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Identidad

Cómo llegó la violación a ser reconocida como crimen de guerra

La violencia sexual lleva siglos siendo utilizada como arma de guerra, pero no se ha reconocido como crimen contra la humanidad hasta hace muy poco. Hablamos con una de las principales responsables de este cambio.
Photo by Alexey Kuzma via Stocksy

La guerra es el escenario de nuestros peores impulsos.

Aun así, en algún lugar entre el barro y el polvo, entre la sangre y las balas, entre los cuerpos sin vida, la fuerza de la ley se mantiene firme. Incluso cuando la inhumanidad de un hombre contra otro hombre nos llegue a postrar de rodillas, la ley sigue prevaleciendo. Y quizá con más fuerza en el tema de la violencia sexual.

En 2008, el Consejo de Seguridad de la ONU adoptó la Resolución 1820, que indicaba que "la violación y otras formas de violencia sexual pueden constituir crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad o un acto constitutivo de genocidio". El pasado mes de diciembre, un líder rebelde sirio informó de que las mujeres del Este de Aleppo estaban eligiendo suicidarse antes que enfrentarse a las violaciones a manos de las tropas de Assad y, además, grupos como Amnistía Internacional advierten de que se están produciendo potenciales crímenes de guerra en la ciudad asediada.

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Si este fuera el caso, serán convenciones legales pioneras como la Resolución 1820 las que llevarán a los responsables ante la justicia. Por supuesto, esto supone un consuelo muy pobre para quienes están atrapados en medio del conflicto, pero para Helen Durham, que ayudó a definir la violación como crimen de guerra, la administración de justicia es parte integrante del proceso de paz.

Mientras tanto, el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) ha publicado su nuevo informe, People on War (Las personas en la guerra), para el que se entrevistó a 17.000 personas de 16 países diferentes, algunos ―como Afganistán y Sudán del Sur― que están experimentando conflictos y también miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, como el Reino Unido. Me reuní con Durham en una pequeña sala desde la que se divisaban los tejados de Moorgate y la oficina de la Cruz Roja en Londres para preguntarle cómo surgió tal definición y cómo puede cambiar las cosas en el caótico mundo real de la guerra.

"A finales de la década de 1980 y principios de la de 1990, era absolutamente indignante que no hubiera una jurisprudencia clara que considerara la violación como crimen de guerra", afirma Durham. Ella formaba parte de un grupo de abogados y miembros de organizaciones humanitarias internacionales que luchó durante décadas para conseguir que la violación se reconociera como crimen de guerra y como crimen contra la humanidad y actualmente es la primera mujer en dirigir las cuestiones legales y políticas en el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR). "En aquella época era preciso que alguien dijera que era inaceptable que se persiguiera más duramente el daño contra la propiedad cultural que la destrucción de los cuerpos de las mujeres".

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"Pero ahora ya lo hemos conseguido y hemos creado jurisprudencia sobre el tema", añade. "¿Qué será lo siguiente? ¿Qué tal una compensación [para las víctimas]? ¿Y una agencia para las mujeres? Hay toda una generación pensando en estos temas ahora mismo".

Foto por Maja Topcagic vía Stocksy

La historia de la violación como crimen de guerra se remonta más atrás y se extiende mucho más por el territorio de lo que podría imaginarse. La Ilíada de Homero, por ejemplo, se inicia con un debate sobre la violación como herramienta militar y, por su parte, al final de la Segunda Guerra Mundial dos millones de mujeres alemanas fueron violadas por los soldados soviéticos. Según Médicos Sin Fronteras, "la violación sistemática se empleaba como parte de la estrategia de limpieza étnica" durante la Guerra de Bosnia por parte de las tropas serbias para que las víctimas "dieran a luz bebés serbios". Durante el genocidio de Ruanda, indica Akila Radhakrishnan, consejera sénior en el Centro Para la Justicia Global, "la violencia sexual era un paso más en el proceso de destrucción de los Tutsis: la destrucción del espíritu, de la voluntad de vivir y de la vida misma". Más recientemente, defensores del denominado Estado Islámico han practicado la esclavitud sexual en Irak y en Siria.

En resumen, la violación y la violencia sexual llevan demasiado tiempo siendo una parte aceptada de las guerras en todo el mundo, a pesar de que infringe el Artículo 27 de la Cuarta Convención de Ginebra.

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La campaña de Durham para conseguir que se reconocieran los efectos de la violación y la violencia sexual como crímenes de guerra implicó recopilar pruebas de mujeres refugiadas que habían huido de la antigua Yugoslavia en la década de 1990, después de la Guerra de Bosnia, y habían llegado a Australia. Ella y su equipo proporcionaron pruebas al Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia a fin de respaldar la declaración de que esos casos de violación constituían crímenes de guerra y debían por lo tanto ser procesados como tales.


Documental: Virginie Despentes habla sobre su violación

Ahora bien, si estás pensando ―lo cual resulta comprensible aunque algo cínico― que definir algo como crimen de guerra no marcará ninguna diferencia en la práctica, quizá te interese oír que el Tribunal Penal Internacional condenó a una persona basándose en acusaciones de violencia sexual por primera vez el año pasado. El pasado mes de junio, el ex vicepresidente de la República Democrática del Congo Jean-Pierre Bemba fue condenado a 18 años de prisión por cinco cargos ―entre ellos un cargo de violación como crimen de guerra y uno como crimen contra la humanidad― por los abusos cometidos por sus tropas en la República Centroafricana. Puede que se haya tardado una década en alcanzar esta resolución histórica, pero desde luego sienta un precedente.

"Como miembros de una asociación humanitaria no podemos solucionar los problemas, solo podemos poner las cuestiones sobre la mesa para iniciar un debate", indica Durham cuando le pregunto cómo puede la comunidad internacional erradicar el uso de la violencia sexual durante los conflictos. La ONU, por su parte, ya ha presentado un número de recomendaciones, entre ellas el desplazamiento de expertos en salud sexual a las zonas de conflicto, la exclusión de los culpables de violencia sexual de los puestos gubernamentales y la reparación y ayuda financiera para las víctimas.

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Para Durham, la respuesta radica en hacer la conexión entre guerra y paz. La violencia sexual durante los conflictos, según ella, no se produce en medio de un vacío. Es, en gran medida, la segunda piel de la violencia sexual durante el tiempo de paz.

Existe una clara conexión, por eso el tratamiento que reciben las mujeres puede actuar como signo de advertencia para saber cuándo una sociedad se está viendo abocada hacia el conflicto

"Existe una clara conexión, por eso el tratamiento que reciben las mujeres puede actuar como signo de advertencia para saber cuándo una sociedad se está viendo abocada hacia el conflicto y para reconocer que los conflictos armados agravan las desigualdades sociales que ya existían previamente", explica Durham. "Es preciso que veamos la violencia sexual como un problema holístico, durante el tiempo de paz, en los períodos previos y posteriores a los conflictos o cuando sea. Si el conflicto agrava las desigualdades sociales que ya existían previamente, entonces no es algo desconectado de la sociedad en su conjunto. Sucede en sociedades en las que prolifera el odio étnico, tribal y de género. Una de las respuestas que sugeriría para que el tratamiento de las mujeres durante los conflictos fuera más humano es que hubiera un tratamiento más igualitario hacia las mujeres durante los períodos de paz. A ver, es de lo más obvio", ríe, alzando las manos.

Durham advierte de que también es necesario tener cuidado con el modo en que se habla de la violencia sexual, del género y de la naturaleza de la victimización. "Hace veinte años, cuando me desplacé a esta zona, estaba desesperada por asegurarme de que las mujeres estuvieran protegidas durante los conflictos", dice Durham. "Pero también por que se reconociera su resistencia, que no se las categorizara simplemente como víctimas… He pasado mucho tiempo en Asia, África y Oriente Medio durante momentos de conflicto, en campos de refugiados y de detención, y las mujeres son increíblemente tenaces en esas situaciones. Se dice que las mujeres sostienen la mitad del mundo sobre sus hombros, pero yo digo que durante los conflictos lo sostienen entero. A menudo están exhaustas, afligidas, pero siguen encargándose de mantener las comunidades unidas. Y es preciso que eso se reconozca tanto como el hecho de que son víctimas".

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"Las mujeres y las niñas con frecuencia son depositarias de la identidad cultural: somos las primeras contadoras de historias, criamos a nuestros hijos, les enseñamos cómo comportarse", me dijo a principios del año pasado Toyin Saraki, antigua abogada, ex primera dama del Estado de Kwara (Nigeria) y miembro del consejo de la Fundación Global para la Eliminación de la Violencia Doméstica. "De modo que son atacadas por extremistas violentos y grupos terroristas que desean romper dicha identidad cultural". Reconocer el papel de las mujeres como guardianas culturales, sociales, económicas y domésticas puede ayudarnos a alejarnos de la imagen de las mujeres que las retrata simplemente como víctimas.

Además, la violencia sexual durante los conflictos no solo se dirige hacia las mujeres. El CICR indica que existen pruebas sustanciales que demuestran que se perpetra violencia sexual contra los hombres en los lugares de detención, como parte de las prácticas de tortura, en rituales de iniciación y en el campo de batalla. Como resultado, la organización distingue ahora explícitamente la violencia sexual contra mujeres y niñas de la cometida contra hombres y niños en sus textos. "Existe la necesidad de ampliar el debate, porque no solo es un problema que afecta a las mujeres", afirma Durham. "Debemos abrir el debate para hablar sobre los hombres que experimentan violencia sexual y qué podemos hacer para detenerla".

Gracias a su trabajo tratando de conseguir una mejor jurisprudencia en torno a la violencia sexual en tiempo de guerra, Durham, según sus propias palabras, "descubrió las Convenciones de Ginebra y se enamoró" de ellas. Ahí estaban todas aquellas cosas, dijo, que trataban de reducir el sufrimiento durante los momentos más horribles que un ser humano puede experimentar. Y según el nuevo informe del CICR, ocho de cada diez personas encuestadas piensan que es preciso distinguir entre civiles y combatientes. Seguimos reconociendo la humanidad de los demás, incluso durante la guerra, durante los conflictos, cuando la humanidad puede ser vapuleada, golpeada y casi destruida. "Las Convenciones de Ginebra son para mí una declaración muy clara de que aquellos que nos une es más grande y más profundo que lo que nos divide", sonríe. "Algo que dice que, incluso en los conflictos, seguimos siendo seres humanos".