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Identidad

Winston Churchill: un racista que trató de esterilizar a los enfermos mentales

El "Bulldog Británico" es recordado como vencedor de los nazis y defensor de la democracia, pero también odiaba a los indios, adoraba la eugenesia y defendía el uso de gas venenoso.
Photo via Wikimedia Commons

¿Quién nos viene a la mente cuando pensamos en líderes militares belicistas y de gatillo fácil? ¿George W. Bush? ¿Donald Rumsfeld? ¿Vladimir Putin? ¿Y qué me decís de Sir Winston Churchill, que inspiró la imagen de ese adorable y totalmente fiable perro parlante de los anuncios de TV de la compañía de seguros Churchill y que fue elegido Británico Más Destacado de Todos los Tiempos por el público de Gran Bretaña en una encuesta llevada a cabo por la BBC en 2002?

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En la lista de políticos del siglo XX erróneamente reverenciados, Churchill se sitúa en el primer puesto. Para cuando la palmó en su casa de Londres a los 90 años de edad, Churchill se había convertido en muchas cosas: el Bulldog Británico, el primer ministro que "lanzó los botes salvavidas" que liberaron a Europa de Hitler, el Hombre del Medio Siglo según la revista Time y el inquebrantable líder en tiempos de guerra que ayudó a vencer a los nazis y aseguró el destino de la democracia liberal de la que Occidente disfruta en la actualidad.

Pero también fue el hombre que describió al pueblo indio como "gentes embrutecidas con una religión embrutecida", que arremetió contra los palestinos tachándolos de "hordas de bárbaros que se alimentan de excrementos de camello" y que en cierta ocasión afirmó sobre su adorado país: "Mantengamos una Inglaterra blanca es un buen eslogan".

Winston Leonard Spencer-Churchill, hijo de un Lord inglés y una aristócrata norteamericana, fue desde siempre un soldado de los pies a la cabeza. Tras licenciarse en la Real Academia Militar Sandhurst, no tardó en alistarse alegremente para participar en misiones en Bombay, Egipto y Sudán. En un discurso que pronunció ante los estudiantes de la Universidad de Bristol en 1929, describió su recorrido por el imperio colonial como "un revoloteo por el mundo experimentando una emocionante escena tras otra" en los tiempos en que "Inglaterra entabló un montón de alegres guerritas contra gentes bárbaras".

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En términos actuales, hizo todo lo posible para hacerse famoso excepto difundir un vídeo sexual

Las declaraciones de este hombre hablaban por sí solas. Churchill sabía cómo elaborar una buena frase —y si no me crees, date una vuelta por BrainyQuote y lo verás—, pero es que, a fin de cuentas, era periodista. Cuando era joven se sentía insatisfecho por lo que cobraba en el ejército, de modo que decidió incrementar sus ingresos escribiendo sobre sus viajes como corresponsal de guerra en ciernes. Pero el modo en que reflejaba los hechos era de todo menos ejemplar. En Sudáfrica, donde el Ejército Británico construyó algunos de los primeros campos de concentración para internar a los civiles durante la Segunda Guerra Bóer, su valoración tras escribir desde allí fue que los campos eran responsables de un "sufrimiento relativamente mínimo" (se calcula que murieron 26.000 mujeres y niños en aquellos campos de concentración).

Cuando Churchill consiguió un escaño como Miembro del Parlamento, cobraba 10.000 libras (alrededor de 1,2 millones de € en dinero actual) por ofrecer conferencias a lo largo de Gran Bretaña y EE. UU. ¿Su principal fuente de inspiración? Él mismo. En el libro City Journal, el escritor e historiador Mark Riebling le llama la "Paris Hilton de la política británica": "Si viajaba por toda África con 17 maletas, todas ellas a juego, o si le atropellaba un coche al cruzar la Quinta Avenida de Nueva York, escribía sobre ello. Su vida fue algo así como un precedente de los realities de TV. En términos actuales, hizo todo lo posible para hacerse famoso excepto difundir un vídeo sexual".

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Foto vía el usuario de Flickr d_pham

La indulgencia con que Churchill trataba su vida personal y sus debilidades no era un gesto que extendiera al resto de los mortales. De hecho, tenía una cosa en común con sus adversarios nazis de la Segunda Guerra Mundial: una entusiasta pasión por la eugenesia. Como Secretario de Interior en 1910, Churchill solicitó a las autoridades que consideraran la opción de esterilizar a las personas con enfermedades mentales y problemas de aprendizaje e impedir que contrajeran matrimonio. "La multiplicación de los débiles de mente es un peligro terrible para la raza", escribió en un memorándum dirigido al Primer Ministro aquel mismo año. Un año más tarde, habló en el Parlamento a favor de la introducción de campos de trabajos forzados para "deficientes mentales" y un año después de eso asistió a la primera Conferencia Internacional sobre Eugenesia en Londres.

Ya puedo oírte gritar, "¡Venga ya, aquello era el principio del siglo XX! Por aquel entonces, ¿quién no creía en podar ligeramente el árbol genético para preservar la raza superior?". Pero la pasión que sentía Churchill por la eugenesia era indicativa de una aversión mucho más profunda hacia cualquiera que no encajara con el ideal del alegre hombre blanco inglés que se despertaba con una taza de Twinnig's y colonizaba la India a tiempo para volver a cenar. Y aquello presentó ramificaciones letales en el resto del mundo.

Por ejemplo: el uso de armas químicas no se limitaba a Hitler o a dictadores como Saddam Hussein o Assad. De hecho, Churchill fue un temprano defensor del uso de gas venenoso para sofocar una revuelta protagonizada por kurdos y árabes en la Mesopotamia ocupada por los británicos, lo que actualmente es Irak. En una carta de 1920 dirigida a Sir Hugh Trenchard, miembro de la Real Fuerza Aérea, escribió: "Creo que debería usted proceder sin demora a iniciar los experimentos con bombas de gas, especialmente de gas mostaza, que supondrían un castigo para los recalcitrantes nativos sin infligirles lesiones graves". En otro memorándum gubernamental afirmaba: "Estoy completamente a favor del uso de gas venenoso contra las tribus incivilizadas", aunque los historiadores indican que se refería sobre todo al gas lacrimógeno y que no existen suficientes pruebas que demuestren que Gran Bretaña terminara por usar ningún tipo de arma química en Oriente Medio.

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En la década de 1930, el parlamento del Reino Unido comenzó a sopesar la idea de conceder algún tipo de independencia a la India, la joya de su corona colonial. Churchill se opuso vehementemente e inició una prolongada campaña llena de odio que sorprendió a más de uno —incluso en aquella época— por rayar la antidemocracia y el totalitarismo. No es de extrañar que esta década se conozca como los "años salvajes" de Churchill, en los que fue expulsado de la élite política y en los que se consideraba de forma generalizada que vivía alejado sin remedio de la realidad de la India. Aunque Gandhi no era ningún santo, tampoco lo era Churchill, que declaró acerca del sufragio universal en la por entonces todavía colonia: "¿Por qué deberíamos implantar en este momento entre las razas iletradas de la India semejante tipo de sistema, cuyos inconvenientes se notan actualmente en las naciones más desarrolladas del mundo como Estados Unidos, Alemania, Francia y la mismísima Inglaterra?".

Churchill en 1895: un joven segundo lugarteniente que se enrolaba en "alegres guerritas contra gentes bárbaras". Foto vía Wikimedia Commons

Aunque Churchill acabó por suavizar su posición acerca de Gandhi, dejó bien claro cuál era su opinión sobre la impertinente cuestión colonial en una reunión política celebrada en 1931: "Resulta alarmante e incluso nauseabundo ver al Sr. Gandhi, un sedicioso abogado que pertenece al Middle Temple, posar ahora como un faquir y recorrer semidesnudo las escalinatas que conducen al Palacio Virreinal". John Charmley, el historiador que escribió Churchill: The End of Glory ("Churchill: el fin de la gloria"), dijo a la BBC que, incluso para los más conservadores —y no hablemos ya del Partido Liberal y el Partido Laborista—, las opiniones de Churchill en torno a la India entre 1929 y 1939 resultaban abominables".

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No se trataba tan solo de una venganza personal contra Gandhi. Tal y como indica la académica Samar Attar, Churchill pensaba de ese modo acerca de básicamente cualquier grupo de indígenas que tratara de reclamar su propia tierra. Durante la Real Comisión Palestina —comúnmente conocida como Comisión Peel— celebrada en 1937, Churchill defendió el derecho de Gran Bretaña a decidir el destino de Palestina. "No admito… que se haya causado daño a los indios nativos de Norteamérica o a los negros de Australia. No admito que se haya causado ningún daño a esa gente por el hecho de que una raza más fuerte, una raza superior, una raza más sabia… haya llegado a su tierra y haya ocupado su lugar".

(Su agresión verbal se tradujo en la ligereza geopolítica con que se trazaron las fronteras entre los pueblos en disputa. Churchill gustaba de beber algún que otro trago mientras tomaba unas decisiones políticas que tuvieron implicaciones para Oriente Medio en las décadas siguientes. Por eso la irregular frontera entre Jordania y Arabia Saudí se conoce como el "Hipo Winston").

Incluso mientras Churchill se encontraba en medio de su gran batalla militar contra la Alemania nazi, seguía sin comportarse como el glorioso líder que hoy nos pretenden pintar. En 1943, una hambruna que provocó alrededor de tres millones de muertes azotó el estado de Bengala, en la India. Pero incluso después de que los oficiales británicos enviaran varios telegramas solicitando ayuda, Churchill no se conmovió. Su conclusión fue que aliviar el sufrimiento de aquella gente no les haría ningún bien y que era culpa de los indios por "reproducirse como conejos". Como anotó en sus diarios el secretario de estado británico en la India: "Yo… no podía evitar decirle que no veía demasiada diferencia entre su actitud y la de Hitler… No estoy en absoluto seguro de que esté del todo cuerdo en lo que se refiere a la cuestión de la India".

Pero, ¿qué hay de la auténtica guerra que sentó las bases de la reputación de Churchill como el más insigne líder de Gran Bretaña? Pues Churchill tampoco estaba libre de culpa en esta cuestión. El historiador Richard Overy afirma que no fue Hitler quien inició los bombardeos indiscriminados sobre las poblaciones civiles. De eso nada, fue Churchill quien dejó bien claro que ponía cero "objeciones, tanto de conciencia como legales" a los bombardeos una vez que sustituyó a Neville Chamberlain como Primer Ministro en 1940.

El historiador alemán Jörg Friedrich también ha descrito de forma controvertida los bombardeos de los Aliados sobre ciudades como Dresde, Hamburgo y Colonia como crímenes de Guerra por los que Churchill jamás fue juzgado. Friedrich afirma que la campaña de bombardeos acabó con la vida de más de 635.000 civiles, incluyendo alrededor de 75.000 niños, y que muchos de los bombardeos se llevaron a cabo en pequeñas poblaciones de muy poco valor estratégico. Y Friedrich no es el único que opina de este modo: el novelista alemán Günter Grass creía que tan solo los bombardeos sobre Dresden ya constituían un crimen de guerra.

¿Y qué hay del mismo Churchill? Aunque se encontraba en medio de la organización de una guerra, siempre estuvo pendiente de mantenerse a salvo. Cuando las bombas alemanas comenzaron a llover sobre Gran Bretaña durante los ataques, ordenó a sus secretarios privados que empaquetarán sus documentos oficiales para poder usarlos en la escritura de sus memorias. El libro resultante, La Segunda Guerra Mundial, batió todos los récords de ventas y le hizo ganar lo que en la actualidad equivaldría a unos 25 millones de euros.