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Identidad

'Me han echado de dos parroquias': conversaciones con cristianas y lesbianas

Conocemos el testimonio de cuatro mujeres que concilian su fe cristiana con su identidad sexual enfrentando las críticas y el rechazo de una parte de la Iglesia.
FOTO DE KELLY KNOX VÍA STOCKSY

Peligrosas, borrachas y enfermas mentales. Así se describía a muchas lesbianas durante la dictadura franquista en la que los homosexuales, o cualquier comportamiento que ellos consideraran "desviado", fue duramente represalido por las fuerzas del regimen. La Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social de 1970 pasó a reemplazar la Ley de vagos y maleantes, de 1933, aunque la dureza de su contenido era bastante parecida: penar, por ley, a todas las personas del colectivo LGBTQ, ya no solo que lo fueran, sino que lo parecieran.

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Pero cuando la realidad sexual entroncaba con la fe religiosa, el dilema podía ser aún mayor. Muchas mujeres tuvieron –y tienen aún hoy– que lidiar con una realidad difícil e incomprensible para algunos. Aceptar su identidad sexual dentro de la fe cristiana, y convivir con esas dos realidades que la Jerarquía de la Iglesia aún parece reacia a querer aceptar.

Conocemos el testimonio de cuatro mujeres que vivieron el franquismo y la Guerra Civil y que se definen como lesbianas y cristianas, un colectivo cada vez más visible y que reivindica con fuerza su espacio en la Iglesia católica.

Paulina Blanco, 66 años

"Yo no sabía lo que me pasaba, no podía saber lo que era", así empieza el relato de Paulina Blanco, nacida en plena postguerra, en el año 49. "Entonces eran años de oscurantismo, la vida se desarrollaba en blanco y negro, especialmente en negro, y cuando descubrí que era homosexual estaba viviendo en Toledo y además iba a un colegio de religiosas". La fe le llegó con el bautismo, al nacer, pero del lesbianismo empezó a tener consciencia durante la adolescencia. "¿A quién podía explicar esos sentimientos? A nadie", rememora. De aquella época educaban a las niñas a la obediencia, a la sumisión. Primero, a obedecer a los padres, a la Iglesia y al profesorado. Y después, al marido. "Era la filosofía del franquismo junto con el catolicismo más recalcitrante. Te hablaban de sumisión en el colegio, y también en Sección Femenina".

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Me han echado dos veces de dos parroquias distintas por mi condición de lesbiana

Durante muchos años, Paulina lo ocultó, no se lo contó a nadie. Más adelante conoció a Encarnita, su actual esposa, quien entonces tenía menos de 21 años y era menor de edad. Paulina tenía 23. "Conocerla fue como resolver ese enigma que se me había planteado durante tantos años, se hizo la luz, veo que lo que me pasa a mí, también le pasa a más gente", relata con serenidad. Lo que primero empezó como una amistad, desembocó en una relación amorosa en pleno franquismo. Corría el año 1972 y desde 1970 era aplicable la Ley de peligrosidad y rehabilitación social por la que se penaba a los homosexuales (o las "conductas homosexuales"). "Me ha costado muchísimos años reconocerme como tal, yo de ninguna manera me veía como lesbiana. No tenía referentes, no podía contrastarlo con nadie, no tenía televisión y en las novelas solo aparecían parejas heteronormativas".

Paulina lo ha pasado muy mal. Han sido años duros, de ir superando las barreras que le impone la sociedad, la iglesia y el entorno más próximo. Por el camino ha perdido a amigas que han dejado de hablarle, familiares que no han querido saber nada de ella. Su madre murió no sin antes desheredarla. "Yo tenía en mente que lo que estaba haciendo era pecado, pero solo es lo que me habían hecho creer".

Aún a día de hoy, ni Encarnita ni Paulina se sienten acogidas en ninguna parroquia: "Cada día hacemos nuestras lecturas religiosamente, pero aún no hemos podido encontrar una comunidad a la que incorporarnos". A Paulina la han echado dos veces de dos parroquias distintas. "Soy como una oveja sin pastor" –se define riéndose– "pero nuestra búsqueda sigue activa, no desfallece, hasta que no encontremos una comunidad donde sentirnos respetadas y poder ser nosotras mismas".

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Paulina Blanco es una de las fundadoras de la Fundación Enllaç

Irma Llopart, 46 años

Irma fue consciente de su homosexualidad durante la adolescencia, en un ambiente cristiano. Su familia nunca fue muy religiosa, tampoco solía frecuentar la iglesia ni acudir a misas. Ella era la más implicada. De joven, asistió a movimientos juveniles de la Iglesia y entró en contacto con niñas y niños de su edad, y al principio confundía las relaciones de amistad con sus amigas. Era difícil explicar lo que sentía, o lo que le pasaba. Poco a poco, fue abriendo sus sentimientos a gente de este entorno cristiano. "Ellos lo entendieron, entendieron que mis sentimientos eran reales", explica.

La iglesia es plural, somos todos los que queremos formar parte de ella. No es solo la curia vaticana, con toda su fuerza mediática homófoba

A su familia no le supuso demasiado problema, "diría que ya se lo venían venir, los padres tienen un sexto sentido muy desarrollado", argumenta. A medida que han pasado los años, Irma ha ido buscando su lugar como mujer lesbiana en el mundo cristiano. "Es totalmente compatible, la iglesia es plural, somos todos los que queremos formar parte de ella. La iglesia no es solo la curia vaticana, con toda su fuerza mediática homófoba".

Irma Lopart es presidenta de la Associació de Gais i Lesbianes Cristianes de Catalunya (ACGIL)

Juani, 56 años

Juani siempre lo supo. "Desde que tengo uso de razón sé que soy lesbiana y que estoy conectada a la religión católica. Nunca supuso un gran conflicto, porque siempre he pensado que Jesus nos quería a todos, tal y como éramos", me explica por teléfono desde su casa, en Madrid. A Juani nunca le hablaron de religión ni homosexualidad en el seno de su familia. "Vengo de una familia muy humilde, pero muy respetuosa". Juani tuvo una primera oportunidad de decirle a su madre, a los 20 años, que era lesbiana. Su madre le preguntó: "A ti te gustan las niñas, ¿verdad?". Pero en ese momento le salió por peteneras y le contestó que el hijo del panadero era muy guapo, que cómo se le ocurría hacerle esa pregunta. "Sentí que no era mi momento, aún no estaba preparada, aunque mi madre lo hubiera aceptado". No era fácil. Nunca lo fue. Aun teniendo un entorno propicio para ello, reconocerse a sí misma como lesbiana requirió un proceso de aceptación personal. Y el entorno sociocultural de la España postfranquista seguía siendo asfixiante, no ayudaba. Tuvieron que pasar años –muchos– para que lo expresara abiertamente. A su hermana se lo admitió hace catorce años, y a su madre tan solo cuatro. Ninguna de las dos se mostró sorprendida.

Nunca supuso un gran conflicto, porque siempre he pensado que Jesus nos quería a todos tal y como éramos

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Juani se movió siempre en espacios creyentes, salvo durante ocho años que no se sentía capaz de formar parte de ninguna comunidad aunque "la fe siempre seguía". "He tenido mis crisis, mis conflictos, de preguntarme si estaré equivocada, si en realidad me gustan los hombres, me he analizado mucho. Pero no, yo soy así, soy como soy", me explica. Juani dice que ella no cree en la pirámide de la iglesia, la jerarquía. "La fe cristiana se reduce a ser buena persona, o al menos a intentarlo. A mí el Papa no me puede juzgar, ni mi vecino, yo creo en Jesús de Nazaret, que es para todos, para ricos, pobres, homosexuales, transexuales, bisexuales…", enfatiza.

También lamenta no haber encontrado a día de hoy una parroquia en la que poder participar y mostrarse tal y como es. Hay una parroquia al lado de su casa en la que le encantaría participar, pero no puede. De nuevo, la inmovilidad de cierto conservadurismo eclesiástico se impone a la diversidad y al amor. Aunque a Juani le gusta el nuevo Papa Francisco, no cree que a corto plazo nada de esto vaya a cambiar.

Juani es activista y miembro de Nueva Magdala y Mujeres y Teología

María José Rosillo, 47 años

María José Rosillo nació y se educó en un pueblo de Sevilla en el seno de una familia un tanto diversa, su padre era muy de izquierdas y su madre muy religiosa. "Mi educación fue una mezcla de muchas cosas", me explica. A los 17 años, María José tuvo su primera experiencia con un chico, pero la cosa no funcionó, "no era por dónde yo tenía que ir". En ese momento no sabía explicarse por qué, pero más adelante lo descubriría.

A los 23 años me hice monja, pero entendí que tenía que salir si quería vivir con coherencia

La confusión le llevó a ingresar como monja en la congregación religiosa donde se había educado, a la edad de 23 años. No duró mucho, alrededor de un año. "No llegué a hacer los votos, pero pude dedicar mucho tiempo a orar y a reflexionar sobre mí misma hasta que me di cuenta que tenía que salir de ahí si quería vivir desde la coherencia". Al salir, la aceptación e integración de la fe con su condición de lesbiana se hizo algo más dura. "Sentía que no me podía esconder más tiempo", rememora. A los poco más de 20 años, se lo contó a sus padres. Con el resto de la familia no se ha hablado nunca abiertamente del tema. "Tengo contacto muy esporádico con mis primos y la opinión del resto de la familia no me importa".

Fueron años complicados. Por un lado, tenía la necesidad de seguir con la vida religiosa desde fuera; por el otro, quería encontrar a otras personas como ella. "Tardé mucho tiempo en aceptar que yo era así, no había elegido mi condición, ni tampoco mi fe, y todo eso formaba parte de mi vida". En los grupos parroquiales afirma no sentirse acogida, respaldada; sin embargo, ha encontrado en los grupos alternativos o colectivos LGBT ese espacio de convivencia entre la fe y su homosexualidad. "En las parroquias ya ni lo intento", me cuenta con algo de resignación. María José tiene algo de fe en el nuevo Papa –"me gusta mucho, por fin hay un poco de humanidad"– pero tampoco cree que nada vaya a cambiar. "No le van a dejar, no le van a dejar", me repite desde el otro lado del teléfono.

María José Rosillo forma parte de Mujeres y Teología de Sevilla y su blog es Aula Counselling Sevilla