En Irlanda las mujeres son obligadas a dar a luz a sus bebés muertos
Illustration by Marie Isabelle Marbella

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En Irlanda las mujeres son obligadas a dar a luz a sus bebés muertos

Entre quienes luchan por legalizar el aborto en Irlanda hay un pequeño grupo de mujeres a quienes diagnosticaron malformaciones fetales mortales durante el embarazo. Afirman que el gobierno básicamente obliga a las mujeres a llevar a término sus...

En los últimos cinco años, casi 25.000 mujeres embarazadas han viajado desde sus hogares en Irlanda para interrumpir su embarazo. Con la Octava enmienda que criminaliza el aborto en todos los casos (a menos que la vida de la madre esté en riesgo) bien enraizada en la legislación, las mujeres se enfrentan a penas de prisión si abortan en su país natal. Pero, ¿qué sucede si el embarazo no va como se esperaba? ¿Qué pasa con los miles de mujeres que se enteran de que, pase lo que pase durante las siguientes 40 semanas, su bebé morirá? ¿Y qué sucede si esta noticia llega después de la mitad del embarazo, ese momento en el que lo más probable es que haya que inducir el parto y dar a luz a un niño sin vida?

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Si tienes la mala suerte de ser una de esas mujeres en Irlanda, las opciones son inexistentes: someterse a un aborto y acortar el viaje hacia el inevitable desmoronamiento emocional está estrictamente prohibido. A menos, por supuesto, que salgas del país.

Para quienes viajan para interrumpir un embarazo destinado a que el bebé fallezca, la peor parte es conducir de vuelta a casa. El viaje en coche de O'Kelly resultó especialmente insoportable, en gran parte debido a la presencia de un pasajero muy particular. En el asiento de atrás del automóvil yacía su bebé, Jess, nacida —y fallecida— en un hospital de Liverpool tan solo 24 horas antes.

"Queríamos llevarla a casa con nosotros", afirma O'Kelly. "Era muy importante para nosotros que un sacerdote católico oficiara un funeral para ella… Incluso preparamos una ceremonia bautismal. Fue un bebé muy bendecido"

Entre los enjambres de defensores que apoyan la octava enmienda hay un grupo de mujeres de tendencia conservadora, la mayoría de las cuales solo apoya el aborto en circunstancias muy específicas y poco frecuentes. Para las madres irlandesas de bebés con malformaciones fetales mortales, obligadas a continuar con un embarazo que ya está condenado hasta su amargo final, esta lucha es algo personal.

Las que se quedan en Irlanda deben enfrentarse a un embarazo completo lleno de insoportables dolores y, básicamente, a la espera más larga del mundo. Aterrorizada por los inevitables mensajes de felicitación, O'Kelly se recluyó entre las cuatro paredes de su casa durante todo su fatal embarazo.

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"[El bebé] no tenía riñones, sus pulmones no funcionaban y su cabeza estaba llena de fluido. No teníamos ni idea de cuánto dolor podría estar soportando y yo no sabía qué decir a la gente", explica O'Kelly. "Mis órganos estaban aprisionados y golpeándose los unos a los otros, era tremendamente doloroso. Seguir adelante habría sido simplemente inhumano".

La ecografía no detectó la malformación fetal hasta la revisión de la semana 22. Hasta entonces había sido un embarazo normal y corriente, sin complicaciones destacables, de modo que cuando pidieron a la pareja que esperara fuera de la sala de ecografías durante media hora, O'Kelly no estaba preocupada.

"Fuimos a tomar una taza de té y cuando volvimos encontramos un consejero especialista en la sala. Después, solo hubo silencio". El consejero informó a O'Kelly de que su tan esperada niña sufría de una forma extrema de espina bífida, además de sufrir de fallos orgánicos y de padecer un exceso de fluido dentro de su cráneo.

Tengo mucha fe en Dios, pero no creo que me haya condenado por lo que hice

Aunque las pruebas genéticas revelaron que no era culpa de ningún cromosoma, el tocólogo fue muy claro con respecto a la magnitud de la enfermedad. Sin riñones, con unos pulmones defectuosos y con un daño cerebral tan grave, el embarazo estaba condenado. La pequeña Jess solo podría sobrevivir dentro del útero, quizá dos meses más o quizá solo dos semanas, pero en cualquier caso moriría.

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A diferencia de muchas otras mujeres en una situación similar, O'Kelly tuvo la suerte de que le informaran de sus opciones. Podía continuar con el embarazo y dar a luz un bebé sin vida en un par de meses o podía viajar al Reino Unido y poner fin tanto a su sufrimiento como al de su pequeña. Según O'Kelly, la segunda era "la única decisión que realmente podía tomar".

Por extraño que parezca, O'Kelly es una de las más afortunadas, porque rara vez se explica a las mujeres qué opciones tienen fuera de la jurisdicción irlandesa. "Depende totalmente del azar", afirma Gaye Edwards. Ella y su marido Gerry andaban por mitad de la treintena cuando descubrieron que esperaban un bebé. Acudieron a la ecografía de la semana 20 en Dublín con una emoción desbordante. Ya habían buscado un nombre para su hijo: Joshua.

Cuando solo llevaban unos minutos de la ecografía, la cara del especialista le dijo a Edwards todo lo que necesitaba saber. "Los huesos aparecen en blanco", informó a la pareja. Cuando todo lo que se ve en la pantalla es una masa negra, el diagnóstico es catastrófico.

El pequeño Joshua tenía anencefalia, un inusual defecto congénito en el que un fallo del tubo neural impide el desarrollo del cerebro, el cráneo y partes del cuero cabelludo del bebé. Según especifican los Centros Para el Control y la Prevención de Enfermedades, no hay cura o tratamiento conocidos para la anencefalia y, en caso de que sobrevivan a un embarazo completo, casi todos los bebés que padecen esta enfermedad fallecen poco después de nacer.

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Tras conocer el diagnóstico, el consejero informó a Edwards de que no había opciones posibles "en esta jurisdicción". Todo lo que podía hacer era esperar al día en que diera a luz a su bebé para verlo morir momentos después.

Historial médico del bebé de Gaye Edwards. Foto cortesía de Gaye Edwards

"No puedes saber cuál es la opinión de los médicos hasta que no les presentas tu caso", afirma Edwards. "En el hospital dublinés en el que yo me encontraba, la junta médica contaba con sacerdotes católicos entre sus miembros y esto no es una excepción, suele ser bastante común".

Tras una enorme cantidad de búsquedas en Google, descubrió una posible salida para su infierno: dos horas de viaje hacia el norte y cruzar la frontera para llegar a Belfast.

Edwards afirma que solo un número muy reducido de tocólogos que trabajan en clínicas ocultas están "dispuestos a ayudar a mujeres como nosotras". En la mayoría de los casos, conseguir encontrarlos es casi imposible. El problema no es solo que las opiniones personales de los profesionales médicos que trabajan en los hospitales irlandeses merman su predisposición a proporcional información vital, sino que también una "horrible ley" introducida en 1995 ha hecho que la batalla resulte incluso más espinosa.

La Ley de Regulación de la Información pone límites a la orientación que los médicos de la República de Irlanda pueden ofrecer legalmente a mujeres como Edwards y O'Kelly. Sugerir clínicas especializadas o proporcionar detalles sobre preparativos para desplazarse hasta ellas está estrictamente prohibido. Los médicos y enfermeros irlandeses se arriesgan a ir a juicio y a pagar una multa de hasta 1.500 libras si se detecta aunque sea el más leve indicio de que defienden el aborto. Para la mayoría de mujeres afectadas, esto supone tantear en la oscuridad en busca de algo de información o, en muchos casos, varios meses de dolor físico y desesperación más extremos si cabe

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Ruth Bowie optó por viajar a Liverpool para interrumpir su embarazo en 2009, después de que su bebé fuera diagnosticado de anencefalia en el útero. Su decisión implicó abandonar a su consultor de confianza.

"Me molestó mucho", afirma, "habría agradecido que me llamara por teléfono o que concertara una cita para hacer un seguimiento. Me habría encantado hablar con alguien que hubiera vivido la misma experiencia, pero la gente no quiere hablar del tema. Me sentía tremendamente sola y jamás habría imaginado la cantidad de personas que habían pasado por lo mismo que yo".

Como parte del cumplimiento de la Ley de Regulación de la Información, los profesionales médicos tienen prohibido pasar la información médica de sus pacientes a ningún servicio que pudiera ayudarlas a interrumpir su embarazo. Las mujeres normalmente llegan a su destino confundidas, asustadas y en absoluto preparadas para lo que va a sucederles.

"El desconocimiento es la parte más aterradora", me explica Edwards. "No recibí asesoramiento ni apoyo, y no tenía ni idea de cómo iba a ser el procedimiento. ¿Me dormirían y cuando despertara todo habría pasado? "

En realidad, el procedimiento se parece mucho a dar a luz a un bebé sano: el pabellón de maternidad, la inducción del parto, la anestesia… La única diferencia es que también se hacen preparativos para el funeral, el bebé sin vida se deposita en una sala amargamente fría y debes enfrentarte al viaje de vuelta a casa más largo que puedas imaginar. La farsa de "dar a luz" solo contribuye a que el calvario resulte todavía más traumático.

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"Todo fue muy impersonal", explica Bowie. "Llegamos allí y pagamos en la ventanilla. Estaba claro que no conocían mi historial médico y que yo no era más que otra clienta para ellos".

"Me sometí a un aborto quirúrgico con anestesia general, todo fue muy rápido. Para la hora de comer ya habíamos terminado. Del mismo modo que nuestro pobre bebé se había ido, nuestros sueños y nuestros planes para ella también desaparecieron y nos tuvimos que enfrentar a una tarde vagando sin rumbo por Birmingham, esperando nuestro vuelo de la noche".

También está el problema de llevar el bebé de vuelta a casa para poder despedirle de la forma adecuada. Para las mujeres que deciden abortar en Liverpool, Londres o cualquier otro lugar de Inglaterra, el viaje de regreso con el cuerpo sin vida es sencillo pero desgarrador. Desde las sinceras conversaciones con los compañeros de ferry hasta el silencio mortal del moisés en el asiento de atrás, el viaje es totalmente mortificador. Sin embargo, la alternativa tampoco es ideal.

"Era imposible llevarle con nosotros de vuelta a casa cruzando la frontera", afirma Edwards, que viajó desde Dublín hasta Belfast (Irlanda del Norte) para su aborto.

"El hospital hizo los preparativos para que le llevaran al crematorio de Belfast, pero no pudieron decirnos cuándo sería porque reciben las notificaciones con muy poca antelación", afirma. Obligados a abandonar allí a su bebé, Gaye y Gerry Edwards pasaron los siguientes 14 años atormentados por el hecho de que su hijo fue incinerado solo. No fue hasta el año pasado, a través de la campaña pro-elección de Gaye, que conoció a una comadrona que le reveló una información valiosísima.

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"Nos dijo que había una patóloga en el ala del hospital donde nació Joshua que llevó a los bebés al crematorio en su propio coche y permaneció junto a ellos hasta que fue su hora. Después de todo, mi bebé no estuvo solo".

Quince años después, Edwards, O'Kelly, Bowie y decenas de mujeres con historias similares se han unido para luchar por que se incluyan consideraciones específicas de malformaciones del feto en la ley del aborto. El grupo responsable de la campaña Termination For Medical Reasons ("interrupción por razones médicas") lleva más de cuatro años ayudando a mujeres con embarazos abocados a un fatal desenlace. Lo que comenzó como una pequeña comunidad de mujeres que ofrecía información confidencial y apoyo a sus hermanas es hoy en día una organización que ofrece ayuda de forma afectuosa y que cuenta con pastores y políticos entre sus miembros. Las mujeres afirman que no descansarán hasta que la interrupción del embarazo por razones médicas esté al alcance de todas en Irlanda. Según Ruth Bowie, la clave para lograr un cambio significativo son las historias de mujeres como ella. "La gente que defendía la prohibición del aborto bajo cualquier supuesto ha escuchado nuestras historias y ha cambiado de opinión", afirma.

¿Y qué pasa con la cuestión de Dios? Resulta interesante saber que la experiencia parece haber tenido muy poco impacto en su relación con la religión. De hecho, la mayoría de las mujeres sitúa al gobierno irlandés en el centro del problema, teniendo muy poco en cuenta las bases religiosas de la Octava Enmienda. Para ellas es importante poder honrar a sus hijos con un funeral religioso, aunque algunas oculten la interrupción de su embarazo a los miembros de su familia. Y es que a algunas mujeres sigue pareciéndoles que la legalización general del aborto es ir demasiado lejos.

Puede parecer desconcertante que sigan manteniendo su fe intacta en unas circunstancias tan terribles, pero si de algún modo eso contribuye a aliviar su dolor, ¿quiénes somos nosotros para juzgarlas?

"Tengo mucha fe en Dios", me cuenta Bowie, "pero no creo que me haya condenado por lo que hice. La religión irlandesa me dice que debería sentirme culpable, rezar un millón de Avemarías y asumir que voy a pudrirme en el infierno, pero yo no creo en un Dios así".

"Mi Dios es un ser amoroso, cariñoso y comprensivo".