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Cultură

¡Encontré depa en Londres! Un cobertizo en la sala de alguien

Por la módica cantidad de 9 mil pesos al mes, puedes rentar un pequeño cobertizo en una sala ajena.

Marqué el cobertizo con un círculo, por si no lo habían visto (Foto vía Mercury).

Más o menos cada semana, aparece un anuncio de alquiler de vivienda en Londres que logra alcanzar nuevas profundidades de mezquindad absoluta. La mayoría resultan tan difícil de asimilar que nuestros compañeros de la oficina de Londres han decidido empezar a catalogarlos.

¿Qué es? ¡Un cobertizo! Siempre bromeamos con que nadie lo habrá leído porque está en un párrafo en cursiva en la parte superior del anuncio, pero sí, es un cobertizo. Un puto cobertizo.

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¿Dónde está? En la sala de la casa de alguien que vive en Bethnal Green.

¿Qué se puede hacer por allí? "A partir de este punto, empieza a plantearte las opciones que te presenta la vida", yo pensaría;

Vale, y ¿cuánto piden? 350 libras (unos 9 mil pesos mexicanos) al mes, gastos incluidos.

"¿Está bien Londres, Joel?", me preguntan mis amigos que viven en mi ciudad natal, con ese acento tan pintoresco y un conocimiento cuando menos superficial de las delicias de las grandes metrópolis, como Uber y las alitas. Yo les digo que sí, que tardas una hora en llegar a cualquier parte, que todas las hamburguesas llevan carne de cerdo desmenuzada y que tienes que pagar para tomar el ascensor de uno de los edificios más altos de la ciudad, mirar hacia abajo y no saltar. Es maravilloso, continúo, lo extremadamente caro y loco que es todo. "En el metro a veces incluso te dan una botella de Lucozade —una bebida energética— de promoción!, les cuento mientras veo las expresiones de asombro en sus caras. "¡Hasta puedes alquilar un cobertizo en la sala de alguien!", concluyo; en ese momento empiezan a gritar.


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Esta última es difícil de asimilar, sobe todo por tratarse de un cobertizo construido en una sala. Un cobertizo, hay que recordar, es una caja de madera en la que los padres se meten a llorar y que la gente normal usa para guardar macetas y bicicletas. Pero este, además, tiene la peculiaridad de haber sido construido en una sala en lugar de en el jardín, justo detrás del sofá, y pintado de un tono blanco de lo más inofensivo. Es como ver una ballena cuidadosamente escondida en un avión o una farola saliendo de una rana, por poner ejemplos.

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El descubrimiento es obra del cazapisos Joe Peduzzi, en una de sus visitas a una vivienda en Bethnal Green organizada por SpareRoom. "La primera vez que entré vi el cobertizo en el fondo, pero no acabé de asimilarlo", dijo tras la visita. "Luego eché un vistazo a la habitación y no vi ninguna cama, así que pregunté dónde estaba. El tipo me señaló una esquina. Intenté alzar la vista para captar algo, pero había mucha gente y casi no podía moverme. El colchón estaba apoyado contra las paredes del cobertizo y los vidrios de las ventanas estaban oscurecidos". Era muy fácil no darse cuenta la primera vez, así que, por favor, lean las siguientes palabras con sentimiento: "La primera vez que entré vi el cobertizo en el fondo, pero no acabé de asimilarlo".

El cobertizo se encontraba, no lo olvidemos, en una dependencia común, por lo que tendrías que dormir en tu camita mientras tus compañeros de piso se comen un curry a pocos centímetros de ti, o ven Big Bang Theory o hacen cualquiera de las cosas molestas a las que se suelen dedicar los compañeros de piso, como intentar hacerte participar en una conversación sobre filosofía, y todo mientras tratas de lidiar con la desesperación que produce saber que tienes que dormir en un habitáculo con las ventanas oscurecidas en el interior de una sala. Y de repente te das cuenta de que añoras a tu familia y tu casa, de que Londres no es el lugar que buscabas porque te estás dedicando a fingir que ya eres mayor, ¿verdad? Pero realmente eres un niño, solo y perdido, oculto en la oscuridad de un cobertizo con cerrojos en la parte de dentro, y piensas que eres independiente, pero no lo eres; y lo de tu trabajo no salió tan bien como esperabas, pero lo hiciste de todas maneras. Pasan los días —claustrofóbicos y oscuros— y ahí estás, enfundado en tu pijama de Sonic, tratando de no delatarte mientras intentas huir de tu aciago destino con una masturbación, intentado manipular tus genitales con cuidado para no mover mucho el colchón, porque si el colchón toca las paredes del cobertizo suena un crujido y tus compañeros de piso se enterarán. A tu edad, tus padres ya se habían casado y tenían hijos. Estaban a ocho años de acabar de pagar la hipoteca. Ambos sabían conducir y tenían coche. Leían libros. Tú, en cambio, solo has conseguido 100 seguidores en Twitter.

Aquí está de nuevo el cobertizo, por si te habías olvidado de él.

Debo reconocer que la actitud del tipo que quería alquilar el cobertizo era admirable, como si fuera lo más normal del mundo. "Me costó bastante decidirme, la verdad", afirma Joe. No pregunté cuál era la historia del cobertizo, pero para él parecía no haber nada raro. Una actitud similar adoptó el director de SpareRoom, Matt Hutchinson. "Estamos habituados a ver anuncios muy raros, pero, desde luego, este se lleva la palma", dijo al diario británico The Daily Mail. "No hay un motivo concreto por el que alguien pondría una cama en un cobertizo que a su vez está dentro de una habitación. Quizá fuera porque el resto de compañeros de piso usan esa sala como habitación comunitaria. Es una señal de que cada vez menos viviendas de alquiler para compartir disponen de salas".

Seguramente este no haya sido el primer intento de alquilar un cobertizo en Londres, ni será el último. Los arrendadores son robots creados para aprovechar cada centímetro de espacio y convertirlo en un lugar semihabitable pero totalmente arrendable. Robots que dirían cosas como, "Arreglé el boiler como muestra de buena voluntad, pero ahora voy a subirte el alquiler a un precio acorde con el mercado", o, "¡No me extraña que tengas humedad aquí si no dejas de abrir las ventanas! No abras las ventanas. Eso son 40 libras más al mes de alquiler". Y hasta que no hagamos lo que llevo tiempo sugiriendo —ponerlos a todos en fila, contra la pared, con los ojos vendados y pegarles un tiro—, seguiremos siendo unos pobres miserables que viven en cobertizos.