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Identidad

La historia racista y sexista sobre la ocultación de los efectos de la píldora

Un estudio recientemente publicado arroja luz sobre la alarmante relación entre los anticonceptivos hormonales y la depresión. Pero estos hallazgos no son sino la última de una larga lista de batallas libradas entre las mujeres y sus médicos para...
Illustration by Eleanor Doughty

El pasado mes de septiembre, JAMA Psychiatry publicó un estudio danés que ha descubierto una correlación entre el uso de anticonceptivos hormonales y el diagnóstico de depresión clínica. El estudio hizo un seguimiento del uso de anticonceptivos hormonales y la prescripción de antidepresivos a lo largo de más de seis años en más de un millón de mujeres. Descubrieron que las mujeres que usaban anticonceptivos hormonales ―ya fuera la píldora, un DIU hormonal o un anillo vaginal― tenían significativamente más probabilidades de que les recetaran antidepresivos.

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Desde que saltó la noticia, muchas mujeres han afirmado sentirse legitimadas ahora que la ciencia por fin está poniéndose a la altura de su experiencia vivida. "Estuve diez años tomando la píldora", indica Holly Grigg-Spall, autora deSweetening the Pill ("Endulzando la píldora"). "Una en particular, Yasmin, tenía enormes efectos secundarios: efectos psicológicos, depresión, ansiedad, ataques de pánico… No fui capaz de hacer la conexión entre lo que me estaba pasando y la píldora durante dos años".

El estudio ha encontrado una correlación particularmente fuerte entre las adolescentes usuarias de anticonceptivos y la depresión: las adolescentes presentaban un riesgo un 80 por ciento superior de empezar a tomar antidepresivos una vez comenzaban con la píldora. Esta estadística es especialmente perturbadora, sobre todo cuando se receta la píldora a tantas adolescentes incluso antes de que empiecen a ser sexualmente activas: a veces para tratar el acné o síntomas menstruales graves y a veces únicamente como medida preventiva general.

Aunque puede que sea el primer estudio de su clase en arrojar luz sobre la relación entre los anticonceptivos hormonales y la depresión, no es el primero en encontrar un vínculo entre los anticonceptivos hormonales y los cambios de humor. Y esta no es más que la última de una larga lista de batallas libradas entre las mujeres y sus médicos en torno a los anticonceptivos.

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Hubo cuatro personas pioneras en el uso de los anticonceptivos hormonales: la activista y educadora sexual Margaret Sanger, que apeló al movimiento eugenésico para defender el control de la natalidad, el biólogo Gregory Pincus, la sufragista y heredera multimillonaria Katherine McCormick y el médico y ginecólogo católico John Rock. Pincus descubrió que los animales inyectados con progestina no ovulaban, pero las inyecciones frecuentes no se contemplaban como una solución viable, de modo que sus esfuerzos se centraron en desarrollar un anticonceptivo oral. McCormick financió el desarrollo de la píldora de su propio bolsillo. Hacia la década de 1950, Rock realizó una prueba suministrando la píldora a sus pacientes en Massachusetts bajo el pretexto de estar haciendo un estudio sobre fertilidad. El médico no informó a las participantes de que la píldora estaba diseñada para evitar que se quedaran embarazadas. Muchas mujeres abandonaron el estudio inicial de Massachusetts porque no podían tolerar los efectos secundarios: inflamación, trombosis potencialmente letal y cambios de humor.

El equipo empezó a tener dificultades para realizar ensayos clínicos en Norteamérica, en parte porque la contracepción seguía siendo ilegal en la mayoría de estados y en parte debido al elevado índice de abandonos en sus estudios más pequeños, de modo que Pincus y Rock giraron la vista hacia Puerto Rico, donde la preocupación por la sobrepoblación, fomentada en parte por el movimiento eugenésico, significaba que no había restricción para los anticonceptivos y que el aborto era legal en la isla. De hecho, muchas mujeres puertorriqueñas fueron esterilizadas sin su consentimiento o conocimiento sometiéndolas a un procedimiento que coloquialmente se conocía como "La Operación" durante las décadas de 1950 y 1960. Pincus y Rock supusieron que encontrarían una gran cantidad de sujetos de prueba que cumplirían con los ensayos, creían que si las mujeres puertorriqueñas pobres y analfabetas podían usar la píldora, cualquiera podría.

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Al principio, Rock y Pincus tuvieron una vez más problemas para encontrar mujeres que toleraran los efectos secundarios de la píldora. "Las mujeres de Puerto Rico también abandonaban el estudio, así que empezaron a buscar mujeres a las que pudieran obligar a participar, tanto en Estados Unidos como en Puerto Rico" escribe Ann Friedman en The New Republic. "Emplearon a las mujeres encerradas en el manicomio de Massachusetts y dijeron a las mujeres que estudiaban medicina en San Juan que debían participar en la prueba médica o serían expulsadas". Una vez más, tampoco dijeron a aquellas mujeres para qué era la píldora; en lugar de eso, se suponía que debían callar la boca, tomar su medicina y someterse a frecuentes e invasivos exámenes médicos.

Finalmente, el Dr. Edris Rice-Wray, director médico de la Asociación de Planificación Familiar de Puerto Rico, ideó una nueva estrategia: decir a las mujeres cuáles eran los efectos de la píldora. Asistentes sociales empezaron a ir puerta por puerta en San Juan explicando a las mujeres que podían tomar una pastilla al día para evitar el embarazo. Cuando explicaron a las mujeres lo que hacía la píldora, cientos de ellas se apuntaron. Sin embargo, no explicaron a aquellas mujeres que formaban parte de un ensayo clínico o que el tratamiento era experimental.

Una vez concluido el estudio, el Dr. Rice-Wray indicó a Rock y a Pincus que la pastilla era 100 % efectiva para prevenir el embarazo. Sin embargo, el 17 por ciento de las participantes sufrieron efectos secundarios como "náuseas, mareos, cefaleas, dolor estomacal y vómitos".

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Tres mujeres fallecieron durante el estudio y jamás se les hizo la autopsia para ver si su muerte estaba relacionada con la participación en el ensayo. El Dr. Rice-Wray concluyó que la píldora, al menos en la forma y la dosis en que fue suministrada a las mujeres puertorriqueñas, presentaba "demasiados efectos secundarios como para ser generalmente aceptable".

Pero aquello no impidió que G.D. Searle & Co. lanzara al mercado la primera versión de la píldora, Enovid, con la misma formulación que había provocado efectos negativos en casi un quinto de las participantes del ensayo clínico. Enovid contenía 10 veces más hormonas de las necesarias para prevenir el embarazo.

Por otra parte, Pincus y otros investigadores habían contemplado en un principio la posibilidad de crear anticonceptivos hormonales para hombres. "La idea se rechazó debido al número de efectos secundarios", afirma Grigg-Spall, "que incluían el encogimiento de los testículos". Se creía que las mujeres tolerarían los efectos secundarios mejor que los hombres, que exigían una mejor calidad de vida.

En 1970, la periodista Barbara Seaman escribió The Doctors' Case Against the Pill ("El caso del médico contra la píldora"). El libro detallaba los numerosos efectos secundarios del Enovid, una información que los médicos conocían pero que ocultaban a sus pacientes. El libro llamó la atención del senador de Wisconsin Gaylord Nelson.

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"El senador Nelson quería crear una ley sobre el derecho de los pacientes a saber", afirma Cindy Pearson, directora ejecutiva de la Red Nacional Norteamericana Para la Salud de las Mujeres. Nelson convocó audiencias en el Senado en enero de 1970 para investigar el vínculo entre el uso de la píldora y la reducción de la libido, la depresión y los coágulos sanguíneos. No se pidió a ninguna mujer que hablara en las audiencias, de modo que miembros del colectivo Liberación de la Mujer de D.C., liderado por Alice Wolfson, se manifestaron contra la falta de participación femenina en las audiencias.

Las Audiencias de Nelson provocaron que la cantidad de hormonas se redujera enormemente en los anticonceptivos orales, además de obligar a que los envases de las píldoras contuvieran un prospecto de 100 palabras informando de los posibles efectos secundarios.

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Aunque ahora resulta fácil reírse de la larga lista de efectos secundarios potenciales que se incluyen en los prospectos de los fármacos, fueron aquellos que lucharon por la transparencia en lo relativo a la píldora anticonceptiva quienes brindaron a la gente el derecho a conocer los riesgos de cada medicamento que nos metemos en el cuerpo.

Hoy, Pearson reflexiona sobre el modo en que los anticonceptivos dieron forma a su organización y a la misión de esta. "La contracepción no es más que un ejemplo más de cómo creemos que las mujeres deberían saber tanto como deseen saber", indica Pearson. Este nuevo estudio danés no ha cambiado su opinión sobre los anticonceptivos hormonales.

"El riesgo de depresión se ha reconocido desde que las mujeres fueron capaces de comprar anticonceptivos orales", explica. Lo que ha cambiado es que ahora hay datos que respaldan la experiencia de muchas mujeres. "Biológicamente tiene sentido", afirma, "y las mujeres llevan informando sobre ello desde hace 50 años".

Pero si las mujeres llevan afirmando que la depresión es un efecto secundario de los anticonceptivos orales desde hace 50 años, ¿por qué no se han conseguido datos sólidos hasta ahora? "Gran parte de la culpa la tiene la falta de interés en los problemas de salud de las mujeres en general", indica Grigg-Spall. Y añade que estudiar el estado de ánimo es complicado "porque obviamente se ve afectado por muchos otros factores".

Según Pearson, la finalidad última de estudios como este es dar a las mujeres la información que necesitan para poder tomar sus propias decisiones sobre su cuerpo y su salud. "Esta información no debería ocultarse a las mujeres por miedo a que tomen una decisión errónea al final", afirma. "Debemos confiar en que las mujeres toman buenas decisiones cuando cuentan con la información necesaria".