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Identidad

¿Estamos destinadas a convertirnos en nuestras madres?

La ciencia confirma el peor de nuestros miedos: somos nuestra propia madre en muchos aspectos.
Illustration by Penelope Gazin

Sucedió después del trabajo, a eso de las ocho y cuarto. Apenas me había quitado el abrigo antes de poner una a calentar arroz y dos pechugas de pollo. Estaba hambrienta, impaciente, catalogando mentalmente mi día y al mismo tiempo deseando que mi cena se cocinara más rápido. Cuando estuvo preparada, mi marido y yo llevamos nuestros platos al cuarto de estar, donde engullimos bocado tras bocado entre tragos de vino y respuestas a preguntas de La Ruleta de la Fortuna. Ahí es cuando me di cuenta de que me había convertido en mi madre.

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Como muchas niñas pequeñas, al principio quise ser mi madre —me ponía sus tacones y gritaba a mis muñecas como pensaba que ella lo hacía con sus alumnos— y después, desde la adolescencia hasta mis años de juventud, empezó a parecerme aburrida y me juré que nunca, nunca sería como ella. Es decir, ¡¿cómo podría?! ¡No nos parecíamos en nada! Yo me mostraba especialmente crítica acerca de sus relaciones con los hombres. Durante mi adolescencia, hice el juramento de no ser nunca el tipo de mujer que dejaría que un hombre la engañara. Nunca me conformaría ni sacrificaría quién era por ningún tío, fuera quien fuera. Incluso me aseguré de anotar todos los defectos y hábitos irritantes de mi madre en mi diario, para no repetirlos (aunque al mismo tiempo, por supuesto, la quería con todas mis fuerzas y buscaba su aprobación).

De algún modo me mantuve fiel a todas aquellas promesas, pero había comportamientos míos menos obvios que eran muy parecidos a los de mi madre: me aferraba a relaciones que no funcionaban porque me daba miedo estar sola y no me gustaba admitir que la había cagado, especialmente ante mi madre, que siempre trataba de tener la mejor actitud posible. Aunque no quisiera admitirlo, había estado actuando como mi madre mucho antes de empezar a preparar tristes cenas a base de pollo y de refugiarme frente al televisor.

Si nuestro cerebro es un ordenador, nuestras interacciones con nuestros padres son la configuración por defecto

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Los psicoterapeutas llaman a esto patrones heredados de comportamiento, o "las creencias y actitudes que heredamos de nuestras madres, porque pasamos nuestra infancia observándolas, empapándonos de sus pensamientos y comportamientos, del modo en que hacen las cosas y, en especial, del modo en que se ven a sí mismas", explica a Broadly la terapeuta especializada en relaciones madre-hija Rosjke Hasseldine. La neurociencia también respalda estos principios básicos: si nuestro cerebro es un ordenador, nuestras interacciones con nuestros padres son la configuración por defecto y cuando las cosas van mal o nos estresamos en nuestra vida adulta, nuestras neuronas buscan un camino familiar, normalmente el establecido en nuestros primeros años de desarrollo. Esto explica por qué cuando nos sentimos ansiosas y hambrientas preparamos los platos que preparaba nuestra madre, o por qué cuando queremos algo de nuestra pareja empleamos la vocecita de niña que usaba nuestra madre con nuestro padre.

En otras palabras, la ciencia confirma el peor de nuestros miedos: somos nuestra propia madre en muchos aspectos.

La clave para romper este patrón indeseado de 'me he convertido en mi madre' es "comprender quién eres como individuo único, quién es tu madre como individuo único y por qué cada una de vosotras sois como sois", explica Hasseldine. Esto implica observar las personalidades, relaciones y estilo comunicativo de las mujeres de tu familia —especialmente tú, tu madre y tu abuela materna—, así como el contexto socio ambiental en el que cada una de ella fue criada.

Es posible que tu madre no te entendiera. Pero eso se debe probablemente a que nadie se molestó nunca en "entenderla" a ella tampoco

"Lo que sucede entre nosotras y nuestras madres es un reflejo absoluto de cómo se trata a las mujeres en el contexto social o cultural", afirma Hasseldine. "A nivel generacional, la mayoría de mujeres de más de 50, si no han trabajado en ello, a menudo no saben cómo expresar sus necesidades. A las generaciones anteriores no les enseñaron a hacerlo y ese es uno de los peores problemas que existen entre las madres y las hijas hoy en día".

De modo que todos esos gritos de "¡No me entiendes!" que soltaste durante tu pubertad no estaban del todo infundados. Es posible que tu madre no te entendiera. Pero eso se debe probablemente a que nadie se molestó nunca en "entenderla" a ella tampoco y, con toda probabilidad, no fueron solo sus padres quienes la ningunearon, sino también sus novios, maridos, jefes, pastores, compañeros de trabajo y la sociedad en general. Exacto, nuestros problemas con nuestras madres radican parcialmente en la larga historia del sexismo.

"Si una madre está ligeramente desempoderada o es emocionalmente manipuladora de algún modo, es porque no ha aprendido a expresar sus necesidades de forma clara y abierta", explica Hasseldine a Broadly. "Si una hija no entiende por qué su madre se comporta así, debe plantearse lo siguiente: ¿Cuáles son las carencias emocionales en la familia? ¿De qué formas no se escucha a las mujeres? ¿De qué maneras no se satisfacen sus necesidades? Se trata de un patrón heredado y, con frecuencia, las hijas reaccionan contra la madre y la culpabilizan, pero si comprendemos el patrón subyacente y observamos el efecto generacional que provoca y por qué la madre no siente que pueda expresar sus necesidades, madres e hijas podrán empezar a reparar sus relaciones". Y no solo entre ellas, añade, sino también con sus parejas y amigos, y también con otras personas situadas en el extremo receptor de sus comportamientos tipo "estás actuando como tu madre" de mierda.