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Identidad

'Historia de O': la primera novela erótica femenina del siglo XX

Mucho antes de la insípida '50 sombras de Grey', la francesa Anne Desclos publicó 'Historia de O' en 1954, una novela erótica que se convirtió en un objeto de culto y un misterio literario para los intelectuales de la época.
FOTOGRAMA DE LA PELÍCULA HISTORIA DE O DIRIGIDA POR Just Jaeckin

Se estaba por acabar el siglo. Faltaban seis años para abordar el tan inútilmente mentado cambio de milenio y decidió que era hora de confesar. El secreto se había perpetuado por cuatro interminables décadas. Hasta que un día, ella, que tenía 86 años, le reveló a un periodista que era la autora de Historia de O. Cuatro años después, murió. Este, claro, es el final. Pero, primero, hubo una hoja en blanco y un desafío. "Ninguna mujer puede escribir literatura erótica".

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La sentencia la había lanzado un tipo al que pocos le hubieran discutido: Jean Paulhan. Escritor, influyente crítico de arte y encendido intelectual anarquista, su palabra era sumamente venerada en la efervescente Paris de las primeras décadas del siglo XX. La mujer que lo escuchaba era otra brillante intelectual y periodista, que le había sugerido al gran Paulhan —su amante—, que ella también podría escribir algo en el estilo del Marques de Sade.

Esa mujer era conocida como Dominique Aury (un seudónimo que gravitaba a su favor en las competencias literarias, por ser un nombre tanto femenino como masculino). Su verdadero nombre era Anne Desclos y nació en 1907; hija estudiosa de un profesor universitario y obediente discípula de las enseñanzas religiosas de su abuela. Graduada en Letras en la Sorbona, su vida profesional se edificó sobre sus valiosos trabajos como traductora, editora literaria y crítica de cine; fue la única mujer en 25 años que ocupó un cargo en el comité de lectura de la prestigiosa Casa Gallimard, y recibió varios premios por sus poemas y traducciones.

La protagonista es una fotógrafa que acepta la propuesta de su amante de convertirse en esclava sexual

Detrás de esa mujercita pálida y tímida, con su look de mecanógrafa recatada y sus austeros trajecitos grises, había un demonio creativo con una filosa capacidad crítica y salvajes mundos íntimos. Estuvo casada con Raymond d'Argila, un aristócrata violento al que abandonó muy pronto, y con el cual tuvo un hijo. Y tuvo algunos flirteos ideológicos inconfesables; por ejemplo, con la extrema derecha en la década del 30, cuando tenía una visión del mundo adherida a la de su padre. Probablemente esa perspectiva empezó a cambiar a través del amoroso intercambio de esencias con la periodista y militante feminista Edith Thomas, una de las damas con las que entretejió un romance.

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Jean Paulhan y Dominique Aury se conocieron durante la ocupación nazi, cuando ella, enrolada en la Resistencia, distribuía la revista antifascista Lettres Francaises (que en 1945 se editó en Buenos Aires, bajo la tutela de Victoria Ocampo). La atracción fue inmediata: compartían la pasión por la política y la literatura; se admiraban mutuamente y se deseaban, a pesar de que (o especialmente porque) él le llevaba 23 años y estaba casado. En esa reveladora entrevista que le hizo John de St. Jorre en 1994, publicada en el New Yorker ("The unmasking of O"), Dominique confesó la combustión inicial que cocinó su famoso relato: "Ya no era tan joven ni linda, y temí que se desvaneciera el interés que él sentía por mí". Y esa ambición de alcance módico –mantener a su amante en llamas—, la motivó a hilar, con elegante artesanía psíquica e impecable prosa, la más inquietante ficción erótica del siglo XX.

Ella comenzó a enviarle a su enamorado, uno a uno, por correo, los capítulos de su novela. Del otro lado, el regocijo de Paulhan era doble; además de la regia calentura que la dama iba sembrando en él, diseñaba mentalmente el lanzamiento editorial del tesoro que le caía en manos. Tenía una fluida relación con Jean-Jacques Pauvert (el mítico editor que publicó —entre otros célebres libros— los del Marqués de Sade), a quien intrigó durante meses susurrándole que atesoraba el manuscrito de un autor, "que iba a tener un lugar en la historia de la literatura"…. gooHasta que un día se lo entregó.

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Pauvert devoró las páginas esa misma noche. "Es lo que estaba buscando", le dijo a su mujer, según cuenta en La travesía del libro, el volumen en el que compiló su intensa vida editorial. "Voy a marcar época con esto". Al día siguiente, llamó a Paulhan demasiado temprano, ansioso hasta la desesperación. "Quiero firmar el contrato", se entusiasmó. "Y quiero conocer a la misteriosa autora". Del otro lado, la respuesta fue un prolongado acceso de tos; porque, en realidad, otro editor ya había fichado el libro. Jean-Jacques Pauvert partió de su casa dispuesto a comprarle ese contrato a su competidor, y preparado para exterminarlo si no llegaban a un acuerdo. Un voluptuoso cheque de 100 mil francos antiguos lo antiguos lo resolvió todo.

Fotograma de Historia de O dirigida por Just Jaeckin

En julio de 1954, Historia de O fue publicado bajo su otro seudónimo de Pauline Réage. A raíz de la indiferencia de la prensa, se vendía a ritmo aletargado y las malas lenguas comentaban que era una edición clandestina. Un librero parisino sacó rédito del rumor: aseguraba a los curiosos que era un libro prohibido del cual tenía un solo ejemplar, y lo alquilaba a precio de oro. Pero el escándalo se esparcía de todos modos como un bramido silencioso, por el peso de las fantasías inconfesables condensadas en esas páginas.

La protagonista, O, es una hermosa fotógrafa que acepta la propuesta de su amante de convertirse en esclava sexual. Para consumar su entrenamiento iniciático, él la entrega en un espectral castillo, sede de una cofradía sadomasoquista; allí la heroína vive suspendida en una dimensión paralela, en la que es, a diario, desnudada, perfumada, encorsetada, manoseada, azotada y encadenada; es penetrada por hombres a los que ni siquiera puede ver, y hasta el criado que la asiste tiene la potestad de poseerla y castigarla. A medida que transcurre, el devenir de la historia levanta cada vez más la apuesta; y aún así, la minimalista prosa de la autora tensa el relato con tan sobria exquisitez, y expone con tal elegancia la cruda belleza de esas ceremonias brutales, que deja la sensación de no haber vertido una sola palabra de más. Como si hubiera capturado la estructura atómica del deseo.

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En cierto sentido, el libro va un paso más allá que los escandalosos textos del Marques de Sade. Porque la protagonista no es una joven desdichada a merced de hombres impiadosos, sino una mujer empoderada que, voluntaria y activamente, decide sus pasos. "En los libros de Sade no existe la conciencia personal, si se exceptúa la del autor. Pero O sí tiene conciencia, y es esta la que le sirve como atalaya para contar su historia", analizó Susan Sontag en su ensayo La imaginación pornográfica. El nudo del escándalo de esta historia, es que O no se propone como víctima. Su máximo acto de libertad, es elegir esa lúbrica sumisión. Busca su destino en un derrotero de intensa devoción erótica, y parece rendirle tributo a un extraño culto perdido, del cual el resto de los mortales no tiene ni noticia. En algún punto, la debilidad queda del lado de los hombres que la aman o la desean con locura, y sólo atinan a someterla. En cambio, el capital psíquico de O, es su majestuosa entereza que no reclama ningún tipo de piedad: mayor es la dosis de brutalidad que resiste su cuerpo, mejor cimienta la supremacía de su voluntad. Y, contra todos los pronósticos, goza.

Albert Camus, que adoraba el libro, declaró delante de la autora que era imposible que lo hubiera escrito una mujer

Ya lo había advertido Jackes Lacan: "El masoquista es el verdadero amo. El es el amo del verdadero juego". Cuando Historia de O ganó el premio Deux Magots, en 1955, aún todos se preguntaban quién era la pluma fantasma detrás del seudónimo. Albert Camus —que adoraba el libro—, exclamó delante de la autoraque era imposible que lo hubiera escrito una mujer. (Lo curioso es que el personaje de O estaba levemente inspirado en una joven y atractiva amiga de la Aury, Odile, que estaba enamorada de Camus). Se especulaba que el autor podía ser André Malraux; o quizás Raymond Queneau, o George Plimpton… De lo que nadie dudaba, es que esa prosa implacable y esa imaginación diabólica, habían sido derramadas por una fálica pluma con los pantalones bien puestos.

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Tanto Jean Paulhan como Jean-Jacques Pauvert fueron interrogados judicialmente varias veces, y perseguidos por la brigada policial antivicios para que revelaran la identidad de la autora; pero se escudaban en el secreto profesional estipulado en el contrato editorial. Uno de ellos, incluso, sugirió que la libertina podría ser la esposa de un influyente político, para generar un virtual vallado sobre el secreto. Un vínculo de Dominique Aury en las más altas esferas gubernamentales, logró desactivar el intento de censura.

En 1965, el libro se comenzó a vender legalmente en Estados Unidos. Un detalle que no se le escapó al creador de Mad Men, que incluyó en la serie una potente escena en la que se despliega un juego de dominación erótica entre el protagonista (Draper) y su amante (su vecina, Sylvia), que parece recrear un pasaje concreto del libro, o al menos, rendirle homenaje.

Historia de O y su adaptación cinematográfica

En 1970, Alan Klein —el que fue manager de los Beatles y los Stones— le propuso al singular Alejandro Jodorowsky filmar la historia, y lo tentó con un contrato de un millón de dólares; ya le había producido antes El Topo y La Montaña Sagrada. Pero, por algún motivo, Jodorowsky desistió de embarcarse, y huyó repentinamente de las negociaciones para trabajar con el guión de Dune. La venganza del productor desairado fue ocultar todas las copias de sus films durante 30 años.

En 1975, el director Just Jaeckin (que un año antes había alborotado el gallinero global con su taquillera Emanuelle), estrenó su versión cinematográfica de Historia de O. Construida sobre una narración en off y una saturada estética setentista, se apoya en los radiantes encantos de la perturbadora y angelical actriz francesa Corinne Clery (quien luego fue muy cotizada para ser chica Bond en Moonraker). Si bien la ambientación capta cierta atmósfera espectral del texto, quizás, como sucede con muchos libros, la mejor adaptación a la pantalla es la que no se hace nunca.

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En los setentas, el New York Times legitimó el género con la denominación "porno chic" para catalogar este tipo de producciones en las que el erotismo, ante todo, es un fetiche estético, apto para consumo por su elegancia aristocrática. O sea: porno para gente que se empapa de buen cine, para gente con ínfulas intelectuales, porno "para los que no buscan porno". Por supuesto que esta ficción es parte de las sagradas escrituras del mundo BDSM; el símbolo del trisquel allí mencionado es el discreto emblema que identifica actualmente a los miembros de esta comunidad.

Las prácticas BDSM fueron encuadradas como síntomas de trastornos mentales hasta ayer; en 1994 han sido eliminadas de la lista de perversiones del manual de la Asociación Norteamericana de Psiquiatría, que ostenta el poder fáctico de establecer los criterios por los cuales los guardianes de la salud mental nos condenan a la hoguera del diagnóstico. Con semejante tabú de por medio, vale la pena repasar el amplio arco de interpretaciones que desató esta obra a través del tiempo.

Algunos intelectuales la han comprendido como una denuncia de la sumisión de la mujer en el contexto patriarcal. Otros, han pensado lo contrario: que es una apología de la mujer sometida, que adora a quien la humilla. Y, en realidad, éste último sería el caso de la penosa 50 sombras de Grey: una oda a la manipulación emocional y la violencia (disfrazada de ese romanticismo vetusto que el mercado del entretenimiento adjudica a una demanda femenina), y que nada tiene que ver con una práctica erótica consensuada. También se lo pensó como una metáfora de la humillante predisposición a aceptar lo inaceptable, a la que parece inclinarnos universalmente el amor.

El escritor André Pieyre de Mandiargues —quien prologó la versión norteamericana del libro— la concibe como una obra mística: una descripción metafórica del camino de anulación del ego para ascender a un plano de conciencia superior, que proponen tanto el Zen como otras corrientes espirituales.

En el best seller Sumisión (esa distopía política de Michel Houellebecq que nunca nos pondremos de acuerdo si es racista, oportunista, paranoica o simplemente aburrida), uno de los personajes, Rediger, curiosamente se instala en la mansión que le perteneció a Jean Paulhan, y hace esta reflexión: "Es una idea asombrosa y simple, jamás expresada hasta entonces con esa fuerza, de que la cumbre de la felicidad humana reside en la sumisión más absoluta […]. Para mí hay una relación absoluta entre la absoluta sumisión de la mujer al hombre, tal como la describe Historia de O, y la sumisión del hombre a Dios, tal como la entiende el Islam".

Aunque lo más probable es que la autora nunca haya leído sobre su existencia, el libro está cruzado por el espíritu lúdico del Shibari, el complejo antecesor oriental del bondage. Uno de los fundamentos filosóficos de este antiguo ritual japonés es despojar a la mujer de la culpa ancestral, liberarla del pudor atávico que la atraviesa desde el fondo de los siglos por medio de las ataduras que la inmovilizan mientras estimulan estratégicamente ciertas zonas erógenas; a partir de ahí, el dominante y la sumisa juegan tan suave o tan intensamente como hayan consensuado previamente.

Derramados tantos torrentes de tinta sobre este libro, no es posible finalizar sin volver al principio; más precisamente, al prólogo de Jean Paulhan, el primer fan que, con mucho conocimiento de causa, lo definió como "la más feroz carta de amor que puede recibir un hombre". Amén.