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Cultură

El cementerio de sueños rotos del Cash Converters

Un descenso a los infiernos de la usura, la desesperación, la tristeza y, sobre todo, la frustración.

De vez en cuando es saludable tomar conciencia, aún más, de la enorme distancia que hay entre lo que vemos en televisión y lo que vemos en nuestra realidad. No porque pensemos que en la televisión todo es mentira y exageración –que de hecho es así– sino porque en ocasiones nuestra realidad puede ser considerablemente más oscura, tenebrosa y decadente de lo que podíamos haber llegado a pensar en algún momento. La realidad, en efecto, puede ser mucho mejor. Pongo un ejemplo: "Empeños a lo bestia" es un programa de televisión entretenido, de ritmo cómodo y contenido atractivo, cuyo objetivo es explicar historias curiosas, emotivas o graciosas a partir de un hilo argumental muy claro: la actividad comercial y personal en una casa de empeños. Mezcla comedia y drama en un entorno conceptual casi folletinesco, pero evidentemente sabe llevarlo todo a un terreno propicio, agradable y bien presentado, en que el conflicto nunca va a mayores. Muy distinta es la sensación que te asalta al entrar en una casa de empeños cercana, de tu ciudad, sin guionistas, editores, técnicos de cámara o encargados de montaje de por medio, sin el embellecimiento del medio televisivo. La comparativa entre lo que vemos en la pequeña pantalla y lo que vemos en persona es aplastante a favor de la segunda.

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De hecho, una de mis tiendas favoritas, y además con mucha diferencia, es Cash Converters. Probablemente sea la única tienda de Barcelona en la que sé a ciencia cierta que nunca compraré nada, pero cada visita a una de sus sedes –mi favorita, la de la calle Balmes: espacio reducido, personal entrañable, clientela muy diversa y esperpéntica, producto de muy bajo perfil– es un viaje incomparable, un descenso a los infiernos de la usura, la desesperación, la tristeza y, sobre todo, la frustración. Cash Converters vive y hace negocio de la crisis, qué duda cabe, y se alimenta de la necesidad de conseguir dinero rápido que tiene la gente en momentos de notorio apuro económico, y por razones obvias es la parte que menos curiosidad me despierta de esta historia; pero también se nutre, y de qué manera, de los fracasos personales, de los incesantes intentos que hacemos por hacer, conseguir o dominar algo y que casi siempre acaban en abandono.

Te paseas por la tienda y es inevitable visualizar un cementerio de sueños rotos. Señores que se compraron una guitarra creyendo que al año siguiente estarían tocando en el escenario de la sala Razzmatazz, rodeado de groupies y esnifando cocaína a cuenta del promotor. Chavales que pidieron una tabla de mezclas pensando que se podrían convertir en DJs de la noche a la mañana: si-lo-puede-hacer-Kiko-Rivera-yo-también. Hombres que se vinieron arriba viendo el programa de televisión "Bricomanía" y adquirieron el kit de herramientas más potente del mercado dando por hecho que en una semana podrían reformar su casa. Padres flipados que llegaron a creer que su hija sería la nueva Mónica Seles y se gastaron media nómina en un juego de raquetas de alta gama. Adolescentes en pleno subidón creativo que consiguieron sacarle una cámara de vídeo digital a su madre imaginando que ese era su pasaporte para ganar la Palma de Oro. Cash Converters es un desguace de ilusiones y fantasías, un vertedero de sueños de grandeza, la expresión más deprimente, cruda y realista de la impotencia humana que podemos encontrar actualmente en un local comercial de nuestras ciudades.

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Habitualmente el escaparate de una tienda está muy estudiado: de cómo esté configurado y presentado dependerá buena parte del éxito del local, sobre todo porque puede convertirse en la mejor invitación posible para entrar o para no entrar. En el Cash Converters el escaparate es una prolongación muy clara del interior, y ante todo un aviso: "Yo de ti no entraría", te está diciendo la selección de películas en VHS –"La Patria del Rata" y "Un Hombre de Suerte", a tres euros la pieza– que te recibe antes de entrar. Pero tú entras, vaya si entras. Y lo primero que ves, como si se tratara de un signo claro de que la jornada no defraudará, es un Scooter eléctrico para inválidos, ahí plantado en el pasillo principal. Piden 1200 'cucas', desconozco si está hinchado o se ajusta al precio de mercado de segunda mano. En cualquier caso es el ítem más caro de la tienda y representa una línea de producto especialmente deprimente de su oferta: la de aquellos ítems que se han vendido porque ya no es necesario su uso. Las razones parecen obvias. Podríamos pensar en positivo, e imaginar que el vendedor ha recuperado la movilidad plena, pero en el contexto gris, frío y plomizo de la tienda es altamente improbable reparar en esa tesis.

En la franquicia de la calle Balmes Cash Converters tiene el detalle de almacenar todos los productos electrónicos en el pasillo de entrada. Supongo que responde a razones comerciales –es lo que más deben vender–, pero quiero darles el beneficio de la duda y pensar también que se debe a motivos de imagen. A mí, en cambio, es el sector que menos me interesa. De largo, además. Los móviles de las vitrinas esconden pocas historias detrás: o te lo vendes porque necesitas cash, o te lo vendes porque has actualizado tu smartphone o te lo vendes porque se lo has robado a alguien, no hay más. Materia gris. El embrujo de Cash Converters está en los detalles, en los guiños, en los homenajes que tienes que ir encontrando con calma en sus rincones: como por ejemplo, que algún dependiente ingenioso haya colocado un aparato para contar billetes justo al lado de uno para destruir documentos. Aquí sí hay una historia: ¿El cliente ha vendido el contador de billetes porque se ha comprado uno mejor? ¿Lo ha vendido porque ahora delega sus funciones en algún contable de confianza? ¿Es traficante o pertenece a alguna banda organizada de asaltos a viviendas? Y así toda la mañana.

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Porque Cash Converters no te lo acabas: en la sección de DVDs me encuentro con un CD-R. Es el "Top-40 2014" de Sandra. ¿O era para Sandra? La magia de la que hablaba: aquí ya dejas de preguntarte por qué diablos alguien se vende un CD-R, por qué diablos alguien paga por él y cuánto diablos habrá pagado y por qué diablos un tercero estaría dispuesto a comprarlo. Aquí ya intentas imaginar si es una venta fruto del despecho, si es un recopilatorio de conquista que no funcionó o si directamente alguien trafica con sus propias fotos íntimas. Un libro de recetas de Raffaella Carra. No sé, tú. Sigues, como si no pasara nada. El rincón dedicado a temas médicos, un mundo aparte. Uno de esos cacharros para auscultar, es decir, ¿por qué está ahí? Y lo que es mas fascinante: ¿a santo de qué tendría que salir de ahí? Termómetros de oído, un medidor de tensión, pulsómetros, fajas térmicas, una silla de ruedas… No te da respiro, en serio.

La gente acostumbra a asociar la marca Cash Converters a videojuegos vintage –descubro con nostalgia una copia en buen estado de "Golden Eye" para N64, seguramente el juego en el que ha dejado mas horas de mi vida–, y es indudable que la selección es generosa y variada y que constituye uno de los pilares de su oferta. Pero a mí lo que me llama la atención son esas secciones de perfil secundario dejadas de la mano de Dios –polvorientas, apiladas de mala manera, sin criterio alguno– que le dan vidilla al paseo: junto a los radiadores y calentadores –un rayo de luz y esperanza dentro del túnel: ¿pertenecían a gente que ha prosperado y por fin dispone de calefacción en casa?– me encuentro uno de esos cestos de obrero en los que se mezcla y fabrica cemento. Podría fantasear con mil historias alrededor de este ítem, a cuál más truculenta –¿un asesino que se dedica a tapiar a sus víctimas?–, pero aquí me atrae aún mas visualizar la cara del encargado de compras en el momento en que alguien colocó eso en el mostrador para valorar el precio.

Las secciones dedicadas al mundo del deporte y de la música son las mas fáciles de descifrar: decenas de botas de esquí o de botas para patinar, unas cuantas raquetas, un casco de… ¡jinete! Unos cuantos patinetes, algunas bicicletas, discos de peso para mancuernas, guantes de boxeo, cazadoras de motorista… Ante tus narices se asoma un variado muestrario de deportistas fracasados y una fiable representación de las diversas modas deportivas que se han ido sucediendo en los últimos años y que han ido dejando cadáveres. Y en el apartado musical, más madera: desde bongos africanos –¿algún krustie reinsertado en la sociedad de consumo?– a guitarras o bajos eléctricos –mucho aspirante a ser el nuevo Slash caído por el camino–, pasando por baterías electrónicas –¿algún listillo pretendía sacar tajada del revival ochentero?–, acordeones –¿un aprendiz de Bruno Stroszek?– o kits completos de DJ –fiebres que duran unos meses y luego se desvanecen–, la sección de música es un apabullante y lacónico crisol de viagrazos y gatillazos épicos.

Hay cascos militares, mascaras anti-gas del ejército ruso, teléfonos portátiles de la Segunda Guerra Mundial; justo al lado de secadores o carritos de bebe. Básculas profesionales –¿algún carnicero retirado o, mejor aún, algún narco de trayectoria al alza?–, cafeteras, hornillos eléctricos –¡piden 12 euros!– o máquinas de humo conviven con juegos de mesa, libros infantiles, telescopios o taladradoras de todos los tamaños y prestaciones. Y todo ello presidido por el rincón supuestamente más glamuroso y exclusivo de la tienda: la sección de joyas y bisutería. Anillos y relojes de compromiso campando a sus anchas por los mostradores, cuya presencia no sabes si es debido a un arrebato de furia post-separación, al desenlace de una herencia no deseada o a una medida absolutamente desesperada. Cada objeto con su historia por descifrar y descubrir, cada ítem con un drama –económico, sentimental, personal, laboral– encerrado. Una mañana cualquiera de miércoles en una casa de empeños: una experiencia más devastadora y reveladora que una temporada completa de tu docu-reality favorito.