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Un bañista desaparecido había estado todo el tiempo en un prostíbulo de La Jonquera

¿Qué pasó dentro del cerebro de esa persona mientras estaba flotando en medio del mar?

Un grupo de amigos bielorrusos que estaban bañándose en la playa de Roses empezaron a preocuparse cuando vieron que su colega, que había entrado en el agua, no regresaba. Estos dieron aviso de la desaparición y tanto bomberos como Mossos, Policía Local y Salvamento Marítimo empezaron a buscarlo, llegando incluso a disponer de un helicóptero de la Guardia Civil para encontrarlo. Cuando al atardecer estaban ya llegando unos buzos de la Generalitat venidos expresamente desde Barcelona, la cosa cambió. El chaval apareció tan tranquilamente y contó que después de nadar un rato, salió del agua, paró un taxi y se fue a un puticlub de la Jonquera, una localidad cercana (a 40 kilómetros de distancia) conocida especialmente por albergar grandes prostíbulos.

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El tema aquí es, ¿qué pasó dentro del cerebro de esa persona mientras estaba flotando en medio del mar? ¿Estaba de puta madre? ¿Se perdió? ¿Qué pasó en el mar para que, de repente, decidiera ir a un prostíbulo?

Debemos tener en cuenta que Bielorrusia es, de hecho, un conocido destino de turismo sexual, sobre todo por parte de turistas rusos (aunque también existen "tours sexuales" organizados desde Turquía hasta Europa Occidental). Imagino que esto hace que en el imaginario colectivo de los bielorrusos la idea de la existencia desbocada de la prostitución siempre esté pululando por ahí dentro del cráneo.

Puede que empezara a nadar muy intensamente y, de repente, se encontrara totalmente perdido en el mar, flotando en medio de la nada con un abismo letal bajo sus pies, la mirada negra del Mediterráneo. Entonces, en el momento en el que ya estaba asumiendo su discreta e inoportuna muerte, despidiéndose del mundo con los brazos abiertos y hundiéndose bajo el mar, un delfín empezó a arrastrarlo hasta la costa.

Sorprendido por su suerte y asumiendo que se le había brindado una segunda oportunidad para seguir viviendo, necesitó el abrazo cálido de su madre patria. Como la Costa Brava le resultaba un entorno desconocido, lo único que se le ocurrió para experimentar un pequeño pedazo de su patria fue dirigirse a la Junquera y visitar un prostíbulo. Ahí, entre luces de neón y cubatas de color verde encontró la tranquilidad existencial que necesitaba.

O bueno, puede ser que, simplemente, se le pusiera dura en medio del mar —cosa que a los hombres nos sucede a menudo pese a que todo el mundo dirá lo contrario, creedme, en el fondo el agua es una materia líquida que está rodeando constantemente nuestras pollas, es como si el Mediterráneo nos estuviera haciendo una mamada espectacular durante horas— y que le entraran unas irrefrenables ganas de follar.

Me gusta imaginarme a este tipo saliendo del agua y escalando unas rocas con el mástil bien firme, y luego parado en medio de una calle y parando un taxi con el bañador mojado y el rabo enderezado. Pienso en ese viaje infernal de 40 minutos en taxi con el objetivo claramente definido como un auténtico suplicio, como el que sale disparado del Mercadona corriendo hacia su casa con un pack de seis rollos de papel de váter, esa misma necesidad de expulsión.

Intuyo muchos golpecitos con la mano en la pierna y un odio letal hacia todo tipo de paisaje que no se asemejase a un complejo de prostíbulos de carretera. La famosa silueta pedregosa de la Costa Brava, tan amada por las clases pudientes de Cataluña, convertida, a ojos de un bielorruso cachondo, en un estúpido cúmulo de pedruscos de mierda y matojos secos sin vida.

Bueno, tanto en el mar como en el cerebro de un hombre pasan cosas raras y nunca lograremos comprender del todo qué empujó a ese tipo a emprender esa aventura sin consultar nada con sus compañeros y apareciendo horas después con una sonrisa en la cara. La elipsis, el misterio, el fuera de campo, la explicación del truco de magia; todo lo que hay detrás del telón se quedará siempre detrás del telón.