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Identidad

Una 'coach' controló mi vida sexual durante una semana

Cuando una experta creó una rutina sexual especialmente para mí, estaba emocionada por abandonar mi zona de confort. Por desgracia, también abandoné gran parte de mi dignidad.
Fotografía cortesía de la autora

"Cuando ya no te queda nada que quemar, tienes que arder tú mismo". Este es un verso de la canción "Your Ex-Lover Is Dead" de Stars y también el principio que rige mi vida amorosa. Con la primavera en todo su esplendor, me sentí inspirada para renovar mi vida. Pero no hice limpieza, organicé mis finanzas o finalmente reciclé la creciente colección de botellas de vino que permanecen en equilibrio precario sobre mi nevera. En lugar de ello, di todo el control de mi vida sexual a una mujer que no conocía de nada.

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Sunny Rodgers, sexóloga clínica y coach sexual titulada, escribe en su web que su objetivo es "salvar el mundo a base de orgasmos". Me puse en contacto con ella para preguntarle si estaría interesada en micro gestionar mi vida sexual durante una semana y su respuesta fue: "Esto va a ser DIVERTIDO".

No tengo pareja, así que mi vida amorosa es una mezcla de masturbación y, bueno, sexo cada dos semanas. Como resultado, los consejos de Rodgers se aplicarían tanto a las relaciones con otra persona (en caso de que surgiera la oportunidad) como al autoplacer. Antes de que empezara la semana, charlé con Rodgers sobre mis fantasías y las cosas que definitivamente no estoy dispuesta a hacer y, basándose en nuestra conversación, desarrolló una rutina de una semana de duración para que yo lo siguiera. Así resultó la cosa:

Día uno: bebe zumo de piña para que tu vagina tenga buen sabor

El día que supo que yo tenía una cita ―una que sospechaba que implicaría sexo oral―, Rodgers me dijo que bebiera zumo de piña para que mi vagina tuviera sabor a fruta, aplicando de ese modo un atrevido aroma y aires caribeños a mi vida sexual. Unas horas antes de mi encuentro, me bebí un brik de zumo de piña e inmediatamente me dio acidez. Recé para que mi vagina supiera a piña colada y que la incomodidad hubiera valido la pena.

Cuando volví a casa tras la cita, tuvo lugar el sexo oral que yo había previsto, pero me sentía demasiado insegura para preguntarle si sabía a piña. No se lo quise preguntar antes para que no se sintiera inclinado a confirmarlo y no pude preguntárselo después porque me quedé dormida inmediatamente (mi mejor postura sexual). Al día siguiente, me pareció excesivamente friki escribirle "Holaaa! Me lo pasé genial anoche ;) Ah, por cierto, el interior de mi vagina sabía a piña? Hablamos!". Él no me comentó nada, así que estoy segura de que todo sabía bien, pero quizá no extrañamente a piña. Sin embargo, necesitaba respuestas, así que previsoramente me tomé tres omeprazoles y me metí otro brik de zumo. Después de unas horas, probé mi sabor. Reconocí ciertos matices de dulzor y algunas notas amaderadas, pero nada de piña.

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Día dos: admírate frente al espejo

Hoy Rodgers quería que encontrara tres cosas de mi cuerpo que me encanten. Aunque soy bastante segura de mí misma en mi día a día, no tengo espejos en mi habitación por un motivo: siempre que examino mi cuerpo con demasiado detenimiento me centro en las cosas que no me gustan, como el modo en que mis rodillas parecen las caras de dos bebés sonrientes, el pelo que me sale en el cuello, las cicatrices de acné de mi mandíbula, o la forma en que mis pechos tienen formas diferentes y ninguna de ellas es redonda.

Mientras estaba en casa, en Philadelphia, me puse de pie desnuda frente al espejo y me examiné, contorsionándome para adoptar poses a lo Bella Hadid. No podía estar de pie de forma normal. Saqué el culo y metí tripa. ¿Qué me gustaba? Hice unas cuantas sentadillas para ganar tiempo. Dejé que mis manos recorrieran mi cintura, sintiendo la forma en que se curva hacia dentro y después hacia fuera. Me gustaba aquello. Puse los pies en punta, admirando la forma de mis tobillos. También me gustaban. Ahora solo necesitaba una tercera cosa. Me acerqué más al espejo y me fijé en mis labios, un poco hinchados y rojos por todo lo que me los muerdo. Puse morritos. Mi perro entró trotando en la habitación para ver qué se cocía.

"Rocky, qué suerte tienes de ser un perro", dije. Él se tiró un pedo.

Día tres: examina tu vulva, tus labios, tu clítoris y tu punto G con un espejo de mano

Al parecer, si tiras hacia arriba de la parte frontal de tu vagina y sujetas un espejo de mano debajo de ti, puedes ver tu punto G, que Rodgers describe como "suave y esponjoso".

o era escéptica. Cuando me sumergí ahí adentro, no fui capaz de ver lo que ella había descrito como punto G, pero vaya, fue muy revelador ver todas las ranuras y grietas y poder observarlo todo. Nunca veo el interior de mi vagina, por eso me atraen tanto los dildos con cámara.

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Recomiendo este ejercicio a cualquiera que tenga vagina, como experiencia meramente educativa. Sin embargo, aquello no me hizo sentir más sexual. En lugar de ello, me recordó lo aterrador que es habitar en un cuerpo que tiene orificios y conductos y oscuridad que no puedes ver ni controlar.

Día cuatro: mastúrbate sin penetración

"¡Mastúrbate! Pero solo estimulando el exterior, sin insertarte nada", me dijo Rodgers el día cuatro. "Utiliza este ejercicio para explorar dónde pueden estar situadas tus otras zonas erógenas: en el interior de los codos, detrás de las rodillas, en la parte posterior de las orejas, bajo los dedos de los pies, donde sea. A menudo la gente se excita con caricias suaves en zonas que rara vez nos tocamos".

Encendí una vela y me quité la ropa, colocando mi figura de cartón de Drake de modo que pudiéramos hacer contacto visual. Me fui tocando. Empecé con los sospechosos habituales: pechos, cuello, interior de los muslos. Placentero, como siempre. El componente de "no penetración" del ejercicio era frustrante y, sinceramente, desmoralizador, pero comprendía adónde quería llegar Rodgers. Había algo muy satisfactorio en sentir y prolongar mi deseo, llegando a conocerlo sin llegar a satisfacerlo.

Fui moviendo las manos y aterricé en el interior de mis codos, como sugirió ella. Aquello era muy agradable. Nunca me he considerado una "chica de orejas", pero la parte posterior de la oreja también me proporcionó una sensación fantástica. Puede que en el futuro dirija las manos de las personas a esos dos puntos.

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Día cinco: estimulación secreta

Rodgers quería que me masturbara en secreto en lugares cotidianos. Poco sabía ella que lo he hecho innumerables veces antes, incluyendo mientras me hacían la foto del pasaporte.

"Utiliza tu vibrador de braguita para tener sexo en secreto contigo misma hoy", me dijo. "Prométete a ti misma que lo encenderás al menos tres veces y una de ellas en un lugar público. Tómate tu tiempo para ver si el secreto te excita o te pone nerviosa. Si tienes una cita hoy con alguien que esté dispuesto a colaborar, quizá podrías dejar que tu pareja tome el control de una de tus sesiones".

Después de pararme a imaginar cómo sería tener una cita con alguien que no estuviera dispuesto a colaborar ("Pensaba que habíamos quedado para hablar de trabajo, ¡no quiero formar parte de esto!"), decidí que este ejercicio sería más divertido si lo hacía sola. Sacudí el polvo de mi vibrador para braguitas, lo coloqué convenientemente en su sitio y fui a pasear por McCarren Park, sintiendo las dulces, dulces vibraciones. En cierto modo el secreto me excitó, pero todos los perros me distraían. Solo quería hacerme amiga de ellos. Finalmente encontré un lugar aislado bajo un árbol y me entregué al placer. Fui corriendo a casa a terminar en privado, porque todavía estoy demasiado nerviosa para correrme en público, especialmente en un barrio donde las probabilidades de encontrarme con un ex, con una cita de Tinder de 2011 o con un "casi amigo" con el que nunca sales a beber son del cien por cien.

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Día seis: ámate a ti misma

"Hoy puedes masturbarte con penetración. Pero a diferencia de muchas sesiones masturbatorias, haz que esta sea lenta y sensual", me dijo Rodgers. "Empieza con un baño de espuma y una copa de vino. ¡Sedúcete a ti misma y a tus sentidos! Déjame que te hable de una práctica sexual que cada vez tiene más adeptos: el método Kareeza, que consiste en disfrutar del viaje sexual y no necesariamente del resultado".

En otras palabras, el objetivo del Kareeza no es la eyaculación ni el orgasmo, sino ampliar la comprensión de tu cuerpo y del proceso de excitación. No es lo mismo que ponerse al límite del orgasmo, que a mí me parece mucho más siniestro. Me costó no menos de 30 minutos superar la presión de "¡¡¡disfruta de esto!!!", pero una vez que lo conseguí, la experiencia Kareeza fue deliciosa y, sí, romántica. El romance que mantengo conmigo misma es el más apasionado que he tenido jamás. Y es que tiene todo el sentido del mundo: la persona que vive dentro de un cuerpo es la que está mejor equipada para seducirlo.

Día siete: Maria, chica mala

Aunque invertí toda la semana en llegar a conocerme mejor, Rodgers me indicó que la terminara desarrollando un personaje completamente nuevo durante una noche, afirmando que eso me ayudaría a conectar con mis fantasías. Por alguna razón, me había percibido como simpática, amable e "íntegra" cuando hablamos por Skype, así que quería que probara el personaje de la chica mala, es decir, vestirme con ropa seductora y oscura, elegir un nuevo nombre y sentarme en un bar, comprometiéndome con mi nueva identidad en caso de que hablara con alguien.

Escogí llamarme Lucille y me puse una falda inapropiadamente corta (de las que ofrecen un flash frontal completo cuando sales de un coche) y un top escotado. Me apliqué brillo de labios de color púrpura oscuro y extra de máscara de pestañas. Me dirigí al aeropuerto de Newark para coger un vuelo hasta Bangkok. Los aeropuertos, que pertenecen a este mundo pero casi no del todo, son el lugar perfecto para asumir una nueva personalidad (después de pasar por seguridad, por supuesto. Quiero dejar muy claro que no voy por ahí quebrantando la ley). Estás rodeada de desconocidos atareados, muchos de ellos borrachos y dispuestos a creerse lo que sea: que su vuelo solo lleva 15 minutos de retraso, que este viaje a París será en el que por fin Jean-Luc acepte dejar a su mujer y que yo soy Lucille.

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"No estaba segura de si me sentía excitada por el juego sexual o por el olor a bratwurst a la parrilla, pero estaba excitada"

Llegué al aeropuerto con cinco horas de antelación (Lucille habría llegado con menos tiempo, pero Maria se iba a Tailandia y no tenía ninguna intención de cagarla) y atravesé el puesto de seguridad como una brisa. Me apalanqué en una caricatura de pub irlandés y escudriñé mi entorno para ver si había alguien mono con quien hablar. Estaba nerviosa, pero también emocionada. No estaba segura de si me sentía excitada por el juego sexual o por el olor a bratwurst a la parrilla, pero estaba excitada.

Rodgers a menudo aconseja a parejas casadas ―"que todavía se quieren pero que han dejado de gustarse"― que hagan este ejercicio. Se encuentran como desconocidos en un bar y eso vuelve a dar una inyección de pasión e intriga a su por lo demás monótona relación.

No había más que un hombre sentado en la barra solo, todos los demás tíos estaban con sus familias o novias y Lucille es mala, pero no tan mala. Pedí un Jameson on the rocks y me prometí hablar con aquel hombre solo, que parecía tener 40 años y estar muy bien alimentado, cuando me lo terminara. No me miraba y ni siquiera una de sus rodillas apuntaba hacia mí, lo que normalmente utilizo para saber si alguien está interesado (puede que no te estén mirando, pero si su cuerpo está orientado hacia ti, la cosa marcha).

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"Eh, ¿qué tal? Me llamo Jessica", dije. MIERDA PUTA. ¿Jessica?

"Hola, encantado", me respondió. Sonreí. Mientras pensaba en una pregunta banal que hacerle, su teléfono empezó a sonar y, antes de que me diera cuenta, estaba manteniendo una videoconferencia con toda su familia: dos bebés, un perro y su mujer.

Pedí unas patatas y me desplacé a una mesa situada frente a un televisor que emitía reposiciones de The Steve Harvey Show.

Conclusiones

Es increíblemente poco frecuente que la gente tome medidas de acción para mejorar su vida sexual del modo en que lo hace por ejemplo en temas como su forma física o su carrera profesional. El hecho de que yo jamás hubiera INTENTADO siquiera ver el interior de mi vagina antes de este experimento me molesta bastante, la verdad. Estoy absolutamente feliz de que esta mujer que no conocía de nada me pidiera que me tomara el tiempo necesario ―la misma cantidad de tiempo que habría pasado rascándome un pie o actualizando el Snapchat― para explorar el resto de mi cuerpo de una forma que nunca se me había ocurrido: de forma consciente, sensual y compasiva.

Quizá mi vagina no tiene la capacidad de saber a piña, me da igual. Al final, el objetivo de aquel ejercicio no era mejorar los sabores de mi cuerpo para beneficiar a un tío. El hecho de probar lo extraño e inesperado ―crear una nueva identidad y permitirte asumirla― añade emoción a la vida sexual porque rompe con la rutina, con la zona de confort y con todas las fuerzas que hacen que el sexo pueda ser una mierda.


Sex Machina es una columna muy personal que explora la intersección del sexo, el romance y la tecnología.