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Identidad

Varias personas nos explican sus peores trabajos de verano

¿Hay algo peor que trabajar de socorrista en una piscina de olas llena de gente borracha que te tira al agua? Probablemente no.
Illustration by Juliette Toma

Trabajar en verano cuando eres adolescente o estudiante es lo más parecido a hacerse mayor. Es un primer paso para entrar en la llamada edad adulta aunque solo sea durante dos meses y porque lo único que necesitas es un poco de dinero para dejar de pedírselo a tus padres (te das cuenta de que cada vez que lo haces te sientes un poco peor). En aquella época no paraban de repetirte aquello de "a ver si así te enteras que el DINERO NO CRECE DE LOS ÁRBOLES" como método infalible para ejercer presión. Y aunque en su momento nadie te lo dijera, iban por ahí orgullosos explicando que trabajabas en un chiringuito de playa y que la jefa de barra te había dicho que servías muy bien los calamares. Ese verano te sentiste por fin adulta, una "currante", vaya, casi capaz de cualquier cosa. "¿Qué? ¿Pero a qué se está mejor estudiando?", te dijeron, a principios de septiembre, en un intento desesperado para que ni se te pasara por la cabeza dejar el instituto.

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Socorrista en un parque acuático

Recuerdo que tenía 16 años recién cumplidos y me apunté a un curso de socorrismo en una bolsa de trabajo. Un mes después tenía una llamada diciendo que necesitaban socorrista en el mayor parque acuático de la ciudad (Málaga). No sé si me aterraba más enfrentarme a mi primer trabajo o a la piscina de olas. Cada vez que rotábamos y me tocaba a mí, se podía ver a un chico de pie con el flotador en el brazo que por dentro REZABA para que nadie se ahogase en esa piscina enorme llena de gente borracha.

Lo peor vino el verano siguiente al cambiar a un hotel de la Costa del Sol, donde los extranjeros que venían a la piscina encontraron "la diversión del día" en tirar al socorrista constantemente a la piscina… A veces lo agradecía por el calor, pero no siempre. El colmo del colmo vino cuando empecé a ligar con tías que no pillaban que yo era gay…

PD: Hoy evito las piscinas con olas siempre que puedo, miro que nadie venga por detrás cuando ando por la piscina y aún no he tenido ninguna relación con una mujer.

Alvaro Dols

Pasaba ocho horas arrastrándome en cuclillas por unas hileras de fango rodeada de arbustos

Recolectora de fresas en Escocia

En mi caso el trabajo más mierda de mi vida coincidió paradójicamente con un verano bastante idílico que recuerdo con mucha nostalgia. Al final de mi primer año de carrera decidí irme a Inglaterra a mejorar un poco mi inglés y como no tenía ni un duro la mejor forma de hacerlo era con un programa de trabajo. Pronto descubrí que muchos de estos programas te hacen pagar más de lo que luego puedes acabar ganando con el curro, pero por suerte di con una oferta interesante y asequible para ir a recoger fresas en el norte de Escocia con alojamiento gratis incluido en unas caravanas cochambrosas al lado de los campos. El trabajo empezaba a las seis de la mañana y acababa a las dos del medio día, ocho horas que pasaba arrastrándome en cuclillas por unas hileras de fango rodeadas de arbustos de fresas por cada lado. Al tercer día me desperté con unas agujetas infernales en las piernas que me impedían incluso sentarme a orinar y me obligaron a cambiar de táctica y a empezar a pasearme con mi culo por todo el campo, lo que ralentizó mi proceso y disminuyó mi cosecha y mi paga. Al cabo de una semana vi que mis pies, que pasaban gran parte del día enfundados en unas botas de plástico, habían empezado a resentirse de la humedad y estaban adoptando un preocupante color entre blanco y morado, así que tuve que empezar a cosechar descalza por miedo a que acabaran pudriéndose.

A pesar de todo, cuando pienso en ese verano lo primero que me viene a la mente es el sabor de los litros de cerveza que tomábamos en el pub al acabar nuestra jornada, y de los tantos otros que seguíamos tomando junto a las caravanas, bajo uno de los cielos más impresionantes que he visto en mi vida y que me imagino es algo cercano a los efectos de la aurora boreal en los países del norte.

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Rosa Gregori

Niñera de dos niñas en una furgoneta

Recuerdo cuando hacía canguros en Calella. Hubo un verano que mi mejor amiga y yo estuvimos cuidando a dos niñas, hijas de una vendedora de pulseras ambulante. Como esta majísima señora no tenía casa allí, teníamos que cuidar a sus niñas dentro de su furgoneta llena de trastos usando un farolillo como lámpara… y así nos pasamos varias semanas. No diría que fue el peor, ¡pero sí el más extraño y surrealista de mis trabajos!

— Paula Garces

Nunca un julio se me hizo tan largo, nunca pensé que los niños podían ser tan crueles

Niñera de siete niñas un poco repelentes

Trabajé un verano al cargo de siete niñas. Tres de ellas eran las hijas de una psicóloga, que a su vez era la dueña de ese "campamento" de verano que claramente se había montado para que le saliera a cuenta el cuidado de sus hijas durante el mes de julio.

Pensé que había triunfado, después de dos veranos llevando a cuarenta niños arriba y abajo, creí que siete era pan comido para mí. Incluso estaba mejor pagado. Pero no sabía que detrás de ese suculento sueldo, estaba el infierno. No esperaba que esas tres hermanas fueran tan absolutamente despiadadas y que convertirían esas semanas en un campamento de terror y amenazas contra mi ser (y el de las otras niñas integrantes).

Estudiantes ellas de una buena escuela bilingüe, aprovecharon la tregua del verano y la potestad que le otorgaba saber que el negocio era de su "mami", para planear en Alemán todo aquello que las demás no podíamos entender, desde encerrarse en el baño con pestillo y tardar 3 horas en salir, apagar todas las luces del centro, acusarme delante de los padres de cosas que nunca sucedieron o insultar de forma étnica, social o estilística a las demás niñas. También tiraron algún que otro cubo de pintura e hicieron un golpe de estado contra mis actividades de pintura y manualidades.

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Nunca un julio se me hizo tan largo, nunca pensé que unos niños podían ser tan crueles, no sólo entre ellos sino conmigo misma.

Elianne Sastre

Camarero en un cámping de la Costa Brava

Estuve trabajando en un verano en un camping y lo pasé muy bien. Lo pasé muy bien porque soy una persona que le pone voluntad, todo hay que decirlo. Trabajaba de camarero en el bar del camping y pasaba las horas libres en una cala diminuta, leyendo y bañándome hasta que llegaba la hora de volver al bar. Al final de la jornada, todos los trabajadores íbamos al sitio donde dormíamos, "Las viviendas". Allí hacía botellón hasta caer rendidos con dos post-adolescentes, un holandés y un alemán, que se liaban a gritos por alguna trifulca patriótica cada noche. También había un trabajador con Tourette y andaluces majísimos que se enfadaban cuando pensaban que les tomaban el pelo. Ir a dormir no era una opción porque mi compañero de habitación era un señor de cincuenta y pico años que roncaba como un demonio. En serio, no sabéis lo que roncaba ese hombre. A veces sueño con ello.

La cosa es que pasaban los días y yo estaba a punto de explotar, enjaulado en unas calas muy bonitas pero algo aisladas y sin absolutamente nada que hablar con nadie. Así que dejé de quedarme cada noche bebiendo en "las viviendas" y empecé a salir cada noche con cualquier cliente que me pareciese mínimamente simpático. La clientela eran: familias alemanas y holandesas y algún grupo de gente con 18 recién cumplidos que hacían sus primeras vacaciones sin padres juntos. Esa sería mi salvación, algo un poco triste teniendo en cuenta que yo tenía unos años cuantos más.

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Quique Ramos

Ir a dormir no era una opción porque mi compañero de habitación era un señor de cincuenta y pico años que roncaba como un demonio

Camarera en un chiringuito de la playa

Con dieciséis años decidí que no quería tumbarme más en la playa. Quería ser útil ¿Y qué mejor que ponerse a recoger hamacas? Dicho y hecho. Una mocosa enana con una hamaca a lado y lado. La primera "mujer" (por así decirlo) que hacía ese trabajo en la historia del chiringuito. Me pusieron el mote de "superwoman". Y yo feliz porque me pagaban 8€ al día.

Con el tiempo ascendí y llegué al increíble puesto de… ¡camarera de chiringuito! Trabajar en un chiringuito de playa, como cualquier trabajo del mundo, tiene sus cosas buenas y sus cosas malas. Tu oficina tiene las mejores vistas del mundo, tu piel se broncea, el pelo se aclara y pierdes unos cuantos kilos. Eso sí, trabajas a 35ºC y tienes que aguantar a más de un adinerado impertinente. "Por favor chica, un melón con jamón, pero que no tenga grasa el jamón". "¿Me puedes hacer el biquini que quede tostado a cuadraditos?". "¡Ui! El manchego está sudado". "¿Perdona, me pones un gintonic sin ginebra? ¡Pero en copa de balón eh!". "Un caipimoji con poco azúcar, nena". "Un cortado descafeinado de máquina con leche de soja templada sin espuma y sacarina".

Alba Gómez