Preparándose para los disturbios

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Preparándose para los disturbios

Nuevo México transformó una prisión en donde ocurrió un trágico motín en un atractivo turístico.

Cuando se terminó la construcción de la Penitenciaría de Nuevo México en julio de 1956, los funcionarios estaban tan orgullosos que le abrieron las puertas a todo aquel interesado en hacer un recorrido por las instalaciones. "Les pedimos a los padres que traigan a sus hijos al recorrido en caso de que tengan edad suficiente para entender el significado de una penitenciaría", dijo el director Harold Swenson al público, "la visita podría salvar a un niño". Acudieron más de diez mil personas, de Santa Fe y de los condados del norte. La carretera Madrid estaba congestionada, familias enteras acudieron al recorrido. Jugaron con las rejas, se sentaron en los catres, abrieron y cerraron puertas. Una adolescente dijo que le gustaba el lugar, pero que pensaba que las celdas eran demasiado pequeñas. Paul Madigan, el director de la Prisión Federal de Alcatraz, vino de San Francisco a ofrecer su bendición. El gobernador dio un breve discurso. Un niño se sentó en la cámara de gas y gritó: "Mira, abuela. ¡Estoy siendo electrocutado!"

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Para el 8 de agosto, la prisión estaba llena de presos. El miércoles por la noche vieron una película filmada en CinemaScope. Tuvieron suerte de estar allí. Los medios de comunicación llamaban a la antigua residencia —una cárcel de ladrillo en ruinas en el centro de Santa Fe— "trampa de fuego" o "monstruosidad". Tan solo tres años antes hubo un motín en el que los reclusos atacaron a otros prisioneros y tomaron como rehenes a los guardias durante horas. En contraste, el Albuquerque Journal la describió como "probablemente la penitenciaría más moderna del mundo". Rob Beier escribió para el diario: "Las instalaciones recreativas superarán a casi cualquier escuela preparatoria del estado y el centro de rehabilitación no tienen par en cualquier otra institución en el país".

Pero durante 25 años, la sobrepoblación y la mala gestión convirtieron al centro penitenciario más moderno del mundo en una vergüenza nacional. Los reclusos dormían en el suelo. El centro estaba lleno de ratas. Un día de Acción de Gracias la cocina les sirvió pavo rancio a los reclusos; las tuberías se llenaron con diarrea y vómito durante días. Los guardias utilizaban la coerción para mantener el control, esparcían rumores de que algunos presos eran soplones y dejaban que el "código del preso" se hiciera cargo. Los oficiales también eran agresivos, empujaban a los reos por las escaleras o les abrían las celdas a la mitad de la noche para golpearlos mientras dormían. Incluso el capellán protestante había sido acusado de utilizar una macana.

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En 1980, la paranoia y el sentimiento de venganza gobernaron la cárcel y los presos decidieron tomar el control. Muchos han oído hablar de la rebelión en la cárcel de Attica, pero pocos saben que lo que sucedió en Santa Fe ese año fue más violento y cruel. El asedio duró 36 horas. Durante ese tiempo, 33 reclusos fueron torturados, mutilados y asesinados por grupos de prisioneros bajo los efectos de la Petidina y tíner. Este acto de violencia no tiene precedentes en la historia de la cárceles estadunidenses. Un interno utilizó una navaja de afeitar y una toalla para cortarle la cabeza a un supuesto soplón, ensartó la cabeza en un palo de escoba y caminó por el pasillo principal, con una mano sostenía el palo y con la otra se masturbaba. El gobernador Bruce King temía que asaltar el penal con la Guardia Nacional provocaría lo mismo que en Attica, así que los oficiales esperaron afuera de las puertas y sólo escuchaban los gritos que provenían del interior de la prisión. El director se comunicó con los reos líderes a través de radios. El asedio terminó cuando se le garantizó a unos cuantos reos peligrosos que los transferirían a prisiones fuera del estado. Cuatro meses después, la oficina del Procurador General del estado comenzó una investigación: la corrupción y la incompetencia parecían haber sido la causa del motín. Pero nada cambió realmente después de eso, y en agosto de 1998, Old Main (prisión principal), el nombre con el que se le conoce a la cárcel, cerró por su deterioro.

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La prisión quedó olvidada hasta una década más tarde, cuando Nuevo México comenzó a planear eventos para celebrar su centenario en 2012. La gobernadora Susana Martínez pidió a todos los organismos del estado y a las autoridades locales que organizaran eventos que involucraran al público. Albuquerque hizo un espectáculo que incluyó artistas para todos los gustos, desde Los Lobos hasta bailarines de la Iglesia Bautista de Belén. Los museos de Santa Fe invitaron a la gente a presentaciones de historia del arte en el suroeste de Estados Unidos. El Departamento de Salud organizó un ciclo de cine y lectura sobre los cien años de mejoras en la salud de los habitantes latinoamericanos. El Departamento de Correccionales no estaba exento de las celebraciones, pero su secretario, Gregg Marcantel, no sabía qué hacer. El trabajo del departamento es llevar a cabo sus actividades diarias independientemente del público que haya. Al final a Marcantel se le ocurrió una idea. Durante la década de los 2000, Old Main, que se encuentra a pocos kilómetros de donde 800 presos están recluidos, yacía abandonada. En una ocasión, Hollywood la rentó por mil dólares al día para grabar películas como: Espíritu salvaje y La noche más oscura. Sin embargo, para el centenario, Marcantel pensó que el lugar podía utilizarse mejor para contar una historia diferente: la suya. Le dijo a su departamento que organizara un recorrido por la instalación y que se contara la historia de la mortal revuelta de 1980. Cincuenta y seis años después de que Harold Swenson abriera con orgullo las puertas de la Old Main para revelar una de las mejores prisiones de entonces, los ciudadanos fueron recibidos una vez más, esta vez para recorrer sus restos.

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Un guía dirige a un grupo a través de la prisión Old Main. En 2012, el Departamento de Correccionales de Nuevo México abrió sus puertas para hacer recorridos donde se cuenta la historia de una revuelta mortal que hubo en 1980.

El motín en la PNM inició el 28 de enero de 1980, cuando un recluso en el dormitorio E-2, conocido como Blabbers (Parlanchín), llenó una bolsa de basura con agua, levadura y azúcar, y la metió en unas tuberías de las duchas. E-2 era un dormitorio parecido a un cuartel militar diseñado para albergar a prisioneros lo suficientemente confiables para vivir afuera de los límites de las celdas. Seis semanas antes, diez presos se habían escapado del penal con cierta facilidad, humillando a los oficiales. Para arreglar la situación, el gobernador asignó dinero para renovar el Pabellón (de celdas) 5, que albergaba a los reos que se consideraban tan peligrosos que pasaban la mayor parte de su tiempo encerrados. Era una decisión inexplicable, esos presos fueron trasladados al E-2 durante la renovación. Desde entonces, el dormitorio estuvo bajo el control de un grupo de reclusos del Pabellón 5, los prisioneros restantes —ladronzuelos y drogadictos— estaban subordinados a los presos más rudos.

Las radios se escuchaban a todas horas sintonizando diversas frecuencias. Los inodoros estaban tapados. Debido a que algunos reclusos tenían que dormir en el suelo, con frecuencia había peleas por una pisada en la mano o una patada en la frente. Las luces de emergencia que iluminaban el dormitorio por la noche se fundían muy seguido, dejando la habitación en oscuridad total; los internos se golpeaban o gritaban para crear caos. Los guardias se mostraban reacios a poner un pie adentro. Esta renuencia les dio carta blanca a los prisioneros para realizar muchas tareas ilícitas, incluyendo la elaboración de cerveza.

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Cinco días después de que Blabbers escondió la bolsa, otro recluso, Danny Macias, la sacó. "Teníamos mucho azúcar y mucha levadura", dijo más tarde, "por lo tanto mucho alcohol; cuando fui allí para sacarlo y abrimos la bolsa… ¡Ah, esto es algo muy poderoso!" Macias y algunos otros comenzaron a beber como a las ocho de la noche y se detuvieron por un momento cuando los guardias hicieron su ronda a las 8:40. "Cómo es que no se percataron del olor, es algo que no me explico", dijo. "Olía como a fábrica de cerveza".

Probablemente, los oficiales decidieron ignorar el olor. Muchos guardias no habían ni terminado la preparatoria y su capacitación a veces consistía en llegar y ponerse un uniforme. Entre 1970 y 1980, cinco funcionarios de prisiones se hicieron cargo de la cárcel, cada uno con un enfoque radicalmente diferente sobre las operaciones penales. Esto frustró al personal. Independientemente de los funcionarios, los oficiales estaban mal pagados, ganaban aproximadamente nueve mil dólares al año (un sueldo ridículo si tomamos en cuenta que la media nacional en EU es de 26 mil dólares, según un censo oficial de 2010). Había 80 por ciento de tasa de rotación. Por miedo, exasperación o negligencia, los oficiales no hacían las cosas bien. Algunos decían haber hecho el conteo de los reclusos durante las rondas que ni siquiera llevaban a cabo.

Cuando los guardias se fueron, los presos estaban ahogados en alcohol. Comenzaron a hablar de tomar el mando de la prisión. Como a las dos de la mañana, durante el conteo final, Macias y otro interno se precipitaron sobre los guardias. Pronto todos los que estaban en el dormitorio se les sumaron. Golpearon a los oficiales en turno e irrumpieron en el centro de control. En tan sólo 22 minutos, los reclusos tomaron el mando de toda la prisión.

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Un pabellón de celdas abandonado.

Los convictos asaltaron la farmacia y tomaron Petidina. Encontraron tíner en el taller mecánico. Otros irrumpieron en la oficina del director y prendieron fuego a los expedientes de los internos. Alguien cubrió el gimnasio con gasolina y encendió un cerillo. Formaron escuadrones de ejecución. Se cubrieron la cara para ocultar sus identidades. Un preso hizo un agujero en una bandera estadunidense y la usó como zarape. El equipo que estaba remodelando el Pabellón 5 había dejado sopletes así que los escuadrones de ejecución los tomaron.

Pronto dirigieron su atención al Pabellón 4, donde estaban los reos en custodia protectora: soplones, violadores de niños, los no gratos. Un factor principal que contribuyó a la atmósfera de paranoia fue el "juego del soplón". Una herramienta de coerción que los oficiales utilizaban: Si un preso se negaba a informar, un oficial le decía a los otros presos que sí había dado información; igualmente, si a un oficial no le caía bien un preso, el oficial difundía rumores de que el preso era un soplón. A diario los presos tenían que pasar por un infierno, obligados a caminar sobre la cuerda floja entre ser fieles a sus compañeros o pertenecer al lado bueno de los oficiales. Dado que ser declarado un soplón era como estar sentenciado a muerte, muchos de los informantes solicitaron custodia protectora. Los reclusos del Pabellón 4 llevaban uniformes distintos. Eran señalados como dignos de muerte. Sólo la protección de los guardias los mantenía con vida.

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Inmediatamente después de la toma del control, los guardas capturados fueron utilizados como elementos para negociar con las autoridades penitenciarías. Sin guardias, el Bloque 4 no tenía protección. Los reclusos utilizaban los catres para bloquear las puertas de sus celdas. Esto sólo retrasaba lo inevitable. Los informantes temblaban mientras, a unos metros de distancia, los que serían sus verdugos utilizaban los sopletes para romper los barrotes de las celdas y les decían a las víctimas lo que les harían.

Los presos fueron castrados y obligados a comer sus propios genitales. A un reo le arrojaron una bomba lacrimógena, aplastándole el cráneo. Ahorcaron a un preso del tercer piso; la cuerda se rompió y cayó al sótano. Éste seguía con vida, un grupo se reunió a su alrededor con tubos y le gritaban: "¿No te vas a morir o sí? Muere, maldito soplón". Un preso cantó en su celda durante dos horas "Take it to the limit" de The Eagles, mientras los verdugos cortaban los barrotes de la celda. Una vez adentro, lo golpearon, lo arrastraron al pasillo y lo desollaron con el soplete.

Un dormitorio en el extremo sur se transformó en una fábrica de violación. Un recluso dijo que 23 atacantes lo habían sodomizado. Explotaron las tuberías. El pasillo se inundó. La prisión se estaba inundando e incendiando al mismo tiempo. Los reclusos, aterrorizados, encontraron una forma de salir y se precipitaron en la nieve, pidiendo ayuda a la policía estatal. Los funcionarios miraban. El gobernador había dado órdenes de no asaltar la prisión, siempre y cuando mantuvieran con vida a los guardias. Él consideró el ataque entre prisioneros como un daño colateral. Treinta y seis horas pasaron antes de que las negociaciones pusieran fin al asedio.

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Treinta y tres reclusos habían muerto. Doscientos más y siete oficiales tuvieron que ser hospitalizados. Si uno se pregunta exactamente cómo Nuevo México percibe el valor de esos encarcelados, basta con escuchar lo que dijo el entonces líder del Senado C. B. Trujillo en un programa de televisión sobre el manejo del disturbio. El senador dijo: "El hecho de que nadie haya sido asesinado en este gran levantamiento es un mérito del gobernador".

Una soga cuelga sobre la vieja silla eléctrica de la prisión.

Cuando las primeras giras del centenario tuvieron lugar en febrero de 2012, los funcionarios estatales llegaron a reconocer una versión de los hechos más acorde con la realidad. Los recorridos, que eran sólo por invitación, le mostraban a las personas relacionadas con disturbios e interesadas en la justicia penal el edificio abandonado, donde gran parte de la arquitectura y del equipo seguía siendo el original. A pesar de que no tenían un protocolo y fueron guiados por diferentes personas, se les dio una explicación detallada de la revuelta. Se le pidió a los asistentes no ir al baño, no llevar alimentos o bebidas, y no cerrar las puertas de las celdas, ya que nadie tenía llaves. Los azulejos, que se habían caído de las paredes, yacían a lo largo del corredor. De vez en cuando, se podía ver una paloma muerta. En el sótano, cerca de la cámara de gas, el aire tenía tal calidad que muchos visitantes se quedaron sin aliento, tosían y sus ojos se les ponían llorosos.

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Sin embargo, las excursiones fueron todo un éxito. Acudieron un total de dos mil personas, y el Departamento de Correccionales decidió seguir con las visitas después de la celebración del centenario. Cuando publicaron que la entrada costaría 15 dólares en su página web para el primer viernes de cada mes, las entradas se agotaron en pocos días. Agregaron el sábado. Las entradas se agotaron en cuestión de semanas. Los funcionarios vieron el potencial y en marzo de 2013 contrataron a Alex Tomlin, una reportera de la televisión local, como directora de relaciones públicas. Le dieron la tarea de transformar la prisión en una experiencia legítima bajo el título: "Respetemos nuestro pasado para crear un mejor futuro". Tomlin comenzó a escribir un guión basado en el informe del fiscal que todo guía pudiera seguir, y comenzó a pensar en cómo hacer que la experiencia fuera única. El Secretario de Correccionales Gregg Marcantel también tenía algunas ideas: abrir la barbería de la cárcel y el comedor para los visitantes, con reclusos trabajando ahí.

Old Main se encuentra a poca distancia de la Penitenciaría de Nuevo México, y los internos en trajes naranjas se despiertan al amanecer todos los días para limpiar el lugar del disturbio para los turistas. Los nuevos recorridos terminan en una tienda de regalos, donde los visitantes pueden comprar cosas hechas a mano por los reos. El patio en el centro se convirtió en un jardín de meditación, una vez que los presos actuales quitaron la maleza y los escombros. Ellos ofrecen mano de obra barata para lo que algunos ven como un parque de diversiones.

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La obsoleta cámara de gas.

Pero no a todas la personas les pareció bien la apertura de Old Main. ¿Por qué permitirle a extraños asombrarse y fotografiar el lugar donde se cometió una matanza masiva y se violaron los derechos humanos? ¿Por qué no derrumbar el lugar? Para calmar a los escépticos, el Departamento de Correccionales realizó un "Recorrido de los sobrevivientes" en octubre de 2013 para ex reclusos y guardias. "Cuando hicimos el recorrido, yo estaba un poco sorprendido por la diferencia en el sentimiento, el respeto y la retroalimentación", dijo Tomlin. "Desde entonces, no han hecho ningún otro comentario de que la derribemos". Gary Nelson, quien estaba encerrado en Old Main la noche de los disturbios, fue uno de los ex reclusos que asistió. "En cierto sentido, el hecho de ver la prisión me brindó una sensación de alivio", dijo a The New York Times después del recorrido. "Que se jodan, ¿sabes? Nunca voy a regresar ahí".

No todo el mundo relacionado con lo que sucedió en 1980 se mostró satisfecho con ese gesto. La ex funcionaria de prisiones Marcella Armijo criticó la forma en que Nuevo México ha manejado los derechos de los reclusos y guardias después de los disturbios. Acudió al recorrido de los sobrevivientes, y cuando el Departamento de Correccionales quiso concederle una medalla de honor por su servicio durante el motín, ella se negó. "¿Una medalla del tamaño de una moneda? No gracias. Váyanse a la mierda", dijo. Armijo es una de las primeras mujeres que trabajó en una cárcel para hombres. La noche del motín debía ir a trabajar, pero esa tarde salió con unos amigos y bebió demasiado. A la mañana siguiente, a las 5:00 am, su madre la despertó. En las noticias locales, había imágenes de la penitenciaría en llamas. Armijo inmediatamente se dirigió al lugar y pasó el resto del asedio escuchando los gritos que provenían de adentro. Observó cómo amigos suyos eran trasladados en camillas.

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"Es difícil aceptar lo que la prisión está haciendo ahora. Tal vez soy muy negativa. Estoy segura que si hablara con Marcantel y todos ellos pensarían que soy una pedante", me dijo Armijo, "simplemente no quiero que sigan haciendo cosas en vano".

Después de retirarse en 1998, Armijo se dio cuenta de que su vida estaba fuera de control. Bebía mucho y era insolente con sus amigos. Más tarde se le diagnosticaría trastorno de estrés postraumático. Ella considera que las visitas, en parte como un anuncio brillante para el Departamento de Correccionales, son una herramienta con la cual pueden encubrir la incompetencia que aún azota a los centros penitenciarios de Nuevo México.

Armijo se vio envuelta en una demanda contra el estado durante décadas, alegando que ella y 179 guardias nunca fueron completamente indemnizados. También apoya una demanda presentada en febrero por cinco oficiales penitenciarios que reclaman el acoso sexual y la violación de sus derechos civiles. "Mi punto es que el estado nunca nos ayudó", dijo. "Dañó a toda mi familia. Pasé por un infierno".

Ella no está sola. El padre de Dwight Duran Jr. estuvo preso en Old Main hasta 12 días antes de la revuelta. Duran padre escribió a mano una demanda por las condiciones de los presos en la penitenciaría desde su celda y la logró sacar clandestinamente en 1977. El documento finalmente dio lugar a lo que hoy se conoce como el Decreto Duran, un conjunto de reformas sobre las condiciones de vida y tratamientos de salud mental en las cárceles de Nuevo México. No mucho tiempo después de su implementación en Nuevo México, surgieron decretos similares en todo el país. Dwight Jr. dijo que Marcantel y el Departamento de Correccionales se acercaron a él para que donara algunos de los documentos de su padre para exponerlos en Old Main. Él se negó. "No estoy diciendo que mi papá merezca un premio Nobel, pero sí hizo mucho", me dijo. "Ellos no estaban muy interesados en darle algo de reconocimiento, así que yo tampoco estaba muy interesado en ayudarlos".

Sería optimista decir que el motín resultó edificante para el trato de los reclusos de Nuevo México, pero la violencia persistió. En la década siguiente, 14 reclusos más y dos oficiales murieron en Old Main, y cientos de reclusos y trabajadores denunciaron haber sido agredidos. Hubo 38 intentos de fuga. En 1998, el mismo año en que se cerró Old Main, un juez anuló los estatutos de derechos humanos del Decreto Duran.

Un pizarrón donde los guardias ponían información de los presos.

Una mañana de julio, me trasladé desde la oficina central del Departamento de Correccionales hasta la penitenciaría Old Main para tomar el recorrido de dos horas. Entre los otros diez asistentes había un joven universitario que tenía que hacer un informe para la escuela de verano y dos mujeres de Durango, Colorado, con bolsos Louis Vuitton. A pesar de que no sabían mucho acerca de la revuelta, el par de mujeres había leído sobre el recorrido en un folleto y pensaron que sería una experiencia interesante. Al llegar, nos mostraron un escritorio detrás de un cristal donde a cada uno se le asignó un número de recluso y luego se nos tomó una fotografía como si fuéramos delincuentes. Un trabajador, con una camisa polo que tenía bordado: Embajador de Old Main, intentó calmar a una mujer mayor en el grupo que parecía estar horrorizada. "Es sólo por diversión", dijo.

La mayoría de las personas a las que se les pedía que fueran guías son funcionarios de prisiones reasignados. Nuestro guía, Cory, trabajó en una prisión durante cuatro años antes de cambiarse a una unidad de investigación de pandillas. Caminó de espaldas mientras nos dirigía por el pasillo principal hacia el viejo centro de control. "Nunca le doy la espalda a una persona dentro de una prisión", dijo. "Ni siquiera a los civiles". En el centro de control, un reloj de plástico marca las 02:02 de la mañana, el momento en que entraron los reclusos. Los visitantes tienen prohibido tomar fotografías en algunas alas, incluyendo el Pabellón 4, donde el contorno de un cuerpo quemado aún es visible, así como las marcas de los hachazos que le dieron a otro recluso quedaron marcadas en el hormigón. A pesar de que se les ha alentado a los guías a hablar sin reservas sobre los errores burocráticos que causaron la revuelta, si no se tiene un conocimiento práctico de los acontecimientos, los visitantes pueden irse con más preguntas que respuestas.

Pero no parecía que la gente acudiera al recorrido en busca de respuestas. Cuando el Departamento de Correccionales decidió abrir las puertas para los visitantes hubo un cambio fundamental en la naturaleza del turismo en las últimas décadas. Ya no nos conformamos con subirnos en una banana y tomar un poco de sol. Ahora, muchas veces queremos utilizar nuestras vacaciones para ver el detrás de escena de los sitios donde hubo miseria y muerte, una práctica a la que se le ha llamado "turismo negro". La antropóloga Erika Robb Larkins dice que los sitios de turismo negro se pueden dividir en dos categorías. Los sitios del primer tipo tienen un enfoque "en contexto": museos y lugares conservados donde las historias están destinadas a educar y contextualizar la violencia del pasado. Por el contrario, están los sitios de violencia que quedaron vacíos, carentes de historia o estructura, y que hablan por sí mismos. Son atractivos simplemente por que aún existen.

En la tienda de regalos se venden artículos hechos a mano por los presos.

Los recorridos de Old Main, con algunos cabos sueltos en la historia de la revuelta mortal y sus consecuencias, podrían pertenecer a la segunda categoría. No es un museo, sino un lugar que transmite la pesadez de su historia. Los visitantes satisfacen su curiosidad sobre la violencia que tuvo lugar allí y la disfrutan. Pero el atractivo no es simplemente que Old Main es el sitio donde ocurrió una atrocidad, como Auschwitz y el Memorial del 11 de Septiembre, sino que también el recorrido permite a la gente experimentar una pesadilla permanente en el consciente colectivo estadunidense: la cárcel.

Desde la forma en que se fotografía a los visitantes como presos hasta los planes para abrir una barbería y un restaurante en el que trabajaran presos reales, el lado oscuro del turismo está jugando a fingir la realidad infernal de las cárceles estadunidenses. Por el precio de una comida barata, disfrutamos la experiencia de salvajismo sabiendo que podemos retirarnos después al bar del hotel La Fonda para tomar una margarita.

A medida que avanzábamos por el pasillo hasta el Pabellón 4, nos pidieron que guardáramos nuestras cámaras. El sol entraba por las ventanas. En el exterior, si te asomabas, alcanzabas a ver Santa Fe. La tarde anterior, hubo una tormenta rara en las montañas Sangre de Cristo y en los llanos, y el sótano del pabellón estaba inundado con el agua de la lluvia. Después de mostrarnos las marcas que quedaron por el fuego y el hacha, y los lugares donde cayeron los reclusos que fueron arrojados del piso superior, Cory finalmente nos llevó a la tienda de regalos, donde se vendían rodillos para hacer tortillas, hechos por los presos, así como tazas y caballitos tequileros. Yo compré una playera de Old Main. En la playera, un vato con lentes Ray-Ban se abre una camisa de mezclilla, pero en vez de que se le vea el pecho, se ve la prisión. Mientras pagaba, escuché a una de las mujeres de Durango que le preguntaba a Cory si tenían planes futuros de arreglar el lugar como un museo. Nuestro guía rápidamente la corrigió: "Este no es un museo", dijo con una sonrisa. "Si se tratara de un museo se tendría que cambiar todo".