FYI.

This story is over 5 years old.

Identidad

Las mujeres que fabrican tu ropa van al trabajo en peligrosos camiones

En Camboya, las trabajadoras de la confección trabajan como esclavas durante interminables horas haciendo ‘fast fashion’ para marcas como Zara y Gap, pero sus problemas no acaban cuando salen de la fábrica.
All photos by Poppy McPherson

Es el final de una larga jornada laboral y decenas de trabajadoras de la confección se apretujan en la parte trasera de una camioneta que sería más adecuada para transportar mercancías o ganado. Conforme se lanzan a través de la oscuridad de la provincia de Kampong Speu, a un par de horas en coche de Phnom Penh, la capital de Camboya, algunas envían mensajes y emojis con sus móviles. Un par de mujeres canturrean en voz baja una balada pop en jemer. Ton Pol, de 36 años, habla por teléfono. Está desesperada por llegar a casa y ver a su hijo de cuatro años. A su lado, Reoun Sin Oun, una mujer de 27 años de su misma localidad, observa la carretera. "Sobre todo escucho a la gente y trato de calmarme", afirma discretamente.

Publicidad

Esta es la parte más peligrosa de la jornada de las trabajadoras de la confección camboyanas. Cuando acaban su turno no pueden quedarse dormidas, exhaustas tras 12 horas cosiendo prendas para marcas como Zara y Gap por un salario básico de unos 125 € al mes más horas extras. En lugar de ello, deben aguantar un viaje que a veces dura varias horas, de pie en la parte trasera de una camioneta o en un minibús atestado. Los días buenos solo deben soportar el mareo —provocado por una conducción de locos y aderezado por su malnutrición— y el calor abrasador del verano de abril o un aguacero en la estación lluviosa.

El pasado mes de abril más de 70 trabajadoras resultaron heridas después de que un camión volcara en Kampong Speu. Según la National Social Security Fund (Fondo Nacional de Seguridad Social), un organismo gubernamental creado para compensar a las víctimas de accidentes laborales, más de 7.000 trabajadoras resultaron heridas y 130 murieron en accidentes de tráfico en 2015, y en 2014 fallecieron otras 73. "El número de fábricas y el número de trabajadoras de la industria han aumentado a lo largo de los años y el número de vehículos en las carreteras es mucho mayor, de modo que no es de extrañar", afirma William Conklin, director en Camboya de la ONG internacional de defensa de los derechos de los trabajadores Solidarity Center.

Camboya exportó más de 5.000 millones de prendas el año pasado, pero a pesar de este boom el transporte de las trabajadoras no es una cuestión que parezca preocupar a nadie, indica Conklin. Las fábricas conceden a sus empleadas dietas de transporte por valor de unos 6 €, pero al final acaban gastando más en una banda improvisada de servicios de transporte gestionada por los propietarios. "Para ellos [los conductores], cuanta más gente suba al vehículo más beneficios obtienen", afirma. "No les preocupa la seguridad, solo les preocupa llegar a fin de mes".

Publicidad

Trabajadoras de la confección salen de la fábrica de Sangwoo en la provincia de Kampong Speu, Camboya.

Los vehículos son viejos, están abarrotados y los chóferes los conducen a gran velocidad. Las pasajeras suben y bajan en medio de la carretera, con solo unos segundos antes de que la camioneta vuelva a arrancar. Al menos hay 60 de ellas en la que toman Ton y Reoun, y a veces hasta 80. Un bache normal en el camino hace castañetear sus dientes y uno malo hace que todo el mundo rebote y sus pies se despeguen del suelo. Los cuerpos chocan entre sí. A veces se produce una parada repentina y las mujeres sueltan un "uf". Da la sensación de que tan solo un ligero traspié podría volcar el vehículo. Las trabajadoras afirman que incluso los accidentes más nimios —como cuando un conductor borracho da un volantazo, invade el carril contrario y luego rectifica su trayectoria— puede provocar que las pasajeras choquen contra las barandillas de acero, sufriendo cortes y hematomas.

En Camboya casi nunca se respetan las normas de tráfico y muchos conductores carecen de licencia. Recientes controles aleatorios realizados a 189 camionetas de transporte de trabajadoras de la confección descubrieron que casi la mitad de los conductores carecían de carnet, a pesar de los esfuerzos por garantizar que aprueben los tests de conducción y que cuenten con la formación y la documentación necesarias. "Cuando conducen, lo hacen como reyes… sin miedo a nada", afirma la líder sindical Jeang Sreymom, que trabaja en la factoría de Sangwoo —de propiedad coreana— fabricando ropa para H&M, Gap, Zara y Marks & Spencer. Quienes trabajan allí afirman que nunca se encienden los ventiladores, a pesar de los casi 40 grados de temperatura que alcanza el interior de la fábrica y que no tienen acceso a agua potable limpia. Nos resultó imposible contactar inmediatamente con los representantes de Sangwoo.

Publicidad

Las trabajadoras de la confección se apiñan en minibuses atestados tras acabar su trabajo en una fábrica.

Pero lo que está claro es que las trabajadoras acaban su jornada totalmente agotadas. Un estudio llevado a cabo en 2014 reveló que en torno a dos tercios de las trabajadoras no tenían acceso a alimentos buenos y nutritivos. "Trabajas tantas horas sin comer adecuadamente", explica Jeang, "que cuando hay un accidente las trabajadoras no pueden protegerse y se limitan a espantarse y, en muchos casos, a desmayarse".

Para evitar el peligroso viaje hasta casa, algunas mujeres, incluída Jeang, dicen que prefieren pasar la noche en las fábricas. "Mis padres son muy mayores, pero prefiero seguir viva y enviarles dinero que correr el riesgo", afirma.

Una trabajadora de la confección come junto a la carretera tras terminar su jornada en una fábrica.

Pero eso no es una opción para personas como Ton, que soporta horas de trayecto todos los días para poder pasar tiempo con su hijo. "A veces, si tengo suerte, puedo charlar y jugar con él media hora o una hora", explica. Pero a veces el niño ya está dormido, así que ella se dedica a lavar y cocinar y después se mete en la cama. Las camionetas vuelven a su pueblo al día siguiente antes de las 5 de la mañana. "Todos los días me siento cansada, exhausta, pero no tengo alternativa", me dice.

A bordo de la furgoneta, el tema de conversación alterna entre la familia y las finanzas. "No te he visto hacer horas extra últimamente", espeta una mujer chillona que lleva una gorra de béisbol azul a su vecina tratando de hacerse oír por encima del traqueteo del motor. "Sí, este mes voy fatal de dinero", responde la otra mujer a gritos. Tras aproximadamente una hora, la camioneta se adentra en el campo camboyano. La carretera serpentea a través de ríos, cruzando varios puentes. Tres ramas arañan las cabezas de las trabajadoras.

Reoun Sinoun contempla la carretera. "Siento como si todo me diera vueltas", dice, "me siento muy desgraciada". Sueña con abrir un salón de uñas o una peluquería, pero al ser la más joven de su familia tiene demasiadas responsabilidades. Su hermano necesita dinero para estudiar en una universidad de Phnom Penh, sus padres han estado enfermos, necesita unos ingresos estables y los trabajos en la confección abundan. "No quiero trabajar como una esclava, pero la realidad es que debo afrontar mi situación", afirma.

Después de más de una hora y media, la camioneta finalmente para frente a su casa. Es una casa típica de madera con la planta baja descubierta. Sinoun recorre el camino, donde la espera su padre. Le saluda y se acurruca sobre un banco. Otro día termina, otro día a unas cuantas horas de distancia.

Información adicional por Oudom Tat.