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Por qué la gente no acepta que me medique por mi enfermedad mental

Con 27 años y tras 10 tomando antidepresivos, estoy acostumbrada a que gente que no me conoce me recomiende hacer yoga o ejercicios de respiración. Pero estoy segura de que mi vida sería muchísimo peor sin la medicación.

Cualquiera que tenga que lidiar con una enfermedad mental o con un trastorno de conducta tiene que soportar una retahíla de sentimientos, ideas y propuestas de soluciones que no vienen a cuento y que no ha pedido. Las hace gente que parece convertirse en profesional de la medicina en cuanto oye las palabras “salud” y “mental”. Un tema recurrente es el rechazo a medicarse; hablar abiertamente de tus problemas de salud mental choca directamente con la idea tan extendida de que medicarse es innecesario o tóxico o el resultado de algún tipo de fallo como persona, como si simplemente no te esforzaras lo suficiente por ser feliz y equilibrado.

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El año pasado, cuando mencioné que escribí sobre salud mental en una conversación civilizada con un hombre durante un viaje en coche compartido, me explicó largo y tendido que los productos químicos que le añaden al agua son los culpables del aumento de los diagnósticos de depresión y que los aceites esenciales pueden ayudar a eliminar las toxinas de mi torrente sanguíneo. Y cuando mi antiguo jefe descubrió que tomaba Prozac y Wellbutrin hace un par de años, me advirtió de que tuviera cuidado, que ya había visto a muchos de sus amigos creativos empezar a tomar antidepresivos y “volverse idiotas”. Cuando mi TDAH surge en alguna conversación, de repente todo el mundo tiene un doctorado en Sociología: me informan de que el TDAH es un fenómeno pseudomédico causado por la cultura de los smartphones, lo que significa que todo el mundo lo tiene, lo que significa que nadie lo tiene, lo que significa… ¡que el Adderall es veneno! (Eso cuando no les da un arrebato de inspiración y se ponen a contar una aburrida historia sobre cuando tomaron Adderall durante la época de exámenes en la universidad).

Hace unos meses publiqué un tuit aplaudiendo a Mariah Carey por revelar su diagnóstico de trastorno bipolar de tipo II hace poco en la portada de la revista People. Hacía hincapié en que los que sufren una enfermedad mental a menudo sufren una doble estigmatización por medicarse. En pocas horas, alguien me respondió con una publicación de tres páginas de un estudio del papel de los psiquiatras en las atrocidades cometidas por los nazis.

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Con 27 años y tras una década medicándome para tratar una fuerte depresión y la ansiedad, ahora ya me limito a quedarme callada durante esas diatribas cuando estoy presente y no respondo si vienen de desconocidos en internet. El daño emocional que me causa tener que defender mi realidad es demasiado profundo y las posibilidades de conseguir que cambien de opinión son demasiado escasas. Prefiero guardar energías para The Bachelor, otro proyecto que consume mi tiempo y me frustra, pero al menos tiene algún tipo de recompensa emocional. Tener una enfermedad mental ya es lo suficientemente duro. Tener que enfrentarnos a esta resistencia constante a su tratamiento y a la idea generalizada de que la medicación es el camino fácil o solo un parche superficial, nos hace preferir no hablar de ello. Y no debería ser así: medicarme nos ha ayudado a mí y a muchísima más gente a vivir de una forma que sin los medicamentos no habría sido posible. Eso de haber seguido viviendo.

El estigma contra la medicación a largo plazo para tratar enfermedades mentales suelen ser prejuicios insidiosos disfrazados de preocupación bienintencionada. Pero tienen repercusiones graves. Por ejemplo, un estudio del año 2000 sugería que casi la mitad de los estadounidenses que padecen una “enfermedad mental grave” no se tratan. Según otro estudio de 2011, se estima que una cifra un poco más esperanzadora, el 59,6 por ciento de personas que sufren una enfermedad mental, busca ayuda. Ambos estudios mencionaban el estigma de hablar de enfermedades mentales como uno de los principales obstáculos para buscar tratamiento. Es aún peor en los niños. “Para los niños, los prejuicios y la ‘cultura de la sospecha’ que generan son las causas principales de que apenas hablen de las necesidades que conlleva una enfermedad mental”, asegura un estudio de 2007.

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Tener una enfermedad mental ya es lo suficientemente duro. Tener que enfrentarnos a esta resistencia constante a su tratamiento y a la idea generalizada de que la medicación es el camino fácil o solo un parche superficial, nos hace preferir no hablar de ello.

Gran parte de esta “cultura de la sospecha” surge del despiadado comportamiento de las empresas farmacéuticas, del que hay muchas pruebas. Yo también tengo una visión muy escéptica de las farmacéuticas y de su necesidad de solucionar los problemas con medicamentos cuando podrían resolverse por otros medios. Pero, ¿acaso no caben en nuestra mente ambas ideas: el escepticismo ante una industria multimillonaria que se dedica a intentar que la gente se medique y las pruebas científicas que demuestran que hay mucha gente que necesita medicamentos? ¿Y no son también compatibles la preocupante sobredependencia de la medicación y los igualmente preocupantes y tan dañinos prejuicios ante la medicación que sí es necesaria?

La cobertura de las enfermedades mentales en la prensa convencional suele centrarse en sus horrores. Y creedme, sí son horrores. En abril del año pasado, por ejemplo, The New York Times publicó un artículo bajo el titular “Muchos de los que toman antidepresivos se dan cuenta de que no pueden dejarlos”. Pone de relieve el aterrador y relativamente poco estudiado lado negativo que tiene que un mayor porcentaje de la población tome antidepresivos a largo plazo: unos síntomas de abstinencia de los que nadie había avisado que hacen sentir tan débil que parece casi imposible dejar la medicación. Puedo verme reflejada en las sinceras historias que cuenta, ya que ir alterando mi medicación a lo largo de los años ha conllevado muchos de estos síntomas. Sin embargo, para mí la solución no es dejar la medicación de golpe, sino encontrar una dosis que me funcione.

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Se desprecia con maldad a aquellos que toman medicación a largo plazo. La idea en la que se basa este comportamiento parece ser la siguiente: claro que te gustaría poder dejar la medicación. Edward Shorter, historiador de psiquiatría de la Universidad de Toronto, resume esta idea de una forma muy concisa: “Hemos llegado a un punto, al menos en la sociedad occidental, en el que parece que todo el mundo se medica porque está deprimido”, declaró al Times. “Hay que plantearse qué dice esto de nuestra cultura”.

Lo que está explícitamente implícito es que tu depresión es una moda. Y si te medicas o estás deprimido o lo que sea, tus problemas no son médicos, son culturales y puedes superarlos si te esfuerzas mucho. Pero, como dijo Danielle Tcholakian en un artículo publicado en The Cut: “Para muchas personas, la depresión es una enfermedad crónica”. Muchas de las cosas que se escriben sobre efectos secundarios pasan por alto este hecho. “El artículo del Times no menciona ni una sola vez que dejar la medicación es una causa de muerte común entre los que padecen depresión” escribe, “ni que mucha gente, cuando empieza a sentirse mejor, se olvida de lo mal que estaba antes, se olvida de que esa mejora es gracias a los medicamentos y deja de tomarlos; ni que para mucha gente la sensación de los efectos secundarios o la dependencia a los antidepresivos o a los ansiolíticos que toman son peores que la muerte, estoy convencida; ni de la muerte, en general”.

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Estoy segura de que si dejara de tomarme la medicación, los síntomas me harían enfermar y me debilitarían. Lo sé por todos mis años de experiencia, pero aun así me suelen decir que debería intentar meditar, ir al gimnasio o dejar de comer gluten. Sé que la meditación me ayudaría a paliar algunos síntomas, estoy en ello, ¡acabo de descargarme una aplicación! También estoy convencida de que habría dejado la universidad y habría perdido todos los trabajos que he tenido desde entonces si no hubiera sido por el tratamiento adecuado aunque imperfecto que me pusieron mis psiquiatras y terapeutas. Y a que no sabéis qué: hago ejercicio, como fruta y verdura, escribo en mi diario de gratitud y me mantengo hidratada (a regañadientes). Hago todas esas cosas que la gente cree que curarían mis episodios depresivos, a los que confunden con tristeza, o mi ansiedad, a la que confunden con nervios. Y aun así necesito pastillas.

Como he tenido que lidiar con los costes sociales de medicarme por una enfermedad mental desde que era adolescente, ya no me afectan los prejuicios asociados a la medicación con los que me topo entre mis conocidos o en Twitter. Pero lo que sí me afecta y supone un grave peligro para mi salud es ver que los profesionales de la salud refuerzan este estigma. Ahora por fin se empieza a prestar la atención (y empieza a preocupar) que merecen los prejuicios contra la salud mental que hay en la comunidad médica. En un artículo publicado en 2017 en la revista Health: An Interdisciplinary Journal for the Social Study of Health, Illness and Medicine, la socióloga Jean E. Wallace explica que la estigmatización de las enfermedades mentales “se da mucho” entre los profesionales de la salud y que se debe a “la cultura de la medicina y de la formación, a la percepción de los médicos y de sus compañeros y a las expectativas y respuesta de las organizaciones y del sistema sanitario”. Otro estudio de 2017 demostró que como se da entre los propios integrantes del sistema sanitario, el estigma contra las enfermedades mentales es un obstáculo enorme para obtener tratamiento y recuperarse.

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A menudo, los prejuicios contra la medicación se manifiestan, en palabras de este mismo estudio, en forma de “pesimismo terapéutico”. “Las investigaciones demuestran constantemente que el personal sanitario suele tener una visión pesimista de la realidad y seguramente también de la recuperación, lo que ha demostrado ser una fuente de prejuicios y un obstáculo hacia la recuperación para los que buscan ayuda para enfrentarse a una enfermedad mental”, apunta el estudio. ¿Por qué recetar medicación para una enfermedad que parece imposible de controlar? Y si además te muestras escéptico ante el tratamiento, ¿no te parece que esas recetas no tendrían sentido? Como subraya el estudio, “el estigma que muestra el personal sanitario de antemano” es un factor de peso en la reticencia que se muestra a la hora de buscar ayuda para tratar una enfermedad mental.

Hago todas esas cosas que la gente cree que curarían mis episodios depresivos, a los que confunden con tristeza, o mi ansiedad, a la que confunden con nervios. Y aun así necesito pastillas.

Varios estudios demuestran que una de las principales razones por las que no se trata correctamente a la gente que sí busca ayuda para tratar las enfermedades mentales es “la falta de conocimiento por parte de los profesionales sanitarios acerca de cómo tratar una enfermedad mental”. No se me ocurre ningún otro problema médico que se haya puesto en entredicho tan a menudo pese a que, desde hace décadas, los estudios científicos respalden los beneficios de tratarlo con medicación.

Durante varios meses del año pasado estuve viendo a un terapeuta que tachaba mi dependencia de la medicación de “apaño” que tapa todo el trabajo real que tengo que hacer para lidiar con mis circunstancias, traumáticas o de otra índole, que me deprimen o me generan ansiedad. No hacía más que contarme historias inspiradoras de otros pacientes que dejaban la medicación con éxito y me decía que yo debía aspirar a eso. Tuve que dejar de verle.

No pongo en duda que la terapia pueda ayudar a combatir la depresión, la ansiedad y muchos otros problemas médicos; de hecho, ambos tratamientos suelen casar a las mil maravillas. Pero negar el componente genético y biológico que tienen algunos pacientes en relación con la salud mental es perpetuar el mito de que una enfermedad mental es una fase o algo que puedes superar con terapia y un pensamiento positivo. Los estudios demuestran una y otra vez que un tratamiento médico combinado con la terapia es la mejor opción para los que sufren de varios problemas mentales. A mí es lo que mejor me funciona.

No me preocupa demasiado (ni es realista para mí) dejar la medicación, por mucha gente que no ha vivido en mi cuerpo me hable de ello como si lo fuera. Estar tan sana como yo pueda (no como puedas tú ni como puedan los demás) es lo que más me preocupa.