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Sobreviví a estudiar en una universidad de California

Comprobé que todo lo que hemos visto en las pelis de American Pie no solo es cierto sino que se queda corto.
Todas las imágenes por la autora excepto la indicada

California es sinónimo de playas, surf, estrellas de cine, carreteras míticas, música y mil cosas más. Un lugar al que a cualquiera le gustaría viajar para tomarse un respiro. Este año visitar el Estado Dorado está un poquito más fácil, porque KitKat sortea un viaje para que te vayas allí con dos amigos.

A los 12 años, mientras mis hormonas se desperezaban, yo ya había decidido que me iría a estudiar periodismo a Barcelona. Años después, con 18 y recién salida de Mallorca, tuve claro que no me bastaba con dar ese primer salto y empecé a valorar cuál sería el siguiente movimiento. Así que mis padres no se sorprendieron demasiado cuando con 20 años les comuniqué mis planes de dominación mundial, que se concretaban en estudiar cuarto de carrera en una universidad de California.

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Quería aprender a surfear, quería re(crear) el verano del amor, experimentar como los beatniks y recorrer carreteras polvorientas como en Thelma & Louise

No me costó mucho convencerles ya que había encontrado un programa oficial de intercambio de la Universidad Autónoma de Barcelona. Pasé varias pruebas para estar entre los finalistas de la beca con las que tampoco os voy a cansar y finalmente lo conseguí. Pude escoger nada menos que la Universidad de California San Diego, la UCSD. Mis motivos eran puros: quería aprender a surfear, quería re(crear) el verano del amor, experimentar como los beatniks y recorrer carreteras polvorientas como en Thelma & Louise.

Un detalle del campus de la UCSD. Imagen vía

De todos modos, las cosas empezaron un poco sentimentales, el trayecto de avión me lo pasé entre sollozos. Nunca antes había estado tanto tiempo fuera de casa; ni sin ver a mis amigos ni a mi familia. Pero bueno, conforme tomábamos altura y el sueño se iba haciendo realidad, los sollozos fueron dando paso a una sonrisa enorme.

La adaptación tampoco fue instantánea. Lo primero que recuerdo al pisar San Diego es intentar pedir algo en una cadena de comida japonesa llamada Panda Express y ser incapaz de entender lo que me decía el camarero. Incapaz. Fue bastante desagradable y dio paso a una toda una noche pensando en qué demonios estaba haciendo allí y en lo largo se me iba a hacer el curso escolar.

Lo primero que recuerdo al pisar San Diego es intentar pedir algo en una cadena de comida japonesa llamada Panda Express y ser incapaz de entender lo que me decía el camarero

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Lo segundo que hice fue mejor: me compré una bicicleta en Craiglist. Craiglist es la vida en California, es el lugar en el que encontrar desde a tu compañero de piso a una tabla de surf, pasando por paseadores de perros o una camiseta firmada por Elvis.

De golpe lo tenía todo: mi tabla, mi bici con freno de pedal, los amigos cafres, los vasos de plástico rojo en la cocina… ¡Joder! Mi vida era un rodaje de American Pie mezclado con Salvados por la Campana. Estudiar en California es mucho más que un eslogan, es ese momento de tu vida al que siempre vuelves cuando quieres recordar tu lado más salvaje, más puro y más libre.

Gracias, Craiglist

Aunque parezca increíble, entre togas party, beer pong, acampadas en la playa y conciertos, había también tiempo para ir a clase. A diferencia de otros programas de intercambio, en este había que ir a las tutorías y además sacar buenas notas… ¡Y todo en inglés, claro! Después del shock inicial con el idioma, la cosa fue mejorando. Poco a poco empecé a pensar en inglés, a escribir un diario en inglés y a hablar todo el día en inglés, sobre cualquier tema. Todavía recuerdo la primera vez que hice un chiste en la lengua de Shakespeare.

El campus de la UCSD estaba -y sigue estando- situado a orillas del mar, sobre los acantilados de Black's Beach, una de las mejores playas de California y el lugar en el que aprendí a surfear.

Recuerdo surfear con varios de mis profesores, a los que adoraba. No se podía molar más que esos tíos, personajes a mitad camino entre Sheldon Cooper y los polis ciclistas de Pacific Blue. En sus clases te daban libros y ensayos sobre la importancia que supuso que Bob Dylan enchufara su guitarra o sobre el cambio socioeconómico del ocio nocturno con la actuación de DJs como Aphex Twin en Coachella. Nos ponían música en las clases y hablaban sobre Dr. Dre y Snoop Dogg (que es la quintaesencia californiana) y te dejaban hacer un trabajo final sobre Pearl Jam.

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Te quedabas tan atrapado por ese entorno y el campus universitario que terminabas llevando sudaderas con las letras UCSD y animando a los Tritons, el equipo de baloncesto de la universidad. Había una especie de fuerza gravitacional que te contagiaba de ese espíritu universitario y te dejabas ir con una ligereza total. Tus amigos, inspirados por ese mismo aire épico, tocaban a tu puerta con una mochila preparada y te decían: "¡Nos vamos a Las Vegas!". Y así fue como terminamos un fin de semana de exámenes en la ciudad del pecado, compartiendo una habitación doble cinco amigos, trayendo nuestro propio colchón hinchable agujereado porque no podíamos pagar el precio de una habitación más grande. O en San Francisco, pasando el día Acción de Gracias alimentados por el Ejército de Salvación, con un sándwich de pavo con salsa, mientras patinábamos por el parque.

Había una especie de fuerza gravitacional que te contagiaba de ese espíritu universitario y te dejabas ir con una ligereza total

Andabas por el campus con un aire epifánico, sonando en los cascos cualquier canción que se convertía en la banda sonora de tu vida en California. Y todo pasaba a cámara lenta, como en las pelis. Pero luego aparecían las estudiantes con manicuras infinitas, con los ojos pintados y el pantalón del pijama -no, no eran leggins- para ir a clase y se te pasaba todo. Hasta que conocí a mi grupo de amigos, he de decir que al principio me costó algo pillarles el punto a buena parte de los estudiantes yankees, quienes tenían la profundidad de un plato sopero. Divisabas a la legua los que habían vivido fuera y los que no habían salido de su zona de confort, incapaces de situar España en un mapa que no estuviera pegado a México.

En mi año de universidad en California experimenté la espontaneidad y las ansias por verlo todo, mirando el calendario con pánico. Estábamos siendo nuestros propios Dean Moriarty y Neil Cassady, recorríamos las carreteras con descapotables destartalados que un amigo de alguien nos había dejado apiadándose de nosotros, pobres alumnos de intercambio. Conseguimos ver a Pearl Jam en el Madison Square Garden y a su cantante en un pequeño teatro del centro de San Diego, un día saludamos a Sean Penn por la calle, nos arrestaron varias noches por beber cerveza teniendo "solo" 20 años, luché en una piscinita de aceite con mis amigas en una fiesta de alguien a quien ni siquiera conocía, bajamos una montaña haciendo snowboard en ropa interior y la policía desalojó mi fiesta de despedida. Fue mi verano del amor. Me había montado mi propia versión en la que no me hacía falta ni escuchar a Hendrix ni bailar entre las flores.

Aún mantengo el contacto con buena parte de los amigos que hice ahí. Para mí, estudiar en la UCSD supuso adentrarme en el mundo del surf, una pasión que me acompañará el resto de mi vida, conocer a buena parte de mis mejores amigos y encarrilar mi carrera profesional hacia el periodismo musical. Fue el año de mi vida.