Las lecciones que aprendí viendo ‘The Office’ sobre el trabajo

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Las lecciones que aprendí viendo ‘The Office’ sobre el trabajo

No fui consciente del realismo con que la serie retrataba las humillaciones diarias que se dan entre las paredes de las oficinas de todo el mundo hasta que las sufrí en mis propias carnes trabajando en una durante trece meses.

El reparto de 'The Office' leyendo este artículo. Foto vía NBC

Cuando se estrenó The Office, yo iba a séptimo de primaria, por lo que era demasiado joven para captar la estremecedora verdad que se esconde detrás de sus diálogos y chascarrillos.

No fui consciente del realismo con que la serie retrataba las humillaciones diarias que se dan entre las paredes de las oficinas de todo el mundo hasta que las sufrí en mis propias carnes trabajando en una durante trece meses. A continuación os presento las lecciones que se pueden extraer de The Office y que me habría gustado conocer antes de entrar en el mundo laboral.

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Los empleados no trabajan

Todos los personajes de The Office se pasan la mayor parte de la jornada laboral sin dar palo al agua. Ryan tiene siempre un teléfono en la mano que no usa para nada y no deja de discutir sobre su incapacidad para terminar cualquier tarea, desde la limpieza de primavera (temporada 2, episodio 13) a la simple entrada de datos en el ordenador (6, 11). Jim dedica la jornada a meterse con Dwight, hablar con Pam o celebrar eventos como las Olimpiadas de la Oficina (2, 3). Por su parte, Creed suele matar el rato contemplando el vacío.

Ojalá hubiera entendido antes que la norma en una oficina es pasar de todo. Desgraciadamente, lo aprendí por las malas.

Durante los primeros tres meses de trabajo, me preocupaba demasiado por todo e hice infinidad de horas extra para crear, editar y actualizar más de 1.200 perfiles en redes sociales. Con el tiempo, me di cuenta de que mi jefe no era capaz de distinguir entre una tarea que me había costado ocho horas completar y otra en la que solo había empleado ocho minutos. A partir de entonces, bajé el ritmo hasta un punto en que acabé pareciéndome a Creed: llegaba siempre tarde, fumaba porros en las pausas para la comida y pasaba las horas frente al ordenador de la empresa buscando información sobre los síntomas de la sociopatía y el trastorno límite de la personalidad.

Michael Scott, el mejor jefe del mundo. Foto vía NBC

Los jefes tampoco trabajan

La incapacidad de Michael para hacer que lo tomen en serio como jefe es uno de los pilares sobre los que se sustenta la serie. En al menos 40 ocasiones en un año, Michael cae enfermo sin mostrar ningún síntoma (3, 22), se queda dormido en la oficina (5, 28) y justifica sus frecuentes salidas con cualquier excusa, desde que tiene que firmar unos papeles del piso (2, 3) hasta que necesita saber cuáles son los defectos de su personalidad de boca de sus exparejas (7, 4). Cuando Pam tiene que dar cuenta de las actividades de Michael en un día determinado, por lo general suele tener dos puntos anotados en la agenda: "Cosby Impression" e "Hizo cola para comer pretzels" (3, 5). Cuando Holly pregunta si alguien se ha visto ante un dilema ético alguna vez, Michael confiesa sin pudor que cuando descubrió YouTube se pasó cinco días sin trabajar (5, 3).

Hasta que conocí a mi jefe, yo pensaba que Michael Scott no era más que una caricatura de la figura del mal jefe.

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Una vez estuve a cargo de una campaña de publicidad totalmente ineficaz para el departamento de contratación para la que ya se habían gastado 30.000 dólares y con la que solo se había logrado contratar a un empleado. Tuve varias reuniones urgentes con mi jefa, que me tranquilizó y me instó a que siguiera con la campaña. Cuando finalmente decidí que era hora de cortar el grifo, mi jefa se cabreó conmigo por no haberlo hecho antes. Me recomendó la lectura de un libro sobre feminismo y que escuchara una charla de Sheryl Sandberg en TED, todo ello mientras daba sorbos a su café helado, terminaba de hacer su pedido de zapatos en Nordstrom.com y el mundo ardía a su alrededor.

Stanley, de 'The Office'. Foto vía NBC

Pertenecer a una minoría no es bueno

En The Office hay episodios enteros dedicados a mostrar la torpeza con la que Michael Scott aborda la diversidad en el entorno laboral. Así, por ejemplo, da por sentado que Stanley sabe jugar a baloncesto (1, 4) y además le atribuye el ambiente "urbano" que se respira en la oficina (4,5). Darryl da a Michael algunos consejos para mejorar sus "conversaciones interraciales" y le enseña unas cuantas frases absurdas y totalmente inventadas que este utiliza de todas formas (2, 22). El segundo negro que empieza a trabajar en la oficina se marcha después de que Michael lo estuviera acosando durante un día diciendo que encajaba en el estereotipo de delincuente de raza negra (3, 9).

Todas esas situaciones me parecían divertidas hasta que vi que se reproducían en mi propio entorno de trabajo.

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De los 300 empleados de mi oficina, más o menos tres y medio de ellos eran negros (yo era el medio). Mi primera cagada monumental fue empezar a trabajar coincidiendo con los desórdenes de Ferguson, y la segunda fue seguir por internet una de las sesiones judiciales en horas de trabajo. Mi jefa me pidió que desconectara los auriculares para que todos pudieran oírlo. Durante varias semanas, la mujer me estuvo enviando un mínimo de un artículo al día del New York Times sobre racismo y mis compañeros de trabajo me hacían partícipe de su sentimiento de culpa por haber nacido blancos. Esa actitud se prolongó hasta que manifesté públicamente mi apoyo a la presidencia de Donald Trump.

Hay alcohol. Mucho alcohol

Ya sea con motivo de las fiestas navideñas, comidas y picnics de negocios, noches de casino, horas felices, la convención anual de la empresa o de un crucero de borrachera, el alcohol es un elemento muy destacado en The Office. Sin embargo, aquello no me preparó para la sorprendente cantidad de alcohólicos que encontré en mi oficina.

Nunca había visto una nevera solamente llena de cervezas hasta que empecé en ese trabajo. Pues había ni más ni menos que cuatro de esas neveras. No estaba mal visto empezar a beber antes de las 16:30, pero en cuanto llegaba esa hora, la gente empezaba a ponerse ciega sin molestarse ni en disimularlo. A uno de mis compañeros, eso de las neveras no le pareció muy buena idea y compró un carrito de bebidas con su decantador de whisky y todo a cuenta de la empresa, bajo el concepto de "material de oficina". Fuera del trabajo, se organizaban horas felices bajo cualquier pretexto imaginable: nuevas contrataciones, nuevos despidos, cumpleaños, por ser martes, etc.

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Dwight no se fía de nadie. Foto vía NBC

No confíes en nadie

The Office está sembrada de momentos de espionaje. Jim y Dwight forman una alianza secreta (1, 4); además, Dwight intenta arrebatarle el puesto a Michael por la espalda (3, 3) y Andy le roba su principal cliente a Dunder para que lo readmitan en la empresa (8, 23). Ah, y todos los personajes, en algún momento de la serie, realizan una llamada secreta en la escalera de la oficina.

Al menos dos veces por semana, algún compañero de la oficina programaba una reunión falsa en mi calendario de Google. Nos reuníamos en una de las salas insonorizadas, sacábamos los portátiles y, controlando nuestro lenguaje corporal para no levantar sospechas y parecer muy profesionales, celebrábamos "reuniones" de 30 minutos en las que poníamos a parir a quien le tocara esa semana.

Las reuniones de verdad no es que fueran muy distintas, y básicamente consistían en echarle las culpas a quien no estuviera presente ese día para quitarse los marrones de encima o en mentir descaradamente sobre el rendimiento de cada uno.

Andy Bernard. Foto vía NBC

Es fácil dejar el trabajo

De pequeño, pensaba que me quedaría en el puesto de trabajo que tuviera hasta el día de mi muerte, pero eso era porque todavía no había aprendido la lección que nos enseña The Office: es muy fácil dejar un curro. Dwight abandona Dunder Mifflin con un preaviso de menos de 24 horas (3, 12), y luego deja su puesto en Staples sin decir nada (3, 13). Karen se niega rotundamente a abandonar Scranton, pero al día siguiente descubre que alguien ha vaciado su escritorio (4, 1). Andy se marcha de Scranton para perseguir su sueño y se caga en el coche de David Wallace para asegurarse de que nunca regrese (9, 21).

Yo dejé mi trabajo en esa oficina dos días antes de Navidad. No tenía intención de hacerlo, pero una vez que me vi en la sala frente al representante de Recursos Humanos, las palabras salieron de mi boca como una avalancha liberadora. Fue tan sencillo que me pregunté por qué no lo habría hecho meses antes. Le dije que los conflictos diarios de la oficina estaban afectando a mi salud mental y que tenía que irme. Él lo entendió (o al menos eso dijo) y me sentí muy aliviado.

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Traducción por Mario Abad.