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Identidad

Mujeres que violan a otras mujeres

Las mujeres agredidas sexualmente por otras mujeres tienen una experiencia mucho más confusa y tienden a un mayor aislamiento.
Photo via Jenna Carver

Cassandra Perry se despertó y vio que todos los que la rodeaban estaban inconscientes. Por temor a hacer ruido, rodeó de puntillas los cuerpos dormidos en busca de sus pertenencias y tomó prestadas un par de chanclas porque sus zapatos no aparecían por ningún lado. Lo último que recordaba de la noche anterior era a un hombre diciéndole que no le iba a dar la lata con los condones y unas manos de mujer separándole las piernas. Aquella noche dos personas mantuvieron relaciones sexuales no consentidas con Perry. Ella ya había oído hablar de los peligros de ser violada por un hombre, pero ser violada por una mujer era un terreno nuevo completamente aterrador.

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Lo mismo le sucedió a Maria*, que sufrió tocamientos cuando tenía cuatro años a manos de una niña más mayor; y a Sophie*, que fue obligada a mantener relaciones sexuales a lo largo de una relación abusiva; y a Emma*, que fue agredida sexualmente por dos mujeres cuando cumplió los 23 años. Sus historias forman parte de una sección de relatos de víctimas de violación tristemente poco documentada y desacreditada por el entorno. Son las víctimas femeninas de las agresoras femeninas, las supervivientes de agresiones sexuales que mucha gente considera imposibles.

Aunque los datos estadísticos varían, según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de EE. UU. (CDC, por sus siglas en inglés), alrededor de una de cada cinco mujeres estadounidenses sufrirá una violación o un intento de violación a lo largo de su vida. Un informe especial elaborado por el Departamento de Justicia de Estados Unidos en 2013 indica que los agresores más comunes son casi siempre hombres blancos, pero ¿qué pasa cuando la agresión no se ajusta a los parámetros de abusos sexuales a los que estamos acostumbrados?

Jennifer Marsh, vicepresidenta de atención a las víctimas en la Red Nacional Norteamericana para la Violación, el Abuso y el Incesto (RAINN, por sus siglas en inglés), afirma que aunque no son tan comunes como los relatos que incluyen agresores masculinos, las historias de mujeres que son agredidas por otras mujeres son algo con lo que se encuentran de forma regular en sus líneas telefónicas gratuitas de ayuda a las víctimas de agresión sexual. "Se trata sin duda de un crimen de género", me explica Marsh por teléfono, "aunque normalmente clasificamos a los agresores dentro de la categoría de hombres".

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Como resultado, el personal de la RAINN ha sido debidamente instruido para no dar nada por supuesto acerca del género del agresor cuando reciben llamadas. "En nuestra línea de atención gratuita empleamos pronombres neutros por esa misma razón", afirma Marsh, añadiendo que ella no cree que sea la norma al hablar de agresiones sexuales. "La gente [normalmente] utiliza pronombres femeninos al hablar de la víctima y pronombres masculinos al hablar del agresor, pero eso es algo que nosotros tratamos firmemente de evitar".

Hay mujeres que tienen los mismos problemas relacionados con el poder y el control en sus relaciones que los hombres

La decisión de la RAINN de utilizar pronombres neutros surgió de un deseo de ayudar a que todas las víctimas se sintieran cómodas e incluidas. "No hay nada más alienante [que usar los pronombres incorrectos] para una víctima que no encaja en la idea preconcebida que todos tenemos", indica Marsh. "Ya se sienten como si nadie las comprendiera, como si no le hubiera sucedido nunca a nadie antes, se sienten profundamente solas, de modo que si las personas que se supone que van a ayudarlas dan por hecho determinadas suposiciones, ellas pueden percibir que sus sentimientos negativos se confirman".

Para muchas mujeres víctimas de agresiones por parte de otras mujeres, la falta de historias similares a la suya no les permite identificar correctamente su experiencia. Liza*, que ahora tiene 48 años, tenía solo 11 cuando una prima suya comenzó a realizarle tocamientos. Como muchas de nosotras, no había recibido ninguna información acerca de las agresiones entre personas del mismo sexo. "Ni siquiera sabía que fuera posible", explicó Liza en una entrevista telefónica que nos concedió desde su casa, en Wisconsin. "No podía identificar lo que me pasaba con ningún tipo de lenguaje conocido, aquello no encajaba con nada que yo conociera".

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Todo lo que sabía Liza sobre los agresores sexuales era que se trataba de personas poderosas y desconocidas de género masculino, y no de personas jóvenes y familiares de género femenino. La agresión que experimentó no se parecía en nada a lo que según su información podía considerarse "normal" o "creíble" y la falta de educación, ejemplos y apoyo específicos para el tipo de trauma que ella experimentó la despojó de la oportunidad de verbalizar —y por supuesto también de procesar— una experiencia que finalmente tuvo un impacto muy duradero en su vida.

En términos de repercusión, ser una mujer sexualmente agredida por otra mujer implica toda una serie de "barreras específicas", afirma Laura Palumbo, Directora de Comunicaciones del Centro Nacional Norteamericano de Investigación sobre Violencia Sexual. "Cuando hablamos de sanación para las víctimas [de agresiones heterosexuales], siempre contamos con el elemento de saber que hay otras personas que han pasado por lo mismo y han podido recuperarse de su experiencia". Pero, según Palumbo, las mujeres que han sido víctimas de violencia sexual perpetrada por otras mujeres no cuentan con dichos conocimientos ni están familiarizadas con el suceso. Según ella, "las víctimas de agresiones sexuales no heterosexuales no tienen acceso a ninguna historia que les explique cómo recuperarse, no reciben la credibilidad que merecen y no cuentan con espacios donde se preste la atención debida a sus experiencias".

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Angela Esquivel, consejera en crisis de violación y fundadora del As One Project, una organización que ofrece apoyo a las víctimas, está totalmente de acuerdo. "La gente da por hecho que si se trata de dos mujeres, bueno, que por supuesto son afectuosas y sensibles y todo eso", indica acerca de las observaciones que ha realizado en base a su trabajo, "pero desde luego ese no es el caso".

Las víctimas de agresiones sexuales no heterosexuales no tienen acceso a ninguna historia que les explique cómo recuperarse, no reciben la credibilidad que merecen y no cuentan con espacios donde se preste la atención debida a sus experiencias

Esquivel explica que el poder y la autoridad no son exclusivos de determinado género: "Hay mujeres que tienen los mismos problemas relacionados con el poder y el control en sus relaciones que los hombres", afirma, y añade que "las parejas del mismo sexo no son inmunes a los desequilibrios o abusos de poder que se producen dentro de las relaciones".

Los datos recopilados por los Centros para el Control de Enfermedades parecen confirmar estas observaciones y, según esta agencia, las mujeres lesbianas y bisexuales presentan un riesgo mayor de experimentar violencia íntima a manos de sus parejas. El 44 % de las mujeres lesbianas y el 61 % de las bisexuales —en contraposición al 35 % de mujeres heterosexuales— experimentarán una violación, violencia física y/o acoso por parte de una compañera íntima a lo largo de su vida.

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Sin embargo, las mujeres víctimas de agresiones por parte de personas de su mismo sexo pueden tener cualquier orientación sexual y estas cifras no incluyen el componente añadido de mujeres heterosexuales agredidas por otras mujeres, víctimas de agresiones aisladas u otro tipo de agresión que no encaja en los parámetros más "típicos".

"En mi labor como defensora de los derechos de las mujeres he escuchado innumerables historias de mujeres y niñas que han sufrido agresiones sexuales a manos de otras mujeres, desde violaciones durante la primera cita hasta casos de abusos sexuales infantiles, pasando por traficantes y captadoras femeninas que explotan a las jóvenes para sacar beneficio económico", afirma Brooke Axtell, Directora de Comunicaciones y de Apoyo a las Víctimas en Allies Against Slavery y fundadora de Survivor Healing and Empowerment.

Axtell afirma que es menos probable que se identifique a las agresoras femeninas como una amenaza legítima y añade que esto es consecuencia del modo en que definimos la violación a nivel legal y cultural. Como resultado, la importancia y la repercusión de las agresiones no heterosexuales se han "reducido artificialmente" en palabras de Axtell, y señala que "la violencia de mujeres sobre otras mujeres no es menos violencia". De hecho, afirma, "puede provocar incluso más confusión y desorientación porque no encaja dentro del guión social tradicional de lo que se considera agresión sexual".

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Las estadísticas de que disponemos tampoco incluyen a las mujeres que han elegido no denunciar sus historias. Según un estudio realizado por la Oficina Norteamericana de Estadísticas Judiciales (OEJ), las mujeres denunciaron solo el 34 % de los intentos de violación, el 36 % de violaciones consumadas y el 26 % de agresiones sexuales durante los ocho años que transcurrieron entre 1992 y 2000. Las razones para decidir no denunciar son numerosas, pero en el caso de Sophie, víctima de una agresión por parte de otra mujer, la decisión de no hablar se basó en su miedo a que lo que le sucedió diera mala fama a las comunidades queer y trans… Quizá sea esta otra "barrera exclusiva" que soportan las mujeres que son agredidas sexualmente por otras mujeres.

A Sophie, que fue agredida por una mujer transexual, le preocupaba que el hecho de compartir su historia hiciera que la atención se centrara en la identidad de género de la agresora y no en la agresión en sí. "Me preocupaba mucho la transfobia y que la gente reaccionara de manera transfóbica, lo que no me habría servido de ninguna ayuda", afirma Sophie. Así pues, en lugar de hablar con otras personas acerca de su agresión, Sophie decidió permanecer en silencio. Hablar acerca de las agresiones todavía sigue siendo una tarea penosa y preocuparse por el hecho de que pueda minar la reputación de una comunidad ya de por sí muy marginada crea un obstáculo añadido que dificulta todavía más la labor de solicitar la ayuda necesaria justo después de un evento traumático.

Pero, ¿hay algo que pueda hacer el proceso de superar una agresión sexual menos insoportable? Cuando le preguntamos qué podría haberla ayudado, Cassandra Perry nos dijo que la lucha para poner un nombre a su agresión y, en consecuencia, poder procesarla, radica en un problema mucho mayor centrado en el discurso: "Hasta que no contemos con un vocabulario más amplio para poder mantener estas conversaciones y describir mejor lo que nos ha sucedido o lo que les ha sucedido a otras personas, no podremos comprender realmente lo que está pasando ahí afuera".


*Estos nombres han sido cambiados.