Llevé una fotógrafa profesional a mi viaje a Londres y fue una mierda

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Llevé una fotógrafa profesional a mi viaje a Londres y fue una mierda

Por un segundo, pensé que eso de posar frente a las principales atracciones turísticas de Londres no iba a ser tan vergonzoso como creía. Error. Las fotos hablan por sí mismas.

En la era de Instagram, Snapchat y similares, el humilde fotógrafo de a pie se ha convertido en una carga para todos. Hoy día hacemos fotos con la misma facilidad y frecuencia con la que respiramos. Aunque a mí me gusta mucho la fotografía, el tsunami de selfies y fotos de ensaladas está acabando por diluir lo que una vez fue un arte refinado.

Mira las clásicas y humildes fotos vacacionales. Puedes ir a casa de tus padres, repasar los álbumes familiares y recordar cientos de momentos idílicos de vuestros numerosos viajes a varias ciudades de la costa. Hoy día, nos hacemos una ristra de selfies con algún monumento al fondo y las dejamos en la memoria del móvil hasta que las borramos tres meses después para dejar espacio para nuevas fotos.

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Flytographer es un servicio de fotografía para viajes con el que puedes salir a hacer turismo acompañado de un fotógrafo profesional y ahorrarte el tener que hacer fotos con el móvil, que tiene la pantalla rota y se te apaga cada tres horas.

La creadora de la empresa, Nicole Smith, cree que "los recuerdos son el mejor souvenir" y que hay viajes que "merecen más que unos simples selfies". Asimismo, afirma que su servicio ofrece una buena oportunidad para "salir con una persona autóctona, agradable y creativa, que sacará unas fotos increíbles de tu viaje, mostrando lo mejor de la ciudad, te dará consejos útiles y te permitirá olvidarte del palo de selfie y disfrutar relajadamente de tus vacaciones".

Como podéis imaginaros, los principales clientes en potencia de este tipo de servicio son personas que están celebrando un acontecimiento muy especial de sus vidas, como su luna de miel, lo cual está genial. Pero como yo no tengo novia a la que proponerle matrimonio, pensé que podría probar este servicio durante una visita a Londres, aunque fuera solo.

Por un segundo, pensé que eso de posar frente a las principales atracciones turísticas de Londres no iba a ser tan vergonzoso como creía, aunque una vez más las fotos hablan por sí mismas

Quedé Jackie, con la fotógrafa que me acompañaría en mi visita. Como la mayoría de los fotógrafos que trabajan en Flytographers, Jackie es autónoma y cobra en función de las fotos que haga. Podríamos decir que ella es el equivalente de un conductor de Uber, solo que en vez de recoger gente borracha, captura momentos especiales.

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Me dijo que su especialidad son las propuestas matrimoniales, y que sus principales clientes provienen de EUA. "Se les da mucho mejor posar que a nosotros, los británicos", añadió. Y creo que tenía razón, a juzgar por cómo nos fue luego.

Pronto me di cuenta de que Jackie se había convertido en una maestra del arte de reírle las gracias a sus clientes, un talento hermoso y tranquilizador.

La visita guiada de una hora empezó con una explicación de los lugares que visitaríamos: el Big Ben desde un ángulo distinto, el London Eye, Leake Street y el Southbank. A lo largo del paseo, fui dejando caer en la conversación mi opinión sobre el Brexit o mis fracasos en Tinder, para acabar explicándole lo mucho que había sudado durante la caminata que hice para encontrarme con ella. Jackie parecía tan serena y feliz que me contagié de su actitud.

Por un segundo, pensé que eso de posar frente a las principales atracciones turísticas de Londres no iba a ser tan vergonzoso como creía, aunque una vez más las fotos hablan por sí mismas. Quizá me equivoqué.

A diferencia de un selfie, la fotografía profesional requiere de mayor análisis y esfuerzo. Si miras esta foto, puedes pensar, "Sí, muy natural todo, muy espontáneo, muy alocado", pero lo cierto es que tuve que estar en la misma posición tres o cuatro interminables segundos mientras frente a mí pasaba una hilera incesante de gente que me dedicaba miradas de desprecio.

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Menudo desastre. Un despropósito, un sinsentido, una ofensa a la vista. ¡No, yo no! Estaba hablando del estado de la política británica hoy día. En esta foto, Jackie me colocó de forma que pudiéramos tener un ángulo distinto del Big Ben y el Parlamento. Le pedí que me retratara insultándoles, pero se negó. Quizá no le gustaran mucho mis mordaces críticas políticas. Así que me contenté con aparecer señalándoles con el dedo y gritando alguna tontería que, con el talento que dan los años de experiencia, Jackie supo capturar con la cámara.

Nos dirigimos al London Eye, ese sitio en el que uno puede contemplar la carne del turismo de Londres girar lentamente como si se tratara de un asador de pollos de dimensiones colosales. Nunca había estado en el London Eye, pero me pasaba lo mismo que con el Madame Tussauds y Oxford Street: realmente no quieres ir, pero al final te ves obligado a ello. Mírame, ahí ya empezaba a calar en mí el espíritu londinense.

Ir acompañado por una fotógrafa profesional me otorgaba el privilegio de ver el mundo desde su perspectiva. No solo demuestra gran astucia al haberme situado junto al dibujo del policía imitando su postura, pero el maravilloso baile de colores que se sucede en el fondo contribuye al poderos atractivo estético de la foto, razón por la que la conservaré durante muchos años. Aparte de eso, no me dejaron subir al tiovivo.

Paseamos por el Southbank. Joder, aquello sí que fue raro. No hay más que ver mi cara en la foto. Esa mueca y la tensión de la desconocida a mi lado, hablando de mí en mi presencia. Regocijaos con la visión de mis manos entrelazadas y la postura forzada y acordaos de todas esas veces que tuvisteis que poneros de pie delante de toda la clase en el colegio para recitar un poema.

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Mientras bajábamos por Leake Street, Jackie me contó una anécdota muy emotiva de uno de sus clientes. Un chico que se había prometido la contrató para que le hiciera una sesión de fotos románticas en un jardín público en el que le esperaba su futura esposa y un familiar. El chico había fingido que se marchaba a Francia a ver la Eurocopa y que no volvería hasta pasada una semana. Entra la novia en escena. Un violinista empieza a tocar la canción preferida de la pareja. El novio aparece de repente, se arrodilla y le pide matrimonio entre la exuberancia y los aromas exóticos de la vegetación del jardín, mientras Jackie capturaba cada emotivo instante que se desarrollaba ante su objetivo. En fin, ahí estoy yo de nuevo, dando una patada al aire a como el mapache de Kung Fu Panda.

Habíamos llegado al último punto de nuestro recorrido, el puente de Hungerford. Era un momento de contemplación. Qué va, no lo era, pero estaba cansado de posar como un capullo durante una hora; esta foto, pues, captura un momento de naturalidad.

¿Qué he aprendido de mi recorrido fotográfico con Jackie? Aunque en el momento de hacerlo sentía mucha vergüenza, en la mayoría de las fotos aparezco con lo que podría considerarse una sonrisa, así que supongo que no estuvo tan mal. Y aunque no aprendí nada nuevo sobre el Southbank ni Waterloo, sentí un placer extraño poniéndome en la piel de un turista de los que se dejan guiar y que hacen lo que les dicen que tienen que hacer. Imagino que será una sensación muy parecida a la que tienen los famosos. Eso sí, respecto al tema de sustituir los selfies por algo más profundo, la verdad, no sé qué es peor, si una foto rápida y desenfocada de la que te olvidas un segundo después de hacerla o que un fotógrafo te pida que mantengas una mueca horrenda en público durante cinco segundos.

@williamwasteman

Traducción por Mario Abad.