'Solo me dejo atar por mujeres': asistimos a una clase de Shibari
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Identidad

'Solo me dejo atar por mujeres': asistimos a una clase de Shibari

Hitchin' Bitches es un movimiento internacional de chicas interesadas en el Shibari ya que muchas se dejan atar por cualquiera o acuden a pisos de desconocidos, poniéndose en riesgo.

Glü Wür pasa la cuerda de yute bajo mis pechos y la anuda a la barra de bambú. Me mira muy fijamente, atenta a mis gestos, a mi respiración. El resto de mujeres también me miran, algunas ríen. "Déjate ir, es como estar en un globo", me anima Ariel, que se inició en el Shibari hace ocho años junto a un dominante y ahora quiere ser ella la que eche el lazo a otros sumisos. La atadora sigue abrazándome por la espalda, me ata las muñecas, me rodea una pierna, luego la otra, y quedo suspendida. Floto.

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Glü, o Paola, es la organizadora de Hitchin' Bitches Barcelona, un movimiento internacional que surgió desde el feminismo 'queer' y que reúne en ciudades como San Francisco, Londres o Madrid a mujeres amantes de este arte japonés para que puedan compartir sus experiencias con las cuerdas, explorar su sexualidad de forma alternativa y, sobre todo, ser amigas. "Creé este espacio por mi propia necesidad de tener contacto con otras atadoras, sin importar su condición sexual, y lo que busco es que se conozcan, se desnuden si quieren, jueguen con los 'floggings' y hablen en un ambiente seguro". Recalca esto último, la importancia, dice, de unirse y ser fuertes para hacer frente a atadores aficionados, o deliberadamente abusadores: "Muchas chicas se dejan atar por todo el mundo sin conocerlos y acaban lesionadas o acuden a la casa de tipos desconocidos".

Artista y performer chilena, se inició en el Shibari hace tres años primero como modelo, un paso habitual en la trayectoria de muchas atadoras, pero se cansó de depender de los hombres y decidió agarrar ambos estribos de la cuerda. "Solo me dejo atar por mujeres, aunque prefiero atarme a mí misma", explica, porque de esa forma tiene el control total de su cuerpo, marca sus propios límites y eso le excita. Pertenece a una nueva generación de atadoras que pueden abrazarse sin necesidad del otro, como Miss Eris, Maya Homerton o la madrileña Proa Proeza. "Me parece mucho más seguro y súper horizontal atar a una mujer, e incluso puede ser sexual. Cuando ato a un hombre mi energía es diferente, siento que tengo que gustarles, ganármelos, y siempre entro en conflicto conmigo misma", confiesa.

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Ciara, fotógrafa y modelo de Shibari, está tendida en el suelo y Gl le ha anudado las piernas y le enseña cómo pasar la cuerda bajo sus pechos para realzarlos. Melissa e Irene, ambas artistas circenses, también juegan a atarse y bromean. Hay algo en el ambiente que recuerda a una fiesta de pijamas que se ha desmadrado o un aquelarre en donde nadie ha invitado al macho cabrío, porque tampoco lo necesitan.

Hace unos cinco meses que Hitchin' Bitches Barcelona está en pleno funcionamiento y a sus reuniones mensuales acuden unas veinte mujeres, a veces algo menos. Algunas de ellas aspiran a poder suspenderse, explorar el ritual, los límites de su cuerpo, el espacio y el tiempo que se alteran cuando permanecen colgadas; otras, sumisas veteranas, buscan un nuevo recurso para sus juegos. "Lo que me llamó la atención del Shibari es atar en sí, inmovilizar a alguien y tenerlo para mí", cuenta Ayla, que recibe lecciones de bondage de su propio amo, al igual, dice, que muchas otras sumisas. Otra cosa muy diferente es que ellos acepten intercambiar los papeles…

Los tíos a veces practican Shibari desde una visión muy porno, cuando en realidad es una comunicación sin palabras, una danza

"Una vez se me ocurrió comentar delante de un atador famoso que era mejor que uno se atase primero antes de atar a otros y me contestó: ¡Qué va!", comenta Glü Wür. Un buen 'nawashi' (un maestro de las cuerdas), además de creativo, debe ser especialmente empático, algo que, según Ciara, diferencia a hombres y mujeres: "Los tíos a veces practican Shibari desde una visión muy porno, cuando en realidad es una comunicación sin palabras, una danza".

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Si el arte de las cuerdas fuera como el juego de tirar de la soga, las cada vez más numerosas atadoras ganarían sin apenas esfuerzo a los escasos modelos masculinos. "Cuesta encontrar hombres que se dejen atar, debe ser la cuestión del control. Se creerán demasiado machos", dice Ariel.

Melissa no ha atado todavía a ningún hombre, pero le interesaría saber qué siente al limitarlo y ser ella la que juega; Jasone ya ha podido comprobarlo, aunque de un modo más doméstico: "Sólo he atado a mi marido y a mi hijo". Aun en un territorio de libertinaje sexual y juego de poder como el BDSM, donde las dóminas son veneradas como diosas nada indulgentes y los sumisos les abrillantan las botas, siguen existiendo roles de género. ¿Será entonces que a los hombres les asusta sentirse vulnerables?

En el mundo del BDSM siguen existiendo roles de género, aunque las dóminas sean veneradas como diosas y sus sumisos les abrillanten las botas

"Cuando me atan me siento indefensa, pero también empoderada, porque controlo mi cuerpo". Irene tiene 24 años y ha acudido a su primera reunión sola, lo que para Glü significa una victoria, el principio de un círculo de atadoras basado en la confianza y la seguridad. Como para la mayoría de participantes de Hitchin Bitches, la indefensión es un estado que se transita, una experiencia. Irene se ha dejado atar otras veces por desconocidos, pero siempre es una buena señal que a una le pregunten si le duele algo y qué no está dispuesta a hacer. Y Ciara coincide: "El BDSM está muy mal entendido. Es el sumiso quien marca las reglas del juego".

Una aparente contradicción tan poética como la vida se encuentra en el ADN del Shibari y, por extensión, en todas las prácticas de dominación y sumisión: vulnerables, pero poderosas, sometidas y a la vez al mando. Lo que fue en el Japón medieval un arte marcial para apresar, torturar y humillar al enemigo, hoy crea lazos —y complejas figuras— difíciles de romper.