Foto cortesía de Sónar
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Veinticinco años dan para mucho. Dan para coleccionar momentos históricos que ya forman parte de la memoria popular de la ciudad de Barcelona: la visita de Daft Punk en 1997, presentando esa cima seminal llamada Homework; las contundentes sesiones de Jeff Mills, Laurent Garnier, Richie Hawtin y Sven Vath en Poble Espanyol o en el pabellón de la Mar Bella, ante oleadas de gente intentando entrar al recinto por sitios por los que parecía imposible colarse; la primera visita de Björk, en 2003, o los Chemical Brothers en el 2005; De La Soul rapeando en España por primera vez en el Sónar de ese mismo año; Orbital, New Order, Pet Shop Boys, The Roots o los añorados Beastie Boys. Todos han pasado por la mastodóntica pista de baile del Sónar que, sea en cualquiera de los espacios que ha ocupado el festival (CCCB, Apolo, pabellón de deportes de la Mar Bella y Fira de Barcelona, donde reside actualmente), ha regalado a la capital catalana, no solo horas y horas de desenfreno y música de calidad, sino también una proyección internacional y turística nunca vivida antes en la Ciudad Condal en lo referido a música avanzada y arte multimedia.Llegados a 2018, Sónar ha conseguido ser un festival que vive de diferentes programaciones en un mismo cartel: Sónar de Día, el concierto inaugural, la clausura y el clásico Sónar de Noche. Todo ello con la mirada puesta en la expansión —casi una treintena de ciudades de todo el mundo han querido tener un Sónar para ellas— y en una imagen gráfica realmente potente: ¿quién no recuerda el cartel de la edición de 2002, con Maradona? ¿Y el Sónar Se Vende de 2011? El calado de Sónar en la cultura pop es incontestable.
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