Así sacrifican su salud y a sus familias las madres que hacen tu ropa en Camboya
Photos by Victoria Mørck Madsen

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Identidad

Así sacrifican su salud y a sus familias las madres que hacen tu ropa en Camboya

Las trabajadoras textiles de Phnom Penh confeccionan en difíciles condiciones laborales. Muchas de ellas, madres y cabezas de familia, incluso viven lejos de sus hijos.

La hora punta en las congestionadas calles de Phnom Penh, capital de Camboya, ofrece un espectáculo que parece la definición misma del "industrialismo". Cargamentos de trabajadores atrapados en camiones de ganado se reparten desde las provincias y los suburbios exteriores a alguna de las cientos de fábricas textiles que hay situadas en las sucias periferias de la ciudad.

Entre ellas está Sophan, una mujer de 30 años que hace dos años se mudó de Kampong Cham, su provincia natal, para trabajar en una fábrica textil. Actualmente está embarazada de tres meses, lo que vuelve aún más complicado su turno de diez horas en el opresivo ambiente de la fábrica.

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"A veces necesito vomitar y trabajo más lento que los demás", dice Sophan, hablando en un rápido descanso para comer antes de que los altavoces convoquen a los trabajadores de vuelta a la línea de producción. "Además siempre me pongo enferma, porque desde que empecé a trabajar aquí mi salud no ha estado muy bien".

Casi un millón de empleados —como Sophan— forman la columna vertebral de la industria textil de Camboya y de su economía, ahora que el sector domina alrededor del 80 por ciento de las exportaciones del país. Como muchas fábricas camboyanas son de propietarios extranjeros, allí se producen las telas para grandes marcas como Armani o Gap.

El 80 por ciento de las trabajadoras de las fábricas textiles son mujeres, muchas de ellas muy jóvenes. Fotos por Victoria Mørck Madsen.

Casi todas las personas que trabajan en las fábricas son mujeres. La mayoría de las trabajadoras —casi todas de veintitantos— son también madres o futuras madres; una realidad que los empresarios parecen no reconocer en las obligaciones de salud básica, el cuidado de sus niños o las bajas por maternidad.

Para las familias de las provincias pobres de Camboya, las hijas (como potenciales trabajadoras textiles) son muchas veces su bien más lucrativo. Miles de mujeres jóvenes son animadas a entrar a la industria y tienen dos opciones: o emigran a Phnom Penh o se ven obligadas a realizar desplazamientos infernales de hasta cuatro horas diarias.

Al ser uno de los sectores mejor pagados y más regulados del país, la industria textil de Camboya suele verse como un modelo de reforma laboral progresista (por ejemplo, por las Naciones Unidas). Sin embargo, gracias a la falta de cumplimiento de las leyes y a la alta demanda de trabajo en la industria, las fábricas explotan a sus empleados sin mucha supervisión de por medio; una circunstancia que algunos han descrito como trabajo forzado.

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Una multitud de trabajadores se detiene en un mercado cercano después del trabajo. El promedio diario que destinan las trabajadoras a la comida es de entre 0,65 € y 0,85 €

Como explica Sophorn Yang, líder de la Unión de Trabajadores Textiles de Camboya, el problema es de implementación más que de regulación. "Ya tenemos leyes, solo necesitamos un gobierno que las haga efectivas", dice. "Si lo hacen, las trabajadoras se sentirán más tranquilas teniendo un bebé. Lo que también queremos es que las fábricas asuman su responsabilidad".

Savory, de 28 años, es compañera de trabajo de Sophorn. Tiene una hija de tres años y está embarazada de cinco meses. "Hay muchos peligros para las mujeres embarazadas, porque tenemos miedo de que las sustancias químicas o el hecho de estar sentadas todo el día afecten a nuestros bebés", dice. "Si tuviéramos más dinero, podríamos hacernos chequeos de salud. Pero si no trabajara aquí, no sé dónde podría ir".

Nacida en la provincia de Kampong Speu, Savory se mudó a la capital para trabajar hace siete años. Se casó, pero su marido es un obrero de la construcción (probablemente la industria más explotadora y peor pagada), así que les queda muy poco dinero para recibir asistencia médica con sus ingresos de 120 € mensuales. "El salario que recibo solo me alcanza para cubrir el alquiler de la casa, la comida y el colegio de mi hija", dice.

Debajo de una carretera muy transitada que lleva a una de las fábricas más grandes hay un laberinto de pequeñas casas, donde vive la mayoría de las trabajadoras textiles

Los dueños de fábricas del sector textil tienen la obligación legal de proporcionar a las trabajadoras embarazadas una baja mensual de medio día para hacerse una revisión médica, así como pausas y descansos adicionales. Las empleadas que llevan más de un año, en teoría, también pueden acceder a una baja por maternidad percibiendo solo media paga. Se trata de unas políticas excelentes sobre el papel, a veces promovidas por las marcas de moda occidentales que están en el ojo público, pero su implementación parece ser muy diferente.

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La industria textil de Camboya prefiere los contratos de corta duración, casi siempre de entre tres y cinco meses, lo que permite a los empresarios despedir a las trabajadoras embarazadas antes de que puedan obtener la baja por maternidad o sus derechos por embarazo. Las presiones en la línea de producción también implican la denegación de las bajas por enfermedad y las mujeres embarazadas son reacias a ejercer sus derechos cuando pierden sus trabajos o reciben un recorte de salario.

Trabajadores saliendo de la fábrica después de un largo día

Aunque muchas fábricas tienen centros médicos incorporados, estudios de organizaciones no gubernamentales han descubierto que estos siempre excluyen los servicios de salud reproductiva y de maternidad. Para aquellas mujeres a las que sí se han otorgado derechos, algunos factores relacionados con el trabajo como los escasos recursos, las distancias de desplazamiento y los turnos extremadamente largos a veces implican que no pueden acceder a la atención médica, lo que les impide poder ejercer dichos derechos.

Las extensas horas de trabajo y los largos viajes también han hecho que muchas trabajadoras textiles elijan emigrar ellas solas a la capital, para enviar sus sueldos (y, a veces, a sus bebés) de vuelta a sus familias. Como explica Savory, la mayoría de los empleados tienen poco o nulo acceso a guarderías, así que, como muchas otras mujeres, ella también decidió dejar a su primera hija a cargo de sus padres en la provincia, viéndola solo en las visitas mensuales que hace a su casa.

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Una trabajadora prepara la cena

"Ya decidí que serán mis padres quienes cuiden de mi siguiente bebé, así que también tendré que enviarles más dinero para que puedan comprar leche", dice. "Antes yo realmente quería ser madre, pero ahora solo pienso en las dificultades. Ya me he comprometido a tener el segundo y lo haré, pero las cosas cambian completamente cuando estás embarazada".

Del mismo modo, Sophan, cuyo marido trabaja en el campo, tiene intención de dejar a su bebé con su madre —que tiene problemas de visión— en su ciudad natal. "Sé que va a ser difícil [para mi madre] adaptarse a un bebé por sus problemas", explica. "Estoy muy preocupada, pero no tengo otra opción".

Más allá de los derechos para las madres, las fábricas textiles de Camboya están obligadas también a facilitar servicios de guardería para los empleados. Pero en el extraño caso de los empresarios que lo han hecho, los servicios que se ofrecen son espacios casi simbólicos designados con muy poca —o ninguna— supervisión adulta. Las trabajadoras normalmente los describen como cuartos vacíos de la fábrica que ya no se utilizan o como un tumulto de niños y bebés gritando y tratando de escaparse.

Las mujeres se resisten a usar esos lugares, así que la responsabilidad de cuidar a los niños recae sobre los abuelos, que normalmente también están poco preparados para ese compromiso. Un estudio reciente sobre los hijos de trabajadoras textiles rurales encontró estándares muy malos de salubridad, nutrición y supervisión, con abuelos o familiares indirectos que suelen ser muy pobres o estar muy ocupados con las labores del campo como para ofrecer un cuidado adecuado.

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Chhailin llegando al trabajo

"Hay una gran diferencia entre cuando estaba soltera y ahora que tengo una familia", dice Chhailin, una madre de la provincia Prey Veng que tiene 33 años y dos hijos y que lleva 16 años trabajando en fábricas (se muestra su fotografía más abajo).

Después del nacimiento de su primer hijo, la madre de Chhailin se mudó a la capital a vivir con ella y su marido, para cuidar de su nuevo nieto.

Chhailin en su casa visitando a su hija

Pero al ser el único soporte económico de su hogar, el salario de entre 55 € y 120 € mensuales de Chhailin no alcanzaba para mantener a una familia en la capital después de su segundo bebé. Sus dos hijos viven ahora en las provincias con su familia y la visitan esporádicamente en las festividades públicas anuales, cuando su economía lo permite.

"Mis padres son pobres, pero yo estoy ahorrando dinero para que mis hijos estudien y tengan conocimientos, porque no quiero que trabajen como yo", dice.

Chhailin se toma un momento de descanso en su casa

Las preocupaciones de Savory sobre el futuro de sus hijos evidencian el problema de falta de elección (o falta de opciones) que sufren las mujeres de las fábricas textiles en Camboya. Al venir de entornos rurales y con bajos niveles de educación, las trabajadoras textiles afirman tener pocas alternativas además del desgastante trabajo rural o el turbio empleo en las numerosas y sórdidas cantinas o bares de karaoke que hay en los pueblos y ciudades de Camboya.

"Si no hubiera trabajo en la fábrica no sabría qué hacer, porque no tengo tierras para sembrar. Si hubiera más dinero para los trabajadores, no estaría tan preocupada por la vida de mi familia".