Sin casa y con la regla: ¿cómo se apañan las mujeres sin hogar en España?
Ilustración de Mar Estrama

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Sin casa y con la regla: ¿cómo se apañan las mujeres sin hogar en España?

La mayoría de las asociaciones no tienen en cuenta la higiene femenina, por eso cada mes las mujeres sin hogar deben aprovechar los pocos recursos que tienen y poner a prueba su ingenio si quieren salir indemnes.

En 2015, Chelsea VonChaz fue testigo de cómo una mujer sin hogar caminaba con su ropa manchada de sangre y supo que debía hacer algo al respecto. Junto a su madre fundó Happy Period, una iniciativa con sede en Los Ángeles que se mueve por todo el país para repartir bolsas amarillas biodegradables con todos los productos de higiene femenina necesarios, y además lucha para acabar con el tabú que siempre ha acompañado a la menstruación. En Londres, Tampon Tuesday (que además está presente en Canadá) también centra sus esfuerzos en proporcionar tampones y compresas a aquellas mujeres que las necesitan. Y a nivel europeo existen organizaciones como el Fondo Europeo de Ayuda (FEAD), o la ONG Cruz Roja, que incluyen este tipo de productos dentro de las cajas de alimentos como ayuda de emergencia. Sin embargo, en España no existen asociaciones que se ocupen de manera específica sobre ello, y solo algunas incluyen en sus donaciones compresas o tampones.

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Es el caso de Invisibles, un grupo solidario formado por estudiantes de la Universidad de La Laguna que colaboran con diferentes proyectos sociales. "En uno de nuestros recorridos, nos encontramos a una mujer llorando porque tenía la regla y la única ropa interior de la que disponía se había manchado", explica su coordinador Jesús Socas. "Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que, además de los alimentos, era necesario facilitarles productos de higiene femenina como compresas, tampones, toallitas húmedas y ropa interior".

Desde enero de este año las voluntarias de Invisibles han comenzado a dispensar estos kits a una media de ocho mujeres al mes. "Las personas con las que hemos hablado intentan conseguir algo de dinero para hacerse con un paquete de compresas, pero en muchas ocasiones les resulta imposible, así que acuden a los aseos públicos y con el papel higiénico, o con un trozo de toalla, realizan una compresa de urgencia. Pero no siempre pueden", resume Socas.

En el distrito financiero de Madrid me encuentro con Mariluz, una chica que anda por la treintena y vive en la calle. Me cuenta que este mes "la cosa está muy mal" y que la gente —trajeada— que pasa por allí no le deja nada. Ni siquiera un cigarro. Le pregunto si conoce alguna asociación que dispense productos de higiene y me dice que no. De hecho, me explica que con el poco dinero que gana, compra primero comida para sus hijos y el resto lo guarda para sus necesidades básicas. Los meses mejores consigue comprarse un paquete de compresas pero cuando no puede hacerlo, recurre a las toallas, "como se hacía antiguamente".

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Intentan conseguir algo de dinero para hacerse con un paquete de compresas, pero en muchas ocasiones les resulta imposible

La mayoría de las mujeres sin hogar dependen de los centros de día o de los baños públicos: en Madrid capital hay poco más de una docena y cada ducha vale 50 céntimos. Es la solución a la que recurre una joven con la que hablo. En su caso, no dominar el español es un problema añadido que aun la aísla más. Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), en el año 2012 había más de 10.000 personas extranjeras sin hogar en nuestro país.

Pero esta solución, además de momentánea, es ineficiente y no tiene en cuenta algunas cuestiones fundamentales que en muchas ocasiones pasan desapercibidas. Cristina Hernández, técnica de Desarrollo Estratégico en RAIS Fundación y responsable del Área de la Mujer se pregunta: "¿Están las duchas adaptadas a las necesidades femeninas? Es decir, ¿tienen alcachofa o hay bidés? Porque no se trata de parchear un problema concreto, el de la higiene femenina, sino de entender que es necesario incluir la perspectiva de género al hablar de mujeres sin hogar", asegura Hernández.

La experta considera que aunque es probable que en la red de recursos de personas sin hogar tengan acceso a este material, la mayoría de las mujeres con las que ha hablado le han comunicado que esto no era suficiente. "Pero aunque así fuera… ¿A quién se las tienen que pedir, a un hombre o a una mujer? ¿Cuántas compresas les proporcionan y en qué espacio se lleva a cabo? ¿Se las dan delante de los hombres sin hogar? ¿Hay una perspectiva de género en la gestión? ¿Hay ibuprofeno? ¿Tienen acceso a mantas o a bolsas de agua?". Resulta comprensible cuestionarse todo esto si tenemos en cuenta que lo que es prioritario siempre se ha decidido en torno a las necesidades masculinas. Además, en este caso la situación es aún peor si tenemos en cuenta que el porcentaje de mujeres que viven en la calle es solo del veinte por ciento, según datos del INE.

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Eva Contreras, responsable de Proyectos de Mujer de Cáritas, nos explica cómo funciona uno de los centros abiertos para mujeres en situación de exclusión social, subvencionado por el Ayuntamiento de Madrid. "Nuestro horario es de lunes a viernes, de 12 del mediodía a 8 de la tarde. Aquí las mujeres tienen acceso a internet, pueden ver la televisión, poner lavadoras o descansar".

El espacio lleva abierto solo un año; sus responsables se dieron cuenta de que el número de mujeres sin hogar era cada vez mayor y que este había aumentado considerablemente entre la población más joven: en 2009, la edad mínima era de 19 mientras que en 2014 ya había descendido hasta los 16. Cuando se puso en marcha, se tuvo en cuenta que las personas que lo gestionasen fuesen mujeres. "Hemos cuidado ese detalle y también nos hemos encargado de que los baños estén adaptados a las necesidades femeninas, y que todas ellas tengan su propio vestuario para que no se sientan intimidadas ni violentadas", explica Eva. Según el INE, el 26 por ciento de las mujeres que viven en la calle han llegado a esa situación después de sufrir violencia machista.

La punta del iceberg

Con todo, Hernández insiste en que "no se trata de parchear un problema con tampones, compresas o ropa sino que el verdadero drama que sufren estas mujeres es que no tienen acceso a una vivienda. Y eso implica, entre otras cosas, no poder disfrutar de los derechos sexuales y reproductivos. "El 18'8 por ciento declara haber sufrido agresiones sexuales estando en la calle, aunque es probable que solo se hayan declarado los casos más graves. Vivir en la calle supone una esperanza de vida de 20 años menor que el resto de la población y el 35 por ciento de las mujeres sin hogar padecen una enfermedad grave o crónica."

En esta situación, estas mujeres no pueden someterse a ningún chequeo ni tratamiento médico, por eso el objetivo de RAIS Fundación es erradicar el 'sinhogarismo'. Para ello, han puesto en marcha un proyecto impulsado desde Canadá llamado Housing First (traducido al español como Hábitat) y que se ha demostrado que funciona. "El sistema tradicional es en escalera: la persona que vive en la calle tiene que demostrar que se merece la vivienda. Pero nosotros hacemos justo al contrario. Así, cuando estas mujeres tienen un hogar, empiezan a ir al ginecólogo y a tratar cuestiones médicas y sexuales que antes resultaría imposible", zanja la experta.