'Estaba bañada en sangre': Qué sucedió cuando el Estado Islámico vino a nuestro campamento

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Identidad

'Estaba bañada en sangre': Qué sucedió cuando el Estado Islámico vino a nuestro campamento

Kimberley Taylor es la primera mujer británica que ha ido a combatir al Estado Islámico junto a las fuerzas kurdas en Siria. Este es su diario.
EC
traducido por Eva Cañada
MB
tal y como se lo contó a Matt Blake

Nota del autor: en marzo de 2016, Kimberley Taylor se convirtió en la primera (y única) mujer británica en viajar hasta Siria para luchar contra el Estado Islámico. A los pocos días de su llegada, la antigua estudiante de matemáticas de 28 años de edad nacida en Blackburn, Reino Unido, se unió a las Unidades Femeninas de Protección (YPJ) el ejército formado exclusivamente por mujeres afiliado a las Unidades de Protección Popular (YPG) del Kurdistán sirio y lleva luchando junto a ellas desde entonces. Durante febrero, marzo y abril de este año, Kimberley conocida por sus amigas como Kimmie, pero como Zilan Dilmar entre sus camaradas ha participado en la ofensiva para liberar Raqqa, la capital de facto del Estado Islámico. A finales de marzo, hablé con Kimberley a lo largo de varias conversaciones por Skype para saber cómo es la vida de una mujer que lucha en primera línea contra el EI. Dos días más tarde se desplazó a Raqqa para luchar en lo que pretendía ser la última amarga batalla del Dáesh. Estas son sus palabras, pero las hemos editado y condensado por motivos de claridad. Puedes leer también la primera parte .

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LUNES

Esta mañana me desperté a las 3 de la madrugada para hacer guardia: dos horas sola en el tejado de nuestras dependencias para dormir. Atisbando hacia la noche, no veía nada excepto oscuridad mientras comía un paquete de pipas.

Siempre me aterrorizan las guardias. Todo lo que pienso es, "Dios, ¿qué sucedería si un francotirador del EI me eliminara de un tiro, se colara en el edificio y acabara con mis amigos?". Nunca he oído que haya sucedido algo así, pero es algo psicológico. No hay forma de impedir que te dispare un francotirador si estás haciendo guardia. Ahí acabaría todo. Yo no me enteraría de nada. Pero mi comandante, una mujer de 30 años llamada Sorxwîn, siempre dice: "El miedo es bueno, te mantiene alerta".

El sol salió a eso de las 5 de la mañana y nadie me disparó. Cambié de turno y volví a la cama a descansar un poco más. En los días que no tenemos previsto avanzar nos quedamos en la cama tanto tiempo como podemos, normalmente hasta que Sorxwîn se enfada. Todos nos levantamos a las 6 de la mañana, nos lavamos en un cubo y preparamos el desayuno. Comemos lo mismo en todas las comidas: sardinas o carne de pollo en lata con pan naan y quesitos. Intentamos ponerle nuestro toque cortando el pollo en daditos y poniéndolo en un cuenco, acompañado de té y cigarrillos.

Si llega el momento en que me vea obligada a matar a alguien en la batalla, estoy preparada.

Seguimos acampados en una de las aldeas diseminadas a lo largo de la ribera norte del Río Éufrates, a unos 16 kilómetros al este de Raqqa. Pero esta semana hemos cambiado tanto de aldea que no recuerdo cómo se llama esta. Sinceramente, ya ni siquiera puedo recordar en qué día estamos, porque las cosas van muy rápido. O muy despacio, depende de si estamos en medio de una operación o no.

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Dicen que la guerra es un 99 por ciento de aburrimiento y un 1 por ciento de acción. Y hoy, mientras esperamos órdenes, definitivamente estamos en el 99 por ciento. Los días lentos pueden ser realmente aburridos, literalmente no hay nada que hacer. Así que sobre todo hablamos: sobre la revolución kurda o sobre nuestras vidas, sobre el futuro o sobre la guerra. También estoy enseñando inglés a Sorxwîn. Está muy entusiasmada con aprender aunque, a pesar de haberlo repasado al menos 40 veces, su " hello, how are you" sigue sonando más bien como "julabalú".

Por la tarde, algunas de las chicas y yo fuimos en coche a comprobar las posiciones de otra unidad cercana y charlamos, bebimos té, comimos pipas y fumamos. Siempre fumamos un montón.

Llevo dos meses con mi actual tabur [pelotón] de infantería, desde que me uní a la operación Escudo del Éufrates [para liberar Raqqa] y las chicas ya son como hermanas para mí. La mayoría están al inicio de la veintena y son increíblemente dulces, aunque un poco ingenuas con respecto al mundo. Siempre me están preguntando cosas sobre la vida en Occidente y creen que Europa es un país muy grande. Dice cosas como, "Entonces, ¿hablas extranjero?". Y yo les respondo "¿Qué extranjero?". Creen que Europa es una utópica tierra mágica.

Kimberley (derecha) y Sorxwîn (centro) junto a otra combatiente. Foto cortesía de Kimberley Taylor.

Nunca olvidaré lo que hicieron por mí la Navidad pasada. Les estaba explicando por qué quería encontrar internet para hablar con mi familia el día de Nochebuena y ellas me decían, "¿Qué es Nochebuena?". Les expliqué que Cristo era la versión cristiana de Mahoma y que celebramos su nacimiento. Pero seguían sin poder entenderlo bien. "Tú no eres religiosa", dijeron, "¿por qué celebras eso?". Cuando llegó el día de Navidad me mandaron fuera toda la mañana mientras ellas entraban y salían de la casa sin parar, riendo y susurrando, como si estuvieran trazando un plan secreto. Finalmente, a la hora de comer, me llevaron adentro, donde habían colocado cuidadosamente sobre un mantel en el suelo un festín de patatas fritas, dulces y pasteles. Esas cosas son difíciles de conseguir aquí en primera línea. Me cantaron "Cumpleaños Feliz" en un inglés muy malo. No podría haber deseado un regalo mejor.

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Probablemente Sorxwîn es mi mejor amiga. Es una de las tres comandantes que coordinan la primera línea de combate y no hay nada que le guste más que hacerme cabrear. Siempre me está preguntando, como hizo a la hora del almuerzo, "Entonces, ¿cuándo dices que vuelves a Europa? Se está bien allí, ¿verdad?". Y yo siempre le respondo, "No Sorxwîn, sabes que no me gusta Europa. El sistema es terrible allí, por eso estoy aquí". Ella sonríe con sarcasmo, le parece tronchante que prefiera estar aquí que en la cómoda Europa.
Después de cenar, limpiamos nuestras armas y nos fuimos a la cama. Nunca hay suficientes mantas, así que debemos apretujarnos con las demás, dos chicas por cada esterilla. Y, obviamente, dormimos junto a nuestros kalashnikovs. El mío es polaco y es más viejo que yo. Fabricado en 1987, está un poco hecho polvo, con señales talladas en la culata por sus antiguos propietarios. Pero está libre de óxido, es fácil de desmontar y limpiar y jamás se me ha atascado. Si llega el momento en que me vea obligada a matar a alguien en la batalla, estoy preparada.

Cuando estamos en una operación, normalmente me uno a Sorxwîn en primera línea, justo frente a la batalla. Juntas identificamos las posiciones del enemigo ―bien para ordenar una ofensiva por tierra o para solicitar un ataque aéreo― y lo registramos todo en un iPad.

Cada vez es todo más extraño. Conforme más nos acercamos a Raqqa, más desiertas parecen las aldeas, aparte de los perros y los gatos salvajes. Es como si todos los tíos importantes hubieran huido hasta Raqqa dejando a los menos importantes atrás para que mueran. Por ejemplo, hace dos días rodeamos una casa tomada por el enemigo. Cuando estábamos a punto de ordenar un ataque, un grupo de combatientes del EI muy, muy jóvenes, casi adolescentes, salió agitando una bandera blanca, entre sollozos. Llevaban barbas negras y uniformes de camuflaje y apestaban como si no se hubieran lavado en semanas (todos los combatientes del EI que he visto estaban asquerosamente sucios). "Ya no queremos seguir haciendo esto", gritaban en árabe mientras una unidad masculina de las YPG les hacía prisioneros. "Queremos irnos a casa". Es gracioso, el Estado Islámico no ha sido siquiera capaz de convencer a sus propios combatientes de que mueran por el califato.

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Parece que los comandantes del EI viven como reyes. Dejaron atrás enormes mansiones vacías, con jardines cuidados, puertas de madera delicadamente talladas, suelos con azulejos… ¡Incluso había lavabos occidentales! Yo no había pisado un lavabo occidental en un año, así que ayer, cuando liberamos una aldea a la orilla del río Éufrates, aproveché la oportunidad y fue fantástico. Sus ocupantes claramente habían salido a toda prisa: encontramos relojes de oro, joyas y maletas llenas de ropa. Ayer, un tío inglés que conozco incluso encontró un tubo de lubricante en una mesita de noche. Su kurdo no era suficientemente bueno como para explicarlo con palabras, así que tuvo que explicarlo con gestos a los combatientes de las YPG que había allí. A los chicos les pareció desternillante. La única chica que había en la habitación salió corriendo muerta de la vergüenza.

Eso no significa que las mujeres de las YPJ sean tímidas en la batalla. Cuando empiezan a volar las balas es como si se activara un interruptor dentro de ellas y todo el mundo sabe exactamente lo que tiene que hacer. Corren hacia la batalla sin miedo en sus ojos. Jamás me he sentido más orgullosa de estar con las YPJ que cuando nuestra base fue atacada por terroristas suicidas el pasado mes de febrero.

Me desperté a las 4 de la madrugada con el sonido de los combatientes del EI entrando en nuestras instalaciones, disparando. La chica que estaba de guardia sobre el tejado recibió un disparo en el brazo, pero siguió luchando. Solo cayó de espaldas cuando un fragmento de metralla le impactó en la cabeza. Mientras ocupábamos nuestras posiciones defensivas en el exterior, escuchamos a alguien gritar "Allahu Akhbar" [Alá es grande] y un hombre con barba negra dobló la esquina corriendo y se inmoló. Tripas y fragmentos de su cuerpo volaron por todas partes y yo estaba bañada en sangre. No pude comer durante dos días después de aquello. Momentos después, un segundo hombre empezó a correr hacia nosotras. Cuando estaba a una distancia de 15 metros, un grupo de chicas que había delante de mí le disparó y le mató antes de que pudiera detonar su chaleco de explosivos. Estoy bastante segura de que les debo la vida a esas chicas.

Ya no tardaremos mucho en llegar a Raqqa. Y no nos engañamos, sabemos que será la batalla de nuestra vida. El Estado Islámico ha tenido cuatro años para prepararse: sus mejores combatientes están en Raqqa y habrán colocado bombas trampa en cada puerta, cada ventana y cada tienda vacía que hayan encontrado. Será un baño de sangre, pero les borraremos del mapa. Cueste lo que cueste.

No tengo miedo. Me siento segura con estas chicas. Son extremadamente valientes y organizadas en la batalla. No son solo chicas con pistolas que están aquí para aparentar: son soldados, tan arrojadas y rudas como cualquier hombre que yo conozca.

Puedes leer la primera parte del diario de Kimberley aquí y la entrega final de su diario próximamente en Broadly.

Ilustraciones de Nayon Cho.