Luis Miguel Rivas: el último de los rebeldes obedientes
Foto: Victoria González Serra

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EL NÚMERO DE TOMARSE LA SOPITA

Luis Miguel Rivas: el último de los rebeldes obedientes

PERFIL | "Rivas es un signo de interrogación clavado en las montañas prepotentes, pujantes y verracas que encierran el Valle de Aburrá".

Este perfil fue publicado en la edición de julio de 2017 de la revista VICE. Para ver todos los contenidos de la publicación, haga clic aquí.

Cuando lo oyes hablar por primera vez, cuando lo miras a la cara y te detienes en sus palabras, te transportas a esa imaginaria e idealizada tienda de esquina, allá, en ese rincón de Colombia en donde las palabras menudas se juntan con aquella filosofía que surge del guaro y la pola cuando se encuentran. La figura alta y delgada, el cabello enredado y los ojos claros: Luis Miguel Rivas Granada es el último de los rebeldes obedientes.

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Un resumen breve de su carrera, una ficha técnica de biblioteca, diría esto: comunicador social de la Universidad Pontificia Bolivariana, docente universitario, literato, realizador audiovisual, hoy residente en Argentina. Pero para mí es una especie de Henry Chinaski, ese álter ego de Charles Bukowski que era protagonista en sus libros, un escritor sucio que lleva puesta la número 10 de Néider Morantes. Para mí, Rivas es un signo de interrogación clavado en las montañas prepotentes, pujantes y verracas que encierran el Valle de Aburrá.

La ficha técnica también diría que es autor de libros de cuentos como Los amigos míos se viven muriendo (2007), Tareas no hechas (2014) y ¿Nos vamos a ir como estamos pasando de bueno? (2015). Catalina Villa, del diario El País de Cali, lo describe como "el escritor de lo cotidiano", mientras que en la Revista Diners Esteban Duperly lo llama "el extraño de pelo largo".

Cartagueño, hijo del militar huilense Miguel Antonio Rivas, veterano del Batallón Colombia en la guerra de Corea a quien conoció ya estando en la universidad, y de una mamá igual de luchadora, oriunda de Salamina, Caldas, llamada Luz Mery Granada, Rivas nació hace 48 años y pasó su infancia en Pereira junto a su abuela materna. Su madre trabajaba en una fábrica de confecciones y decidió irse a Medellín a buscar, sola, un futuro para su hijo. Unos años después regresó para llevárselo de aquel lugar idílico a esa "cosa tremenda", que es como describe Rivas a la capital de Antioquia.

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Con apenas siete años, el niño se instaló junto a su madre en el barrio Mesa del municipio de Envigado, núcleo del que sería uno de los fortines de la historia del narcotráfico en Colombia. "Yo viví la época purita de Pablo Escobar. Tal vez mi recuerdo más visible cuando niño fue ver a Pablo en el barrio regalando unas canchas de baloncesto con rodachines, producto de su proyecto Medellín Sin Tugurios ". A Escobar, me dice Rivas, lo veían como un hombre ejemplar, ese que hablaba de la juventud y del futuro mientras le apretaba la mano al presidente de la junta de acción comunal.

Pablo Escobar, el narcotráfico, un modo de pensar.

Esa realidad que nos tocó a todos de distintas formas (porque Escobar tuvo muchas caras) me da pie para hablar de la primera novela de Rivas, que será lanzada en septiembre de 2017. En la historia, titulada tentativamente Era más grande el muerto, aparecen a la usanza de otros escritores varios personajes de sus cuentos. Estos reflejan el mundo en que vivieron quienes fueron jóvenes en la Medellín de los años ochenta y noventa. "De eso parto, pero ya al escribir no es eso. Trato de guiarme por los recuerdos, y lo que no recuerdo, lo invento. Entonces uno va creando un universo en el que se trata de representar el espíritu de esa época, no tanto los datos", dice.

La novela trata de dos pelados que se enteran de que en la morgue venden prendas de sicarios muertos, quienes, dicho sea de paso, se suelen vestir con ropa de marca original. El chispazo le llegó a Luis Miguel en febrero de 2016, cuando decidió sumergirse en la Medellín más caliente de todos los tiempos: "Llené la casa de papelitos con la estructura. Estuve viviendo todo el tiempo en esa época, oyendo música de la época y hablando como en esa época. Incluso Pacho, el compañero paisa que vive conmigo, me decía, 'vos estás viviendo en la Medellín de los ochenta'".

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Su rutina en torno a la novela, bastante lejos de ser rigurosa, consiste en escribir todos los días sin importar lo que marque el reloj. Su más reciente compra fue La parábola de Pablo, la biografía del capo que escribió el exalcalde de la ciudad Alonso Salazar. A la vez, Rivas se refugia en narrativas que lo ayuden a salir de su propio embrollo, como es el caso de Manual para mujeres de la limpieza, la sensación literaria de Lucia Berlin. Mientras escribe, de sus pequeños parlantes salen tonadas populares que definen los capítulos: hay tramos que suenan a salsa, otros que suenan a música para planchar y, en especial, otros que suenan al tango que acompaña a uno de los personajes de la historia.

Al referirse a su primera incursión en el campo del 'largo aliento', como los periodistas nos referimos a un trabajo que toma, digamos, más de dos semanas, admite que "para muchos escritores, escribir un cuento es como correr los cien metros. La novela, en cambio, es la maratón". El paralelo justifica para Rivas la dispendiosa "pérdida de tiempo" que conlleva escribir una novela, porque según él hay cosas que no son del ya, sino que son propias del inconsciente. "En periodismo uno puede ponerse una fecha para escribir algo y lo logra. En literatura, más allá de escribir, y escribir a diario, lo que verdaderamente hay que observar es cómo reacciona un personaje en particular".

El personaje más sobresaliente de la novela es aquel que Rivas llama el chichipato. Lo dejo hablar, y él me lo explica. El sicario tiene rasgos identitarios únicos, tiene las güevas para matar y se hace de cierto poder. Pero la aritmética social circundante a un sicario trae el siguiente resultado: por cada malandrín hay 20 chichipatos, y el chichipato es un niño bueno, que estudia, que no puede llegar a ser profesional, que termina siendo portero de un edificio y votando por el No en el plebiscito sin saber muy bien por qué.

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Es imposible no traer a colación a Héctor Abad Faciolince, autor de El olvido que seremos, Angosta y La Oculta. "Él es un referente, sobre todo personal. Un referente de hombre", dice Luis Miguel Rivas. Los amigos míos se viven muriendo, su primer libro publicado en 2007, logró convertirse en un sueño tangible gracias a Abad. "Cuando llevé los cuentos a la Editorial EAFIT, los llevé por llevarlos. En esa época el director era Héctor. Resulta que los leyó y al poco tiempo me mandó llamar. Recuerdo que un día llegué a la casa. Mi mamá me recibió:

––Oiga, ahí lo llamó un señor Héctor Efrén, le dejó un teléfono para que lo llame.

Sorprendido, decidí llamarlo y me dijo que se había leído el libro completo, que incluso había dejado de trotar y almorzar por leerlo".


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Rivas hace poco terminó de leer La Oculta, novela que se sumerge en el suroeste antioqueño, y asegura haber encontrado en ese libro una particularidad que siempre lo ha inquietado, tanto a él como a Víctor Gaviria: descubrir cuál es el origen de lo que es ser paisa, la historia de lo que él llama "esta cosa de ser antioqueño".

Héctor Abad dice de Rivas que es un escritor original, que no es un espejo fiel de la realidad, sino un espejo deformado por sus propios ojos, por su propia mirada. "En el caso de Luis Miguel Rivas, él no ve lo que todos vemos, lo que todo el mundo ve en Envigado o en Medellín", dice Abad, como cuando encontró en el buñuelo un individuo noble, autónomo, una identidad. "Él mira a su manera y lo relata a su manera. Nos lo muestra con ternura, humor y rabia. Tiene la gracia de saber contar con palabras nuevas". Esto puede verse reflejado en la manera cómo encontró el camino a la iluminación: motilándose en el norte de Bogotá con Emir Kent.

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"Desde que cayó en mis manos el manuscrito de Los amigos míos se viven muriendo ––dice Abad–– y luego el de su libro de poemas, que publicó mal, por porfiado, sabía que tenía frente a mí una voz y no un eco. Yo solo quiero que escriba más, que viva más, y que no deje de contarnos todo esto a su manera".

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Tras finiquitar su primera publicación, Rivas estaba desesperado con su rutina en Medellín: dictaba dos veces a la semana una cátedra llamada Cine II en la Universidad de Medellín y le aburría el desinterés de los estudiantes. Se mudó a Buenos Aires en donde, sin querer queriendo, de inmediato forjó lazos: el tango, las cantinas, la música de Sabú, la de Amanda Miguel, la de Diego Verdaguer. Gracias a las tonadas de Leonardo Favio, ya había incluso memorizado varias calles de la ciudad.

"En la sociedad colombiana no puede haber un Bukowski porque, primero que todo, no conseguiría trabajo; segundo, lo matarían, y tercero, lo denigrarían"

"Desde que llegué a Buenos Aires sentí que era una ciudad que, a diferencia de Medellín, te dejaba ser. Llegué con 700 dólares, un libro del ruso Antón Chéjov y dos mudas de ropa. No conocía a nadie, solo a una amiga colombiana que vivía en una residencia", dice. Luego recuerda que lo único que esperaba era que Dios le consiguiera un trabajo: como escritor.

Rivas considera que un escritor puede ser un nómada. "Uno primero es escritor antes de ser vicioso o pertenecer de un lugar determinado. Algunos dicen que Barba Jacob era buen poeta por la marihuana. Hombre, no, Barba Jacob era un poeta que fumaba marihuana, como hay alcohólicos que escriben y escritores que son alcohólicos".

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Hablando de alcohol y vicios, y confrontado al epíteto de quienes lo consideran el "Bukowski paisa", o el Hank Chinaski envigadeño, como yo, Rivas manifiesta que no es así. "En la sociedad colombiana no puede haber un Bukowski porque, primero que todo, no conseguiría trabajo; segundo, lo matarían, y tercero, lo denigrarían". Según él, que lo llamen como Bukowski tiene que ver con su propia "marginalidad intelectual", un rasgo raro para alguien que viene de Medellín. "Tiene que haber una riqueza interior para que en una precariedad como el vicio o la pobreza haya una obra de arte".

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Degeneración, la antítesis del precepto que en Medellín inculcan desde la cuna, es decir, la antítesis del niño juicioso, obediente y calladito. De ahí llega el vínculo de Luis Miguel con Universo Centro, el periódico que nació de las entrañas del Parque del Periodista. "Cuando leí por primera vez a Universo Centro, me impresionó y me alegró mucho que en la sociedad pacata de nosotros hubiera unas voces irreverentes".

Su primera publicación, titulada 'Preeminencia del buñuelo', narraba un episodio ocurrido en plena Avenida Oriental del centro de Medellín, protagonizado por un buñuelo humano que socorre a una natilla humana que se desmaya por el sofocante calor de la zona. Ambos se sienten cómplices por su manera de ver el mundo y la ciudad. Para Rivas, la gavilla de Juan Fernando Ospina representa la irreverencia convertida en un excepcional acto de valentía.

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Luis Miguel Rivas, el que no se achicopala, el negador la idiosincrasia paisa, el bohemio de Envigado que ha sabido transmitir el pensamiento coloquial de su gente. Sobre las corrientes literarias actuales dice no tener un conocimiento muy amplio, pero no niega que el panorama de escritores se ha ampliado vertiginosamente. "Ya no es sólo esa dicotomía entre Andrés Caicedo o el culteranismo de Borges. Hay un panorama múltiple: tenemos a Pablo Montoya, ganador del Premio Rómulo Gallegos, escritor de esa línea culta, erudita y maravillosa, pero también tenemos escritores como Helí Ramírez, bien calle, con una exquisita jerga del parlache. Hay gente como David Betancourt, cuentista, muy también del barrio y de ese lenguaje coloquial. Hay marginalidad nerd, punkeros, costumbristas, literatura fantástica… mejor dicho, hay de todo". Pero subraya la desproporción entre la poca cantidad de editoriales y la gran cantidad de gente que quiere publicar.

A punto de despedirnos, Rivas me cuenta que la mejor manera de querer a Medellín es yéndose de ella un tiempo para regresar con otra mirada, con otra corazonada. "Así uno no vuelva físicamente, mentalmente se está allá. Todo lo que hago es sobre lo que está allá". Tal vez tenga razón. Así uno se resguarde lejos, a kilómetros de distancia, Medallo siempre estará ahí, al igual que su aguardiente para pelear, sus caballos para ostentar y sus mujeres para mostrar.