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Identidad

​Tellito, la miliciana que reclutaba y alentaba a las tropas republicanas

Palmira Julia o Amaya Tello Landeta, fallecida en enero a los 95 años, es una imagen icónica de la participación de las mujeres de la República en la vida pública. Su historia es una lucha hasta el final por la igualdad y la justicia.
Tellito en la portada del semanario 'Estampa' (1936)

El 31 octubre de 1936 el semanario Estampa llevaba a su portada la imagen de una joven de pelo corto que habla con nervio gesticulando con sus manos. Hacía apenas cuatro meses que había comenzado la Guerra Civil en España tras el alzamiento contra la II República y la revista dedicaba un número a la figura de una mujer arengando a la población. "¡Todos los hombres y mujeres en servicios de guerra y retaguardia!", es la voz que ha sonado por barrios, mercados y fábricas de Madrid", recogía el semanario en su primera página.

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No está claro si la mujer de la portada dijo esas palabras exactas pero sí es cierto que ella es Palmira Julia Tello Landeta, un miliciana comunista de 16 años que recorrió los pueblos movilizando a la población para defender la República, que guió a las Brigadas Internacionales, que logró escapar de un muerte más que probable del Madrid de la posguerra, que pasó los casi 40 años de dictadura escondida tras un nombre que no era el suyo y luchando contra un régimen que arrinconó a las mujeres al interior de sus casas y que ya en la democracia jamás dejó de pelear por la igualdad y la justicia. El pasado enero falleció en Madrid a los 95 años y Broadly reconstruye su historia a través de los testimonios de sus dos hijos.

Aunque su familia era socialista, Palmira Julia se afilió al Partido Comunista Español (PCE) apenas cumplió 14 años. Enseguida formó parte de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) -organización de comunistas y socialistas que en 1936 se unieron para defender la II República-, donde pasó toda la guerra como parte del aparato de filiación y propaganda. "Sola y desarmada, arengaba a la gente en las plaza de los pueblos palabras que me salían del alma. Las madres me oían pedir que dejaran a sus hijos alistarse para el frente. Podían lanzarse contra mí, iba indefensa. Y nunca en ninguno de los pueblos por los que pasé me hicieron nada. ¡Cuando yo, a lo que iba era a llevarme a sus hijos a la batalla!", contó ella a su hijo, Gregorio Párraga Tello.

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Sus camaradas la empezaron a conocer por Tellito y la joven lo mismo enseñaba a manejar un fusil, que a movilizar a la población, que a guiar a las Brigadas Internacionales. Así es como acaba llevando a la Brigada Thaelmann –formada por austríacos y alemanes– hasta la batalla de Guadalajara. "Ella no sabía alemán pero debía haberse aprendido alguna palabra y cuando pidieron voluntarios para guiar a los internacionales ella levantó la mano", explica su hija, Victoria Párraga Tello.

Se casó con Ernesto Niño, que apenas diez días después cayó en el frente de Guadalajara. Su hermano, Paco, también había muerto en 1936, nada más comenzar la guerra. Cuando la contienda parecía ya perdida para el bando republicano, la miliciana huyó a Alicante para tratar de alcanzar alguno de los barcos que salían de España. "Me quedé a las puertas", contó a su hijos.

Cuando pudo regresar a Madrid, en abril de 1939, apenas terminada la guerra, enseguida empezó a trabajar de "sastra", como ella misma explica en una larga entrevista que su familia ha colgado en la red. Comenzó a contactar con otros compañeros y un día, cuando regresaba del trabajo se encontró con una amiga que le advirtió de que huyera. "Me han detenido y preguntado mucho por ti en comisaría, te están buscando. Esta mañana me han soltado y seguro que ahora me están vigilando. ¡Vete!", le dijo la mujer.

Y así hizo. Quince horas después la policía se presentó en su casa y al no encontrarla se llevó detenidas a sus dos tías, Margarita y Carmen. Su madre, Julia, llevaba varios meses presa en la madrileña cárcel de Ventas. Era junio y los agentes del régimen llevaban tiempo deteniendo a todas las mujeres que formaban parte o habían participado en la JSU. El 5 de agosto fusilaron a 13 de ellas –las conocidas como 13 Rosas–, muchas, menores de 21 años, junto a 43 hombres.

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Palmira Julia permaneció escondida al otro lado de la ciudad hasta que pudo escapar al norte, hasta Zaragoza, a donde llegó con un nombre nuevo: Amaya, en homenaje a la hija de Dolores Ibárruri, histórica dirigente y diputada del PCE, y de la que se consideraba "hija política y moral".

Como Amaya conoció al pintor vasco Ciriaco Párraga, comunista también, y quien se convirtió en su compañero el resto de su vida. Ella fue la modelo de muchos de su cuadros, como el que pintó un año después de terminada la contienda. Bajo el nombre de Perdimos la guerra ella aparece en la pintura con la mirada perdida en sus pensamientos.

Tellito retratada en el cuadro 'Perdimos la guerra' de Ciriaco Párraga. Cortesía de la familia.

Los hijos de la pareja no supieron que en realidad su madre no se llamaba Amaya hasta que a mediados de los años 50 la dictadura obligó a la población a que estuvieran identificados con el Documento Nacional de Identidad. La familia dudó hasta al final si era seguro que ella diera a conocer su verdadero nombre, Palmira Julia Tello Landeta, una mujer buscada por la policía por su militancia en la JSU. Consideraron al final que había pasado el suficiente tiempo aunque en casa siguió siendo Amaya.

La familia ya vivía en Bilbao y en 1958 Ciriaco fue enviado a prisión por su pertenencia al Partido Comunista en el País Vasco, que fue entonces desmantelado y todos sus dirigentes encarcelados. La casa de Amaya y el pintor era un lugar habitual de reunión y la imprenta vietnamita que sacaba sin parar el Mundo Obrero -la revista del PCE- se camuflaba tras los bártulos y caballetes del artista.

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Victoria tenía siete años cuando la policía entró a las tres de la mañana en su casa y recuerda cómo su padre se fue entre dos policías. En cuanto salieron de la casa su madre la agarró:

-"Si viene la policía a preguntar no conoces a nadie. Ni a este, ni a este, ni a este".

-"Mamá, si sí los conozco", respondió la hija.

Al ver que sería muy difícil hacer entender a una niña de siete años por qué tenía que mentir decidieron enviarla una temporada a Madrid con sus tíos. Cuando al día siguiente la policía regresó a la casa preguntando por la pequeña que habían visto la noche anterior, Victoria ya no estaba.

Ciriaco estuvo encarcelado año y medio y nunca supieron por qué la policía no detuvo a Amaya también aquella noche. Cuatro años después, un amigo íntimo de la familia, el poeta Blas de Otero, les contó que la policía sabía perfectamente quién era ella. A la vuelta de uno de sus viajes, el escritor tuvo que ir a declarar a comisaría y le preguntaron por su amiga. "Amaya, pero si lo saben todo de ti", les contó De Otero asombrado en cuanto les vio. "No me detuvieron porque no les dio la gana", sentenció la propia Amaya en el vídeo.

Entre los recuerdos de su infancia, Victoria tiene uno muy claro de los veranos que pasaban en casa de su tía Carmen en San Sebastián, donde cada mañana su abuela, su madre y sus tías hacían las camas de toda la familia: "Las oía reír, discutir de política, de hablar de esto y lo otro, yendo de una habitación a otra". Siempre terminaban llorando. "Para esas mujeres la dictadura suponía muchos sueños truncados y luchas, para luego acabar siendo amas de casa", explica la hija de Amaya.

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Además de arrinconar a la población femenina a la esfera privada del hogar, la dictadura impuso que ante cualquier atisbo de independencia las mujeres respondían primero ante sus padres y después ante sus maridos. Cuando Amaya fue a la comisaría a sacarse el pasaporte para visitar a su hermana en París, un policía se presentó en su casa para hablar con Ciriaco.

- "Su mujer no solo dice que no tiene su permiso para sacarse el pasaporte sino que encima dice que es soltera", dijo el agente.

- "Anda, como yo", respondió el pintor.

La pareja nunca se había casado. Les bastó ser compañeros de vida. Solo accedieron a contraer matrimonio cuando en 1973 a Ciriaco le quedaban pocos días de vida y como forma de facilitar todo el papeleo posterior.

Amaya Tello en San Francisco, 2003, contra la guerra de Iraq. Foto cortesía de la familia.

En los últimos años de la dictadura y en los primeros de la democracia, Amaya se implicó en todos los movimientos vecinales que lucharon por mejorar las condiciones de vida de los barrios urbanos más desfavorecidos. "Era una persona dura, supongo que por todo lo que había perdido, pero siempre fue íntegra y una gran defensora de la justicia, la igualdad y los derechos humanos", cuenta Victoria, quien recuerda que junto a su casa había poblados de chabolas donde vivían muchos gitanos, que provocaban rechazo entre la gente. "Tú, nunca los desprecies", le advertía siempre.

En EE. UU., a donde viajó cada año hasta los 90 desde que su hija comenzara a dar clases en San Francisco, se reunía de forma asidua con los veteranos del Batallón Lincoln, la brigada estadounidense que luchó en la Guerra Civil. En 2003, recién aterrizada en la ciudad californiana, no dudó ni un momento en participar –con 83 años ya cumplidos– en una manifestación contra la guerra de Irak.

Un día Gregorio le dijo a su madre: "Eres la versión femenina de Juan sin Miedo". Ella le respondió: "No hijo, yo he pasado mucho miedo pero he reaccionado de una manera distinta porque había que tirar para adelante".