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Identidad

Pasamos un día con una empresa de mudanzas solo de mujeres

Todo lo que pueda transportar un hombre, las Van Girls pueden transportarlo mejor.
All photos by Nell Frizzell

Es la hora de los forros polares y los chalecos reflectantes; de los macutos salpicados de escayola y de las bolsas de deporte llenas hasta reventar. Más exactamente son las 5:45 de la mañana y me dirijo con mi bici a través de las oscuras y mojadas calles de Tottenham, Londres, hacia un aparcamiento para camiones de un polígono industrial. Voy a ser moza de mudanzas durante todo el día, embutiendo colchones en una furgoneta y acarreando sofás por el pavimento.

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Por suerte, me encanta trabajar con las manos casi tanto como me gustan los polígonos industriales, la compañía de mujeres y fisgonear en las casas ajenas, así que, conforme pedaleo dejando atrás la parada de autobús atestada de madrugadores, siento que estoy a punto de embarcarme en una enorme aventura.

Van Girls, con quienes voy a pasar el día, es una empresa que fue fundada en 2011 por la ex bombero Emma Lanman. Entre las empleadas que han trabajado con ellas en el pasado y en la actualidad se encuentran miembros del Ejército, de las Fuerzas Armadas Reales, de la policía metropolitana, del cuerpo de bomberos y del servicio sanitario de ambulancias de Londres. Por no mencionar a una electricista, una carpintera, una cómica, una entrenadora personal y una instructora de actividades al aire libre. Se trata una organización formada por mujeres extraordinarias que se dedican a la labor más prosaica, básica e infravalorada del mundo: ganarse la vida utilizando la fuerza física.

Llego con mi bici hasta el polígono industrial donde tienen su base las Van Girls, situada tas una hilera enorme de vallas amarillas. Un cartel gigante a mi izquierda proclama a voz en grito los beneficios del alquiler de trasteros lanzando su mensaje al nebuloso aire de la mañana, mientras unos hombres con abrigos verdes de tela muy rígida permanecen junto a la puerta de la cafetería del Selco Builders Warehouse. Giro la esquina pedaleando, paso frente a la oficina del guarda de seguridad forrada de calendarios con mujeres semidesnudas y me encuentro con Emma junto a la parte posterior de un camión, que está en ese momento enrollando un enorme plástico de los que se usan como revestimiento. Va vestida, por supuesto, con una sudadera gris de Van Girls y con el tipo de pantalones de trabajo que usaba mi padre para ir a comprar al almacén de suministros de bricolaje al por mayor.

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Emma Lanman en la oficina de Van Girls.

En uno de los laterales de la empresa, montones de furgonetas esperan recortando su silueta contra el inminente amanecer. Hay suficiente espacio en ese parque móvil como para que todo mi edificio se mudara a la vez. "Hoy nos llevaremos esta", dice Emma mientras golpea amistosamente el lateral de un vehículo negro de grandes dimensiones, justo antes de subir la elevadora trasera y apagar la luz interior. Como puedo observar, su nombre es Elle Nino. Todas las furgonetas tienen nombre de mujer. Se trata de una actividad femenina de principio a fin.

Caminamos hasta la oficina para recoger la ficha de trabajos para el día, atravesando un edificio que se parece bastante al bloque de ciencias de mi colegio de primaria. En la esquina hay una estantería con una taza gigante de Sports Direct (una tienda británica de artículos deportivos), una caja de bolsitas de té verde y algunas cizallas para alambre de nivel profesional. "Vamos a conseguirte un uniforme", dice Emma, haciendo todos mis sueños realidad. Me pongo una camiseta negra de Van Girls, un par de botas de trabajo con puntera de acero y, efectivamente, mi propia sudadera gris con el emblema de la empresa. Mientras Emma rebusca entre manojos de llaves y documentos impresos, leo la gigantesca pizarra blanca que tengo a mi izquierda: "Culo abajo, pecho arriba, así cargamos la mercancía", grita un póster colgado en la esquina junto a una lista de herramientas que hay que encargar, entre ellas una llave inglesa del 13, brocas de taladro, baterías y un escueto "cuchillo".

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Una mujer se nos acercó en una feria comercial el otro día… Su primera pregunta, incluso antes de decir hola fue, '¿Podéis trasladar mi enorme vulva?'.

"Una mujer se nos acercó en una feria comercial el otro día", me cuenta Emma conforme conducimos hasta una gasolinera cercana para llenar el depósito. "Y su primera pregunta, incluso antes de decir hola fue, '¿Podéis trasladar mi enorme vulva?'. Era una artista y necesitaba hacer la mudanza de su estudio". Lamentablemente, nuestra lista de trabajos para el día no incluye ninguna vagina gigante, pero conforme nos incorporamos al tráfico de primera hora de la mañana, Emma me explica cuál va a ser nuestra primera entrega. Vamos a llevar unas cajas al Centro de Diseño de Islington, donde recogeremos a Nancy. Nancy resulta ser una carpintera bajita y de voz carrasposa que, a pesar de su relativo tamaño, puede superar acarreando cosas a cualquiera del equipo.

Mientras arrastro un atril para conferencias a través de la puerta de entrega con persianas de acero, Nancy pasa a mi lado llevando una enorme caja de cartón, una gran estantería de madera y una lámpara. "Es necesario que te guste pasar el día llenando la furgoneta de cosas y volver a casa toda sudada", me explica Emma. "Te tiene que gustar el trabajo manual". Y desde pintar y decorar, a cambiar de sitio enormes muebles de madera, Nancy —una Cockney de los pies a la cabeza—adora el trabajo manual.

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Para nuestro siguiente trabajo debemos desplazarnos hasta el frondoso barrio de Chelsea y, mientras conducimos por Euston Road, me doy cuenta de que muchos otros conductores de furgoneta se nos quedan mirando fijamente cuando paramos en los semáforos. "A veces la gente nos grita cosas como 'puta bollera' y cosas así", me dice Emma. "Pero yo me limito a sonreírles, no tiene sentido cabrearse". Lo más extraño de todo, me dice, es cuando los hombres sienten la necesidad de ayudarlas cuando están haciendo un trabajo. Puede que las Van Girls sean un equipo de mudanzas cualificado, pero hay algunos hombres que no son capaces de sentarse y dejar que ellas hagan su trabajo.

Emma y Nancy junto a su furgoneta de Van Girls.

¿Alguna vez tendrán que empaquetar cosas extrañas?, me pregunto mientras repaso mentalmente el contenido de los estantes de mi habitación. Emma y Nancy son demasiado profesionales como para ofrecerme detalles, pero digamos que los lotes completos de juguetes sexuales no son una cosa desconocida para ellas en su trabajo. "Lo que pasa es que en seguida dejas de ver cosas y empiezas a ver solamente formas que debes recoger y meter en una furgoneta", añade Nancy sonando como una auténtica experta en Tetris.

Giramos la esquina para llegar a la casa de nuestro siguiente cliente y buscamos un sitio donde aparcar. Dos hombres con chalecos reflectantes están sentados en la base de un andamio enorme y nos miran con suspicacia, sosteniendo un cigarrillo que se consume en una de sus rosadas y callosas manos y un café para llevar que se enfría en la otra. O bien es la primera vez que ven una mujer en toda su vida, o es que jamás han visto a nadie aparcar, una de dos. Sea como fuere, parece que se trata de un momento emocionante en sus vidas.

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Es necesario que te guste pasar el día llenando la furgoneta de cosas y volver a casa toda sudada. Te tiene que gustar el trabajo manual.

El trabajo que tenemos entre manos consiste en embalar el contenido de un apartamento para llevarlo al día siguiente hasta Escocia. El inventario incluye algo llamado 'tipo alto'. Mi visión de un joven Sean Connery envuelto en una manta se desvanece una vez que Emma me explica que se trata de volcar y acarrear una cajonera alta. Tras bajar varias cajas de cartón, un juego de mesas, un televisor enorme y un sillón hasta la furgoneta, es momento de enfrentarse a la némesis personal de Nancy: el colchón. Me encuentro con la barbilla hundida en un colchón del tamaño y el peso aproximados de una ballena azul, tratando de encajarlo dentro de un gigantesco protector de papel marrón que ha comprado el dueño del apartamento. Es como intentar meter una batería de coche en un sobre de correos. Afortunadamente, después de mucho gruñir y de llevarme un golpe en la espinilla con el somier, conseguimos embalar y cerrar el colchón en una enorme bolsa, listo para bajar por el ascensor.

Pero, por supuesto, si la cosa fuera tan sencilla no haría falta que las Van Girls estuvieran allí. Maniobrar con el colchón para meterlo en el ascensor es una cosa, pero luego hay que crear una intrincada red de cuerdas elásticas en la parte trasera de la furgoneta para asegurarse de que todos y cada uno de los artículos cubiertos con sábanas están seguros y anclados, y que no se van a caer. No había luchado contra tal cantidad de lycra desde aquella ocasión en que intenté llevar un sujetador push-up (fue la primera vez y la última). Pero Emma y Nancy enganchan y estiran sin apenas inmutarse y, antes de darme cuenta, la furgoneta está atada como un salami y ya estamos listas para encargarnos de un trabajo más. Una lavadora.

¿Alguna vez habéis intentado levantar una lavadora? No lo hagáis. Esas cosas son tan pesadas como un hipopótamo e igual de brutales. Por suerte, las Van Girls cuentan con un gran surtido de carritos y carretillas para este tipo de trabajos, de modo que tan solo unos momentos después de haber evaluado aquella bestia metálica en forma de cubo, yo ya la había volcado y subido a un artilugio con ruedas y la deslizaba a través de un parking subterráneo como si fuera de mantequilla. El dueño de la casa nos dio una buena propina a cada una por este pequeño acto de dinamismo.

Conforme regresamos a través de Wembley, dejando atrás algo llamado el Welsh Harp Reservoir y un terrorífico payaso hinchable que se agita frente a un pabellón industrial, me giro hacia Nancy y le pregunto qué va a hacer con su propina. "Creo que voy a ir al bingo", dice con una sonrisa, acurrucándose como si fuera un cigarrillo de liar. "Sí, me daré una ducha y me acercaré al Elephant and Castle a jugar al bingo". Eso es lo que pasa con las mujeres fuertes, duras, físicas, capaces, conscientes del entorno, musculadas y tenaces: que son mujeres. Ser mujer puede pesar en ocasiones sobre tus hombros como una mochila gigantesca y sobre tu corazón como una piedra, pero el género no es una carga. Son solo cajas de cartón. Y juntos podemos moverlas.