad demasiado recatada totalmente injustificada para los gustos imperantes en Broadway.

Si los críticos no la tomaban en serio, ¿por qué iba a hacerlo el público? El periodista no solo arremete contra el talento de Menken posicionándola como un objeto de ridículo más cercano a un monstruo de feria que a una actriz, sino que también la compara con el caballo que salía a escena… un guiño obvio a su sexualidad "animal".

Otra demoledora opinión publicada en 1866, "Burla del éxito de una mujer en decadencia", demuestra lo profundamente que llegó la riqueza material de Menken a identificarse con su reputación de mujer escandalosa. El escritor comienza el artículo identificando a Menken con sus posesiones: "sus diamantes, su dinero, su femme de chambre y todo su costoso armario". Tras caracterizar a Menken como una mujer excesivamente rica con tendencia a la codicia, el escritor completa su exhaustivo catálogo del materialismo de Menken: "joyas y trajes caros, abanicos enjoyados… su cabello, su cuello y su escote empolvados con polvo diamantes auténticos". Lo que sigue es el retrato de una mujer que está realmente hecha de dinero; el cuerpo de Menken se transforma en diamantes y su sexualidad también se cuestiona en términos monetarios.

Cuando Menken falleció en 1868 en París a causa de una misteriosa enfermedad (algunos han sugerido tuberculosis o cáncer), acababa de terminar un escandaloso amorío con el novelista Alejandro Dumas, mucho más mayor que ella. No dejó nada de valor ni dinero, de modo que quizá los rumores acerca de su adicción al juego eran ciertos. Sin embargo, la figura de una mujer tan acaudalada que podía permitirse arriesgarlo todo en un pasatiempo tan masculino como apostar podría interpretarse como un perverso triunfo. Toda la carrera de Menken fue, después de todo, un riesgo constante.


Otras fuentes consultadas durante esta investigación son "Representando la concienciación: Burlesque, transgresión feminista y las pin-ups del siglo XIX", publicado en The Drama Review en 1999 y Women in American Theater (Las mujeres en el teatro norteamericano), escrito por Chinoy, Helen Krich Chinoy y Linda Walsh Jenkins.