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Identidad

La fruta prohibida: por qué las cerezas son tan sexuales

Desde la poesía erótica a las pinturas románticas del siglo XIX, pasando por el “pastel de cerezas” o la ropa interior kitsch, este fruto lleva siglos siendo un símbolo sexual.
Photo by Lumina via Stocksy

Solo una fruta puede afirmar haber simbolizado tanto un pene no circuncidado como una membrana vaginal. Mientras que los plátanos resultan obvios y los melocotones han recibido el honor de simbolizar los trabajitos por la puerta de atrás, desde el siglo XVI tanto artistas como escritores, músicos y pervertidos del montón han estado de acuerdo: hay algo entre las mujeres y las cerezas, tanto si la cereza está en nuestra boca como esperando a salir de nuestro interior.

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La historia de las cerezas se remonta a la Europa y la Asia Occidental prehistóricas, cuando la gente las recogía y las comía de los árboles silvestres. Según el libro Historia Natural de Plinio el Viejo, el Imperio Romano cultivaba al menos ocho variedades en el siglo I de nuestra era, aunque no fue hasta el siglo XVI cuando el cultivo de cerezas comenzó a expandirse por toda Europa. Dos siglos más tarde, estos frutos que se convertirían en futuros estampados de ropa interior se apretujaban junto a las manzanas, los melocotones y las peras en los viajes transatlánticos de los colonos desde Europa a América, donde ahora se cultivan en una cantidad equivalente a 1.200 millones de euros al año, según el Centro de investigación de marketing agrícola.

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De este origen meramente culinario surgió más tarde el legado de la cereza como símbolo sexual. En A Dictionary of Sexual Language and Imagery in Shakespearean and Stuart Literature (Diccionario de lenguaje e imaginería sexuales en la literatura shakespeariana y estuardiana), Gordon Williams sitúa el origen de la influencia cultural de las cerezas entre los siglos XVI y XVII, mencionando algunas de las más remarcables formas en que los europeos utilizaban esta fruta para hablar sobre los pecados de la carne: los poetas Josuah Sylvester y Robert Herrick comparan las "cerecitas" con los "pequeños pezones" y las "tetitas" en múltiples obras; Charles Cotton compara un "Jardín de vello femenino" (el pubis) con las cerezas negras en Erotópolis (1684); y John Garfield se refiere al sexo como "Jugar a cazar las cerezas" en el panfleto erótico Wandering Whore II (La prostituta errante II), de 1660.

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Aunque esta fruta actualmente se asocia sobre todo a la anatomía femenina, nuestros ancestros literarios explotaron el hecho de que una cereza bulbosa apretada contra unos labios haciendo el ademán de besar tiene un aspecto parecido a la punta de una polla, y que un par de cerezas colgando sobre una boca abierta se parecen a otra pareja de cosas redondas, ligeramente más peludas. En 1655, los escritores Michel Millot y Jean L'Ange publicaron La segunda escuela de Venus, una novela erótica que incluye la frase, "Hay un pliegue de la piel hacia la punta [del pene] que se retrae y deja al descubierto una cabeza como una enorme cereza roja, tan agradable al tacto como nada imaginable".

Uno de los más notables guiños a las cerezas, no obstante, es uno de los más antiguos. En el poema de 1617 "There Is a Garden in Her Face" (Hay un jardín en su rostro), Thomas Campion compara esta fruta con lo que simboliza más a menudo en la actualidad: el atractivo sexual de una joven pura y virginal. Durante el siglo XVII, los vendedores ingleses de cerezas gritaban "cherry ripe" ("¡cerezas maduras!") para atraer a los posibles compradores, y a eso se refiere Campion aquí: "Hay un jardín en su rostro… / Donde crecen cerezas que nadie puede comprar / Hasta que ellas mismas griten '¡cerezas maduras!'". Lamentablemente para Campion, el poema sugiere que su bella virgen no está todavía madura para ser recogida del árbol.

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"Madre e hijo", de Frederic Leighton (1865)

Pero este sentido figurativo no empezó a extenderse hasta finales del siglo XIX. "La imagen [de la cereza] se basa en la idea de alcanzar el punto maduro, por lo que la virginidad tiende a considerarse algo que, tarde o temprano, debe perderse", escribe el distinguido lexicógrafo de slang (jerga callejera) Jonathon Green en su Green's Dictionary of Slang (Diccionario Green de slang), en el que también sitúa los orígenes de la "pérdida", la "expulsión" o el "desgarro" de la cereza por parte de las vírgenes en el inicio de la década de 1900. Por aquella época, las muchachas jóvenes que recogían cerezas o portaban cestas llenas de ellas eran un motivo común en el arte, con pintores como Frederic Leighton, Charles-Amable Lenoir y John Everett Millais representando la piel blanca como la porcelana de las niñas prepúberes junto a cerezas de un rojo intenso. Del mismo modo que hay un momento perfecto para recoger del árbol una cereza madura antes de que se vuelva marrón, los hombres creían que las vírgenes núbiles también debían "consumirse antes de" determinada fecha.

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En tiempos más recientes, la jugosa influencia de la cereza se ha impregnado en todas las partes de la cultura norteamericana. Esta fruta de color rojo intenso es un diseño muy popular en la lencería y la ropa de las adolescentes, lo cual, considerando sus connotaciones de pureza y atractivo sexual, es suficiente motivo para no dejar que tu hija se vista jamás con un vestido con estampado de cerezas. Los hombres que juguetean con instrumentos también han disfrutado colando referencias a las cerezas en su música: La banda Warrant afirma "Ella es mi pastel de cerezas" en el tema "Cherry Pie"; ZZ Top entona el torpe "Soy adicto al tacto de su roja cereza" en la canción "Cherry Red"; y Neil Diamond canta a su "Cerecita, nena", en "Cherry Cherry". La banda de ska Cherry Poppin' Daddies, que se formó en 1989, merece una mención aparte ("Cherry Poppin'" significa algo así como "desvirgar"). También hay una canción escrita por mujeres —"Cherry Bomb", del grupo femenino de punk The Runaways— en 1976: Joan Jett les cuenta a "papá y mamá" que ella es su "bomba de cerezas", una referencia que resitúa las connotaciones sexuales de esta fruta como algo explosivo, vinculándolas a unos fuegos artificiales llamados "cherry bomb" (bomba de cerezas) que eran muy populares en esa época. (Actualmente hay una revista sobre mujeres y comida, Cherry Bombe, que se publica cada dos años).

Pero quizá la cereza alcanzó su punto de mayor esplendor cuando Audrey Horne deslizó una cereza entre sus labios rojo carmín en aquella famosa escena de Twin Peaks. Comiendo la fruta y atando el rabito con la lengua encarnó todo aquello que los artistas (rotundamente masculinos) han creído sobre la cereza: estaba siendo lúbricamente sexual y a la vez inocente y pura (y por lo tanto madura para entrar al famoso burdel de Jack el Tuerto). La fruta en sí misma es innatamente sexual —después de todo, se define como los ovarios agrandados de las plantas en flor—, pero las cerezas también han sido siempre la guinda del pastel.